Siempre cerca

8.1

Freno de golpe y me aparto hacia el arcén. Durante un minuto no miro a Nadia, dándome tiempo para asimilar la información. No, no quiero creerlo. ¿Embarazada? ¡Qué demonios! Está bien, puedo aceptar que se haya acostado con otro chico, aunque la sola idea me devora de celos... Pero ¿un hijo?

—¿Embarazada? —repito, como si en este rato algo pudiera haber cambiado.

—Sí.

La recorro con la mirada.

—Pero... no se te nota.

—Es poco tiempo.

Exhalo.

—Eso es bueno... Significa que aún estás a tiempo de interrumpirlo.

Los ojos de Nadia arden con un fuego de rabia que nunca antes le había visto. Jamás habría pensado que fuera capaz de mostrar semejante emoción.

—No —se indigna—. No voy a matar a mi hijo.

¿Qué clase de estupidez es esa? ¿El adoctrinamiento de sus padres creyentes?

—¡Eso no es matar! Y ni siquiera es un hijo. Es solo... un embrión. Ni siquiera tiene cerebro todavía. Es...

Nadia levanta la mano, impidiéndome terminar.

—¡Basta!

—¡No, basta tú! —alzo la voz, aunque sé que no tengo ningún derecho moral a hacerlo—. ¡Tienes que estudiar! Este embarazo va a arruinar tu futuro. Si quieres hijos, perfecto, ya los tendrás, pero no ahora. ¡No a los dieciocho!

—¿Sabes? El padre de este niño dijo lo mismo. Palabra por palabra. —Se desabrocha el cinturón de seguridad. Tira de la manilla de la puerta, pero alcanzo a bloquearla a tiempo—. ¡Déjame salir!

—Te dejaré salir cuando terminemos de hablar.

—Ya terminamos...

—No. ¡Tienes que escucharme! Nadia, piensa con la cabeza... Aún es demasiado pronto para ser madre. ¿Qué podrías darle a ese niño? No tienes nada. ¿De dónde vas a sacar dinero?

—Para ti todo se reduce al dinero.

—¡Pues sí, joder! Porque es lo básico. ¡Sin dinero no se sobrevive! ¿Y si nace enfermo? ¿Con qué lo vas a curar? Has vivido toda tu vida en la miseria, ¿y ahora vas a condenar a tu hijo a lo mismo?

—Me las arreglaré.

—Tus padres también pensaron que se las arreglarían. ¿Y qué? ¿Les agradeces eso?

—Les agradezco la vida.

Me escapa una risa nerviosa.

—¡Eso lo dices ahora! Pero antes los juzgabas. Y no me digas que no.

Nadia apoya las manos en su vientre, como si quisiera proteger al niño de mí. Ese niño al que ya detesto de antemano.

—Tengo que irme —dice con súplica en la voz—. Por favor, déjame salir.

—¿Quién es el padre? ¿Lo conozco?

—¿Qué importa? Ya no estamos juntos.

—Solo necesito saberlo.

Nadia levanta la vista al cielo.

—Oye, Demian. ¿No se te ocurre que no tienes derecho a decidir nada? Tú tienes tu vida y yo la mía. Nuestros caminos se separaron hace tiempo.

—Porque me dejaste —no me contengo. Sí, todavía duele. No puedo evitarlo.

—Porque entraste en el mundo del crimen —corrige Nadia—. Tú lo elegiste, no a mí.

—Y aún me siento culpable de lo que te pasó. Si yo hubiera estado contigo, no habrías acabado en esta situación. Nadia, déjame arreglarlo. Esta vez sí estaré contigo, te ayudaré a superar todo esto... Volverás a la universidad, tendrás tu juventud. No destruyas tu vida por un hijo que ni siquiera querías.

—¿Y si fuera tu hijo? ¿Dirías lo mismo?

—Si hubieras estado conmigo y no con ese imbécil, no te habrías quedado embarazada. Yo habría tenido la sensatez de ponerme un condón. —Sé que suena brutal, así que bajo un poco el tono—. Perdona. Es que me da tanta lástima... No entiendes en lo que te estás metiendo.

Ella endereza los hombros.

—No me tengas lástima —niega con la cabeza—. Cada uno debe hacerse cargo de sus actos.

—¿Ese es tu plan? ¿Tener un hijo y criarlo como penitencia por un error? Nadie necesita tu sacrificio. ¡Es absurdo! Pensé que eras inteligente...

—Y yo pensé que eras sensible. Pero resulta que ya no te queda ni un gramo de bondad.

—Claro que tengo sensibilidad. Hacia ti. Pero no esperes que la tenga hacia un ser que va a destrozarte la vida.

—¿Ya terminaste?

—Sí.

—Entonces suéltame.

Me rindo. Desbloqueo la puerta y la dejo salir. Me parte en pedazos la certeza de que la estoy perdiendo de nuevo. Tan rápido.

—Nadia —me inclino sobre el asiento del copiloto y la alcanzo por el abrigo—, por favor, piensa en lo que te dije. Anota mi número, por si acaso...

—No necesito tu número. No necesito nada de ti. Y de hecho... —me arranca el abrigo de las manos—. Espero que nunca volvamos a vernos. Y si el destino nos cruza otra vez, te lo ruego, hazme un favor: finge que no me conoces. Desde hoy somos dos extraños.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.