Siempre cerca

7.1

En el supermercado me sorprendo otra vez pensando que Demian gasta muchísimo dinero. Ni siquiera intenta ahorrar, coge a propósito todo lo más caro. Incluso si lo hace solo para impresionarme… ¿de dónde saca tanto dinero? Tengo que hacer un gran esfuerzo para no empezar a interrogarlo de nuevo. Me gustaría creer en la fantasía de que consiguió un buen trabajo, pero…

—¿Todo bien? —pregunta, al notar mi mirada preocupada—. Estás como tensa.

—Es que estoy cansada. ¡Demasiadas emociones para un solo día! —recojo de la caja una bolsa llena de compras.

Demian me la quita enseguida, sin darme oportunidad de cargar peso. Siempre hacía lo mismo antes, cuando yo arrastraba la mochila llena de libros al colegio.

—¿Ves? Estás cansada y todavía quieres cocinar. Mejor habríamos ido al restaurante.

—Cocinar cuando tienes un montón de productos es un placer. Otra cosa es inventar un plato con dos cebollas y un puñado de pasta, como suele pasar en mi casa.

—Pero recuerdo que de vuestra cocina siempre salía un olor delicioso.

—Nunca he dicho que no estuviera rico. Una buena cena se puede preparar de cualquier cosa, solo que a veces hay que echarle más imaginación. Mi madre tiene un cuaderno donde anota sus recetas, hay postres, sopas, segundos… pero todas tienen algo en común.

—¿Qué?

—Que los nombres suenan como “Tarta Pobre” o “Ensalada por tres centavos”. Como si lo que no fuera barato no nos sirviera. Esa es la esencia de mi familia.

Demian se ríe.

—Algún día tu madre publicará su libro de recetas y ganará un montón de dinero con él.

—No lo ganará…

—¿Por qué no?

—Porque los pobres, que serían quienes cocinarían esas recetas, no tienen dinero para comprar libros.

Él vuelve a doblarse de risa.

—Por cierto… —dice, parándose ante una puerta con cerradura electrónica—, ya hemos llegado.

El piso de Demian está en el decimoséptimo piso. Hago todo lo posible por disimular mi miedo a subir tan alto. En el ascensor siento como si me hubieran lanzado en cohete al espacio. Solo al salir al pasillo me calmo un poco. Qué vergüenza…

—Pasa, siéntete como en casa —Demian abre y me deja entrar primero.

Miro alrededor. Un piso de tres habitaciones. Grande, espacioso, con una buena reforma. Un poco descuidado en cuanto a orden, pero viven chicos aquí, así que era de esperar.

—Esto es una especie de residencia —explica Demian—. En cada dormitorio viven dos.

—¿Y echaste a cinco personas solo para que yo pudiera quedarme a dormir? Me parece… incómodo.

—No. Solo pedí a mi compañero de cuarto que no viniera. Los demás no duermen aquí porque están de misión.

Atrapo un hilo finísimo, como de telaraña, que podría desenredar el misterio de sus ingresos. Ojalá pudiera enterarme de algo, aunque fuera un detalle, para poder tranquilizarme al fin.

—¿Misión? —repito.

—En el trabajo —corrige enseguida—. Están en… turno de noche.

Veo que insiste en esquivar esta conversación. Así que no presiono y cambio de tema.

—Aun así… no es muy cortés echar a tu compañero…

—Vamos, Nadia. Es normal en las residencias. Si uno trae a una chica, el otro se busca dónde pasar la noche.

—¿Por qué?

Demian pone los ojos en blanco.

—¿Acaso crees que es cómodo tener sexo cuando en la otra cama hay otro chico?

Ahora sí que me muero de vergüenza.

—Oh… ya… —quisiera que me tragara la tierra para que no notara mis mejillas rojas como tomates.

Demian suspira.

—Soy un idiota —dice, despeinándose el cabello—. No tengas miedo, no te traje para eso. Ni siquiera se me pasó por la cabeza contigo.

Curiosamente, sus palabras me provocan no alivio, sino decepción.

—¿De verdad no?

—Bueno… no es que nunca lo pensara… solo que… —ahora le toca a él sonrojarse.

—¿Te parezco atractiva?

—Sí —responde sin dudar.

—Y estuviste enamorado de mí…

—¿Qué significa “estuviste”? Yo no renuncio a lo que siento.

Un calor dulce se expande por todo mi cuerpo.

—Entonces, ¿por qué… por qué no pensaste que podríamos…?

—¡Está bien! —exhala—. Claro que me encantaría ser tu primero. Pero no te invité por eso. Ni siquiera intento besarte, ¿no lo notaste?

—Lo noté.

—Es que no quiero arruinarlo. Eres demasiado importante para mí.

—No lo arruinarás —lo aseguro.

—¿Segura?

—Sí.

Nos quedamos de pie mirándonos a los ojos. Y luego, como si alguien diera la orden, nos lanzamos el uno hacia el otro, fundiéndonos en un beso. Ya no es como la primera vez. Este beso tiene el peso del tiempo, ha sido soñado y ensayado mil veces en la imaginación. Es ardiente, húmedo, profundo. Adulto.

Hemos crecido, y nuestros deseos han crecido con nosotros.

—Yo también quiero que seas mi primero —confieso, apartándome apenas de sus labios—. Y quiero que sea hoy.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.