Si te lo propones

CAPÍTULO 11 - El último adiós - Parte 1

"Esa mañana, el cielo estaba gris, como si el mundo entero supiera lo que estaba por pasar. Había estado temiendo este día durante semanas, desde que recibimos la noticia. Mi madre, quien había sido mi guía y refugio durante toda mi vida, se había ido. No había vuelto a verla en años, pero su ausencia siempre había sido un vacío constante en mi corazón. Ahora, ese vacío se sentía más grande que nunca.

"Mamá," dijo Sofía mientras me veía preparar el desayuno, "¿por qué estás tan callada?"

"No es nada, mi amor," respondí, forzando una sonrisa. Pero mis ojos traicionaban lo que intentaba ocultar.

Mateo, que siempre parecía notar todo, se acercó y puso una mano sobre mi hombro. "Es tu mamá, ¿verdad?"

Respondí con la cabeza, incapaz de hablar. Las lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera detenerlas. Sabía que tenía que ser fuerte por mis hijos, pero en ese momento, no podía evitar sentirme abrumada.

"Está bien llorar, mamá," dijo Mateo, abrazándome con fuerza. "No tienes que fingir que no duele."

Sus palabras me golpearon como un rayo. Tal vez tenía razón. Tal vez no tenía que ser fuerte todo el tiempo. Pero también sabía que, aunque el dolor fuera insoportable, debía encontrar una manera de seguir adelante.

El viaje al cementerio fue largo y silencioso. Sofía iba agarrada de mi mano, mientras Mateo caminaba a mi lado, observando cada paso que daba como si quisiera asegurarse de que no me derrumbara. Cuando llegamos, vi a otras personas reunidas alrededor de la tumba: primos lejanos, vecinos y amigos de mi madre. Todos tenían algo que decir sobre ella, pero yo solo podía pensar en los momentos que habíamos compartido cuando era niña.

"Tu madre era una mujer increíble," dijo doña Rosa, quien había venido a apoyarnos. "Siempre encontraba formas de ayudar a los demás, incluso cuando ella misma lo necesitaba."

Dije "Si", sintiendo cómo las lágrimas volvían a brotar. Recordé cómo mi madre solía bordar mariposas en mis vestidos viejos, diciéndome que la belleza siempre podía encontrarse en lo roto. Ahora entendía que esa era su forma de enseñarme a ser resiliente, a encontrar luz incluso en la oscuridad.

Cuando llegó mi turno de hablar, me acerqué lentamente a la tumba. Mis manos temblaban mientras sostenía una pequeña flor que Sofía había recogido para mí.

"Mamá," dije, mi voz apenas un susurro, "nunca te olvidaré. Todo lo que soy, todo lo que he hecho por mis hijos, es gracias a ti. Me enseñaste a luchar, a creer en mí misma, a encontrar magia en los momentos más difíciles. Y aunque ya no estés aquí, sé que siempre estarás conmigo."

Las lágrimas caían libremente ahora, pero también sentí algo más: paz. Sabía que, aunque mi madre ya no estuviera físicamente, su espíritu viviría en mí, en mis hijos y en todas las lecciones que me había enseñado.




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