"Nunca había visto a mamá tan frágil como ese día. Siempre había sido la persona más fuerte que conocía, la que encontraba soluciones incluso cuando parecía imposible. Pero ahora, mientras nos despedíamos de su madre, vi una parte de ella que nunca había visto antes: su vulnerabilidad.
Sabía que estaba sufriendo. Lo había notado en sus ojos, en la forma en que arrastraba los pies al caminar, en cómo a veces se quedaba callada durante largos minutos, como si estuviera pensando demasiado. Pero también sabía que no se derrumbaría. Mamá era así: podía llorar, podía sentirse débil, pero nunca se rendía.
"Mateo," dijo mientras regresábamos a casa, "quiero que aprendas algo hoy."
"¿Qué es?" pregunté, mirándola con curiosidad.
"La vida es corta," respondió, su voz temblorosa pero firme. "Pero eso no significa que debamos tener miedo. Cada día es una oportunidad para amar, para aprender, para dejar algo bueno en el mundo. Tu abuela me enseñó eso, y quiero que tú también lo aprendas."
Sentí cómo algo dentro de mí cambiaba. No era solo un consejo; era una lección de vida. Mamá estaba mostrándome cómo enfrentar el dolor sin dejar que nos consumiera.
"Gracias, mamá," murmuré, tomando su mano. "Te prometo que nunca lo olvidaré."
Ella sonrió, aunque sus ojos aún estaban llenos de lágrimas. "Lo sé, hijo. Lo sé.
Esa noche, después de que Sofía se durmiera, mamá y yo nos sentamos en la sala. Ella sacó una caja vieja que había guardado durante años y la abrió frente a mí. Dentro había pequeños tesoros: fotos, cartas, dibujos que Sofía y yo habíamos hecho cuando éramos más pequeños.
"Quiero que tengas esto," dijo, entregándome una carta escrita a mano. "Es de tu abuela. Me la dio cuando tenía tu edad."
Tomé la carta y comencé a leer. Era una carta llena de sabiduría, de consejos sobre cómo enfrentar la vida con valentía y gratitud. Al final, había una frase que se quedó grabada en mi mente: "El amor nunca muere. Solo cambia de forma."
Mamá me miró con una mezcla de tristeza y orgullo. "Tu abuela siempre creyó que el amor era lo más poderoso del mundo. Y tenía razón. Aunque ya no esté aquí, su amor sigue vivo en mí, y algún día, también vivirá en ti."
Las lágrimas brotaron de mis ojos antes de que pudiera detenerlas. Sabía que tenía razón. El amor de mi abuela, aunque invisible, seguía presente en cada gesto, en cada palabra, en cada sacrificio que mamá había hecho por nosotros.
"Gracias," logré decir, abrazándola con fuerza. "Por todo.