CAPÍTULO 22 - La fuerza del silencio - Parte 2

Durante el evento, una de las maestras anunció que los disfraces serían evaluados por un jurado improvisado, compuesto por algunas madres voluntarias. Sabía que nuestro disfraz hecho a mano no tendría ninguna posibilidad frente a los elaborados trajes comprados en tiendas exclusivas. Pero cuando llamaron a mi hijo al escenario, vi cómo caminaba con orgullo, luciendo el disfraz que habíamos creado juntos.

"Este disfraz fue hecho por mi mamá," dijo con una sonrisa radiante, ignorando las risitas burlonas que aún flotaban en el aire. "Ella es la mejor mamá del mundo."

Sentí cómo mi corazón se derretía al escucharlo. En ese momento, supe que no importaba lo que otros pensaran. Lo único que importaba era el amor que compartíamos, el sacrificio mutuo que nos mantenía unidos incluso en los momentos más difíciles.

Cuando el jurado anunció los ganadores, no nos sorprendió que no estuviéramos entre ellos. Pero eso no importaba. Mientras caminábamos de regreso a casa esa noche, mi hijo me tomó de la mano y dijo: "Mamá, me divertí mucho. Fue el mejor disfraz de todos."

Al día siguiente, fui a la iglesia del barrio para agradecer por el apoyo que siempre habían brindado. Allí, encontré a doña Esperanza, quien había sido una de las primeras en tenderme una mano cuando más lo necesitaba.

"Hermana Clara," dijo, acercándose a mí con una sonrisa cálida, "escuché lo que pasó en la escuela. No dejes que las palabras de otros te hieran. Tú eres una mujer increíble, y nadie puede quitarte eso."

Le devolví la sonrisa, sintiendo cómo algo dentro de mí comenzaba a iluminarse. Tal vez no tenía todas las respuestas, pero tenía algo mejor: una red de personas que creían en mí y estaban dispuestas a tenderme una mano.

Con su ayuda, logré encontrar un pequeño trabajo limpiando casas en un vecindario cercano. No era mucho, pero era suficiente para complementar los ingresos que obtenía con mis artesanías.