Si te lo propones

CAPÍTULO 27 - La redención en silencio - Parte 1

"Todo comenzó a cambiar poco a poco, como si la vida hubiera decidido recompensarme por los años de sacrificio. Mi trabajo en el colegio no solo me permitió cubrir mis necesidades básicas, sino también recuperar algo que había perdido hacía mucho tiempo: mi dignidad. Pude comprar ropa nueva, cortarme el cabello y cuidar de mí misma de una manera que no había hecho en años.

Un día, mientras caminaba por los pasillos del colegio, una de las profesoras me detuvo y dijo: "Clara, estás irreconocible. ¡Te ves increíble!"

Sonreí, sintiendo cómo algo dentro de mí se iluminaba. Era como si, después de tanto tiempo viviendo a la sombra de la dificultad, finalmente hubiera encontrado un rayo de luz.

Incluso pude mudarme a un pequeño apartamento modesto, pero que para mí era un palacio comparado con el lugar donde había vivido antes. Tenía ventanas que dejaban entrar la luz del sol, un techo que no goteaba y suficiente espacio para respirar. Por primera vez en años, sentí que tenía un hogar real.

Mientras tanto, Tito estaba terminando su carrera de Economía en España. Hablábamos regularmente, y cada vez que escuchaba su voz llena de entusiasmo, sabía que todo lo que había pasado valía la pena.

"Pronto volveré, mamá," me decía siempre. "Y cuando lo haga, todo será mejor."

"Lo sé, cariño," respondía, sintiendo cómo mi corazón se llenaba de orgullo. "Solo sigue adelante. Estoy tan orgullosa de ti."

Un día, mientras trabajaba en mi oficina en el colegio, escuché unas voces familiares en la recepción. Al salir a investigar, vi a un grupo de mujeres que reconocí de inmediato. Eran las mismas madres que años atrás se habían burlado de mí y de Tito durante el baile de disfraces. Recordaba claramente sus risitas y susurros: "Mira la hija del doctor Mateo. Ni para comer tiene."

Pero esta vez, venían con una actitud diferente. Parecían nerviosas, incluso incómodas.

"Disculpe," dijo una de ellas, acercándose tímidamente, "queremos solicitar una beca para nuestros nietos. Nos dijeron que aquí podrían ayudarnos."

Sentí cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido. ¿Cómo podía enfrentarme a estas mujeres después de todo lo que habían dicho? Pero entonces recordé las palabras de mi abuela: "El amor verdadero no guarda rencor. Solo busca sanar."

"Claro," respondí con calma, invitándolas a pasar a mi oficina. "Hablemos sobre ello."

En ese momento, el director apareció detrás de mí. Cuando vio a las mujeres, su expresión cambió de sorpresa a indignación.

"¿Qué hacen ustedes aquí?" preguntó con tono firme. "¿No recuerdan cómo trataron a Clara hace años? ¿Cómo se atreven a venir ahora?"

"Porque en este pueblo, todo se sabe"

Las mujeres bajaron la mirada, avergonzadas. Una de ellas intentó explicarse: "No sabíamos... No teníamos idea de quién era ella realmente."

El director las miró con desdén antes de dirigirse a mí. "Clara, no tienes que atenderlas si no quieres. Nadie te lo reprocharía."

Pero yo negué con la cabeza. "No, está bien. Ellas vinieron buscando ayuda, y eso es lo que les daremos."




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