"Mentras veía a Mateo sostener la carta de la beca, sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza. No solo por él, sino por todos nosotros. Por primera vez en años, vi un camino claro hacia un futuro mejor. Un futuro donde tal vez no tendríamos que luchar tanto, donde mis hijos podrían tener las oportunidades que yo nunca tuve.
Pero también sentí una punzada de nostalgia. Había pasado tantos años sacrificándome por ellos, trabajando sin descanso, tratando de darles lo mejor que podía. Y ahora, ver a Mateo alcanzar algo tan grande me hizo darme cuenta de que tal vez, solo tal vez, todo había valido la pena.
Esa noche, después de que los niños se durmieron, me quedé sentada junto a la ventana, mirando el cielo estrellado. Pensé en todo lo que habíamos pasado para llegar aquí: las noches sin dormir, los días de incertidumbre, los momentos de miedo y esperanza.
Sabía que aún había mucho camino por delante. Que esta beca no resolvería todos nuestros problemas. Pero también sabía que era un paso importante, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz al final del túnel.
"Mamá," había dicho Mateo esa tarde, "esto es gracias a ti."
Y aunque quería negarlo, sabía que había algo de verdad en sus palabras. Había hecho todo lo posible por darle las herramientas que necesitaba para triunfar. Pero también sabía que el verdadero mérito era suyo. Él había trabajado duro, había creído en sí mismo incluso cuando el mundo parecía indiferente.
"Estoy tan orgullosa de ti," murmuré en voz baja, mirando hacia el cielo estrellado. "Tan orgullosa."
Al día siguiente, decidimos celebrar el logro de Mateo con una pequeña fiesta improvisada. Invitamos a doña Rosa, quien había sido una fuente constante de apoyo, y a don Ramón, cuya generosidad nos había ayudado en momentos críticos.
"Felicidades, Mateo," dijo doña Rosa, entregándole un pequeño regalo envuelto en papel de colores. "Sabía que lo lograrías."
"Gracias," respondió Mateo, abrazándola con timidez.
Don Ramón levantó su taza de café en un brindis improvisado. "Por Mateo," dijo, sonriendo, "y por una familia que nunca se rinde."
Todos aplaudimos, y por un momento, sentí que el peso del mundo entero se aligeraba. No éramos ricos, ni famosos, ni perfectos. Pero éramos una familia. Y eso era más que suficiente.