"Había llegado al punto más bajo de mi vida. Después de perder la casa, me encontré atrapada en un caos económico que parecía no tener fin. Cada día era una batalla constante por sobrevivir, por asegurarme de que mi hijo tuviera algo que llevarse a la boca. Pero no importaba cuánto intentara, siempre sentía que estaba fallando.
La iglesia del barrio había decidido ayudar a un anciano enfermo con los recursos disponibles, y aunque entendía su decisión, eso significaba que mi ayuda se reducía a un paquete de comestibles cada quince días. No era suficiente para cubrir nuestras necesidades básicas. Mi hijo, quien apenas tenía ocho años, comenzó a ir a la escuela temprano solo para tomar el café que ofrecían en el desayuno escolar. Si llovía o tronaba, yo lo llevaba como fuera, porque sabía que ahí al menos comería algo caliente.
"¿Por qué llueve tanto, mamá?" me preguntó un día mientras caminábamos bajo un paraguasito improvisado hecho con una bolsa plástica.
"No lo sé, cariño," respondí, tratando de sonreír a pesar de las lágrimas que amenazaban con brotar. "Pero pronto dejará de llover."
Sabía que mis palabras eran más para mí que para él. Necesitaba creer que este temporal pasaría, que algún día podríamos ver un rayo de luz al final del túnel.
Cada mañana, salía temprano a buscar trabajo. Ofrecía mis servicios como limpiadora, pero pocos estaban dispuestos a contratarme. Las familias que antes me habían dado empleo ahora tenían otras prioridades, y yo no podía competir con personas más jóvenes o con más experiencia.
Mis artesanías de mariposas, que alguna vez fueron una fuente de orgullo y esperanza, ahora apenas generaban unas monedas. Vendía bordados en el mercado local, pero las ventas eran escasas. La gente ya no tenía dinero para gastar en objetos decorativos; estaban luchando por sobrevivir, igual que yo.
Una tarde, mientras regresaba a casa después de otro día infructuoso, me detuve en una pequeña librería de segunda mano que siempre había llamado mi atención, pero que nunca había tenido el valor de visitar. Aunque sabía que no podía permitirme comprar nada, algo me impulsó a entrar, como si buscara refugio del peso de mis pensamientos.
Dentro, una anciana estaba sentada detrás del mostrador, leyendo un libro desgastado. Al verme entrar, levantó la vista y me dedicó una sonrisa cálida. "¿Buscas algo en particular?" preguntó, su voz suave como una caricia.
"No," respondí, mirando a mi alrededor. "Solo... necesitaba un lugar donde pensar."
Ella se levanto lentamente, como si entendiera perfectamente lo que no decía. "A veces, los libros nos hablan cuando más lo necesitamos," dijo, señalando una estantería llena de volúmenes viejos y polvorientos. "Tal vez encuentres algo aquí que te ayude a encontrar respuestas."
Intrigada, comencé a revisar los estantes. Entre las páginas de un libro antiguo, encontré una mariposa seca preservada entre dos hojas de papel. La tomé con cuidado, sintiendo cómo algo dentro de mí se estremecía.
"¿Qué significa esto?" pregunté, mostrándosela a la anciana.
Ella sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de nostalgia y sabiduría. "Las mariposas," dijo, "son símbolos de cambio. Nacen de la oscuridad, pero emergen transformadas, listas para enfrentar el mundo con nuevas alas. Tal vez este sea un recordatorio de que tú también puedes salir adelante, incluso en los momentos más difíciles."
Sus palabras me golpearon como un rayo. Era como si ella supiera exactamente por lo que estaba pasando, como si pudiera ver el caos dentro de mí. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a brotar, pero esta vez no eran de tristeza. Eran de esperanza.
"Gracias," murmuré, guardando la mariposa en mi bolsillo. "Lo necesitaba más de lo que puedo expresar."
La anciana me sonrió nuevamente, su mirada llena de comprensión. "Recuerda," dijo mientras me despedía, "incluso en la oscuridad, siempre hay algo hermoso esperando nacer."