"Habían pasado dos años desde que mi tía Sofía se mudó a España. Durante ese tiempo, sus cartas y envíos económicos habían sido mi salvavidas, no solo porque aliviaban mis necesidades materiales, sino porque me recordaban que no estaba sola. Cada vez que recibía una de sus cartas, sentía como si ella estuviera allí conmigo, abrazándome con palabras llenas de sabiduría y amor.
Pero un día, todo cambió. Recibí una carta, pero esta vez no era de mi tía. Era de mi primo Mateo, el hijo de Sofía. Cuando vi su letra en el sobre, algo dentro de mí supo que algo no estaba bien.
"Querida Clara," decía la carta, "con el corazón roto te escribo para decirte que mamá nos dejó. Partió al cielo hace unos días, rodeada de amor y paz. Sé que esto es difícil para ti, pero quiero que sepas que ella siempre hablaba de ti con tanto cariño. Decía que eras una de las personas más fuertes que conocía."
Las lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera terminar de leer. Mi tía Sofía, quien siempre había sido mi refugio, mi guía, ahora se había ido. No solo había perdido su ayuda económica, sino también su presencia constante en mi vida.
Sentí como si el mundo entero se hubiera oscurecido. ¿Cómo iba a seguir adelante sin ella? ¿Quién me animaría cuando sintiera que no podía más?
Esa noche, me senté junto a la ventana con todas las cartas que mi tía me había enviado a lo largo de los años. Las desplegué sobre la mesa, leyendo cada una de ellas como si fuera la primera vez. En cada palabra, encontraba un pedazo de su alma, un recordatorio de quién era y de lo mucho que me amaba.
"Querida Clara," decía una de las primeras cartas, "la vida está llena de desafíos, pero también de oportunidades para crecer. Nunca olvides que llevas el espíritu de tu abuela dentro de ti. Ella siempre encontró formas de superar los obstáculos, y sé que tú también puedes hacerlo."
En otra carta, escribía: "A veces, el camino parece demasiado difícil, pero recuerda que no estás sola. Siempre tendrás a tu familia, aunque estemos lejos físicamente. El amor nunca muere; solo cambia de forma."
Mientras leía, sentí cómo algo dentro de mí comenzaba a sanar. Aunque mi tía ya no estaba físicamente, su voz seguía viva en esas cartas. Su amor seguía siendo parte de mí, guiándome incluso en su ausencia.
"Gracias, tía," murmuré, acariciando las hojas arrugadas. "Gracias por no rendirte conmigo."