Siempre cerca

Сapítulo 6

Hace 11 años

Nadia

La primera vez que Demian volvió a hacerse notar fue cuando, a la entrada de la escuela, me interceptó un chico desconocido con una caja en las manos.

—Es para ti —dijo, sin siquiera presentarse—. Ya sabes de parte de quién.

Y luego se marchó.

Dentro de aquella caja había un libro nuevo y un montón de tabletas de chocolate. No había nota, ni la menor pista sobre la ciudad de la que venía el regalo.

Con el tiempo, esas sorpresas se convirtieron en tradición. Puntualmente, una vez al mes, algún mensajero me detenía para entregarme algo de parte de Demian: dulces, juguetes o algún otro detalle. Pero esta vez fue distinto... La última caja era enorme, imposible de pasar desapercibida ante mis padres. No me quedó otra que abrir la ventana de mi cuarto, salir de nuevo a la calle y empujarla hasta el alféizar.

Así, de esa manera, solía trepar Demian hasta mi habitación... La última vez había ocurrido poco más de un año atrás. El tiempo sin él avanzaba cruelmente despacio. Me sentía sola. Como si estuviera en una isla desierta. Nadie podía reemplazarlo. Ni chicas, ni chicos. Todos eran distintos. No eran él.

—¿Has perdido algo? —preguntó papá, observando mis idas y venidas. Alaska descansaba en su regazo, lo que significaba que en la próxima media hora no movería su silla para no incomodarla. Papá adoraba a esa gata. Incluso le había fabricado una casita que mamá y yo tuvimos que colgar del techo, porque “desde allí Alaska tendrá mejor vista de la casa”.

—Eh... sí... se me cayó el teléfono del bolsillo. Por suerte lo noté a tiempo.

—Sé más cuidadosa.

—Está bien.

Me encierro en mi cuarto y agarro un cúter. Las manos me tiemblan de la emoción por descubrir qué hay dentro. Claro que cambiaría todos los regalos de Demian por la posibilidad de hablar con él… Pero nadie me pregunta, así que me toca conformarme con lo que tengo.

Con cuidado, para no dañar nada, corto la cinta adhesiva y saco lo primero: un vestido. ¡No creo a mis ojos! No tengo ninguno, salvo el que uso para las ceremonias en la iglesia. Pero este es increíble. Tan bonito… azul, con falda amplia, hombros descubiertos y un corsé que se ata en la cintura. Nunca había tenido algo parecido en mi armario. A este habría que ponerle un guardarropa aparte, porque colgarlo entre mis trapos sería un crimen.

Saco el siguiente paquete: un bolsito pequeño. Es color rosa empolvado, de cuero, con piedrecitas brillantes alrededor del broche. ¡Si aparezco con esto en la escuela, todas las chicas se morirán de envidia!

Miro dentro de la caja: aún hay una cazadora vaquera corta, zapatillas blancas, un montón de accesorios para el pelo... La sonrisa se me borra. ¿De dónde saca dinero para todo esto? Sé que son cosas caras. ¿Y si Demian gastó todos sus ahorros en mí? Me remordería la conciencia aceptar semejantes regalos. Y ni hablar de cómo voy a explicar su aparición a mis padres.

Pero lo que realmente me deja sin aliento es lo siguiente que encuentro: un sobre. Rezo para que no sean billetes.

No acerté. No era dinero... Suspiro aliviada por un segundo, solo para descubrir que en mis manos hay dos billetes de tren a Kiev —ida y vuelta— para el próximo fin de semana. Y también una nota.

No podría confundir su letra torpe con la de nadie más. Ni su costumbre de escribir lo mínimo posible cuando se trata de poner sus pensamientos en papel. Recuerdo aquella vez que nos encargaron una redacción sobre “Cómo me veo en el futuro”… Él escribió: “No me veo en el futuro porque no tengo poderes de adivinación. Formulen mejor la pregunta. Gracias por su atención”.

Esta vez tampoco se explayó.

“Te dije que volveríamos a vernos. Aquí tienes la prueba. Encuentra la manera de convencer a tus padres para que te dejen ir. Te esperaré en la estación.”

Leo esas cuatro frases una y otra vez, hasta que siguen flotando frente a mis ojos incluso al cerrarlos. Él me espera. En Kiev.

Dios mío, pero si solo una vez en mi vida salí de la ciudad, y fue para acompañar a papá a un chequeo médico. No puedo creer que ahora tenga la oportunidad de conocer la capital.

Aunque, en realidad, la capital me da igual. Lo que importa es ver a Demian. Por eso estaría dispuesta a ir incluso caminando. El único problema son mis padres. Difícilmente me dejarán ir tan lejos.

Con esa idea pasé todo el día. Una cosa es mentir por nimiedades, otra es enfrentar una mentira de semejante tamaño. Tal vez debería confesarme, decir la verdad... No, imposible.

El tren sale el viernes por la tarde.

Hoy es miércoles.

Me queda tan poco tiempo… y aún menos imaginación.

—¿Tienes problemas en la escuela? —pregunta mamá, mientras la ayudo a preparar la cena.

—No, ¿por qué lo dices?

—Estás como apagada, lo noto. Algo pasa, lo siento.

Una prueba más de que a esta mujer no se la puede engañar. Ni siquiera vale la pena intentarlo.

—Es que me invitaron de visita.

—¡Eso es estupendo! ¿No lo crees?

—A Kiev. Este fin de semana —suelto de golpe. Que sea lo que Dios quiera.

Mamá deja a un lado el bol con ensalada.

—¿Quién?

—Alguien muy especial para mí...

—¿Tu amiga de internet? —recuerda a la chica con la que a veces chateo. Nos conocimos en un foro para aspirantes a medicina. Ella es un año mayor que yo y acaba de entrar en la facultad de mis sueños. Mamá quiere creer que tengo al menos una amiga virtual, y se ilusiona pensando que somos cercanas—. Oh, entonces ve. Creo que te gustará.

Me quedo inmóvil.

—¿Cómo dices?

—Claro, los billetes son caros… Pero podemos pedir prestado a los vecinos, y luego devolver con la pensión de tu padre —vuelve a la ensalada como si nada.

Necesito unos minutos para reaccionar.

—¿Puedo comprar los billetes yo misma? —pregunto, con el corazón en la garganta—. Mañana, de camino de la escuela.




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