Los días siguientes fueron difíciles. Sentía como si una parte de mí se hubiera ido con mi tía. Cada vez que miraba a mi hijo, veía en él el reflejo de todos los sacrificios que había hecho para darle una vida mejor. Pero ahora, sin la ayuda económica de mi tía, sabía que enfrentaría nuevos desafíos.
Una mañana, mientras caminaba por el mercado con mi hijo, vi a una mujer bordando mariposas en una tela. Me detuve a observarla, recordando cómo mi abuela solía hacer lo mismo cuando yo era niña.
"¿Te gustan?" preguntó la mujer, sonriendo.
"Sí," respondí, tocando la tela suavemente. "Me recuerdan a alguien muy especial."
La mujer sonrió, como si entendiera lo que quería decir. "Las mariposas simbolizan transformación," dijo. "Incluso en los momentos más oscuros, siempre hay algo hermoso esperando nacer."
Sus palabras resonaron profundamente en mí. Tal vez mi tía ya no estaba aquí, pero su amor y sus enseñanzas seguían vivas en mí. Tal vez, como una mariposa, yo también podía transformarme, encontrar nuevas formas de seguir adelante.
Decidí buscar ayuda en la comunidad. Sabía que no podía hacerlo sola, pero también sabía que tenía personas a mi alrededor que podían apoyarme. Una tarde, fui a la iglesia del barrio, donde muchas veces había visto a mi madre y mi tía ayudar a otros.
"Hermana Clara," dijo el padre de la iglesia, "sabemos lo que has estado pasando. Déjanos ayudarte."
Solo suspiré, sintiendo cómo algo dentro de mí comenzaba a iluminarse. Tal vez no tenía a mi tía físicamente, pero tenía una comunidad que creía en mí, que estaba dispuesta a tenderme una mano.
Con su ayuda, comencé a trabajar en pequeños proyectos para generar ingresos adicionales. Vendía bordados hechos a mano, inspirados en las mariposas que mi abuela solía crear. Cada vez que terminaba uno, sentía como si estuviera honrando el legado de las mujeres que me habían enseñado a ser fuerte.
"Esto es por ti, tía," murmuraba mientras trabajaba. "Por ti, por mamá y por abuela. Gracias por enseñarme que el amor nunca muere."