Я знаю dónde vive, porque fui yo quien le compró la casa. No con mis propias manos, claro… Eso pasó después de que naciera el niño. Durante un tiempo mantuve el contacto con Ilia, solo para asegurarme de que ese mequetrefe cumplía mis instrucciones. Tenía que ganarse mi confianza, y solo entonces le prometí dejarlo en paz. Un día me llamó para decirme que vivir con sus padres se había vuelto insoportable. Nadya exigía una vivienda aparte, quería sentirse independiente. La entendía. Una familia joven debe vivir sola, no hacinada en un cuartito de la vieja casa paterna.
Ilia me pidió dinero prestado. No era una suma grande, porque los inmuebles en nuestra aldea siempre valieron cuatro perras. No pude negarme, y él nunca devolvió el préstamo. Sinceramente, tampoco lo esperaba mucho. Me reconfortaba pensar que había hecho por Nadya todo lo posible. Tenía familia, un techo, estaba protegida y nunca repetiría el destino de mi madre.
Durante un tiempo eso me bastó. Pero ahora… ahora no puedo librarme de la sensación de que me necesita otra vez. Sí, han pasado muchos años. Ella está casada, es una mujer feliz, y yo de pronto decido caerle encima como nieve en abril.
Está bien, prometo no entrometerme. Solo quiero asegurarme de que todo va bien. Solo mirarla, verla aunque sea un instante. Con eso quizás me baste. Ojalá…
Me detengo al otro lado de la calle de su casa. No me apresuro a bajar; primero observo el patio. A través de la valla se ve un coche decente junto al garaje, un jardín cuidado, una piscina inflable y juguetes infantiles. Tal vez, además de su hijo, ya tuvo otro niño. Debería alegrarme de que todo le haya salido tan bien.
¿Entonces la inquietud que me perseguía era infundada? ¿Me inventé un pretexto para venir? Hasta me da vergüenza ante mí mismo, no digamos ya ante mis colegas. Podíamos estar rodando la quinta temporada en los decorados de Kiev, y por mi culpa nos mandaron a este agujero. Hay que ser imbécil…
De pronto, el portón se abre y veo a un hombre que en nada se parece a Ilia. Detrás de él aparece una mujer. Imposible confundirla con Nadya: tendrá unos cuarenta años. Dentro de mí se despierta el detective que pronto tendré que interpretar en el set. Quiero averiguar quiénes son esas personas que pasean con tanta seguridad por el patio de Nadya. ¿Quién demonios son?
Apuro las últimas gotas del café ya frío. Me bajo la gorra hasta taparme la cara y salgo del coche. Solo entonces me doy cuenta de lo ridículas que resultan las gafas de sol en el crepúsculo, pero qué más da. Aún no estoy listo para mostrar mi cara en las calles de este pueblo.
—Disculpe —cruzo la calle corriendo—. ¿Podría un momento?
La pareja se detiene. Me miran con desconfianza.
—Buenas tardes —saluda el hombre.
—Buenas. Usted… —no sé cómo empezar—. ¿Podría decirme si aquí vive Nadya… Maslienko? —todavía me cuesta juntar su nombre con ese apellido.
—No conocemos a nadie con ese nombre —asegura la mujer, apresurándose a entrar en el patio.
Un momento.
—No puede ser. Esta es su casa —me asomo tras la valla, como si buscara pruebas de que Nadya está allí—. Estoy seguro.
—Esta es nuestra casa —replica el desconocido, cortándome el paso hacia el portón—. Aunque espere… ¿Se refiere a la esposa del antiguo dueño?
—¿Antiguo?
—Sí. Compramos esta casa hace cuatro años.
—¿Y a dónde se mudó la familia que vivía aquí antes?
—Ni idea. Nunca me interesaron sus planes.
—¿Recuerda al menos algo?
—Lo siento, no puedo ayudarle. Pregunte a la gente, en las tiendas…
Como si pudiera. En uno o dos días los periodistas no me dejarán dar un paso sin interrogarme sobre la trama de la nueva temporada.
Me invade la decepción. Quizás Nadya ya no esté ni en la ciudad, y yo crucé medio país para nada… O tal vez sea justo la señal de que debo dejar de correr tras fantasmas y empezar a vivir en el presente. Ojalá pudiera saber de antemano qué es lo correcto.
—Está bien… gracias.
—De nada —se encoge de hombros el hombre.
La mujer, que ya había entrado al patio, asiente pero no me quita la vista de encima.
—¿No lo habré visto en algún lado? Su voz me suena… —dice, escudriñándome el rostro.
—Lo dudo —respondo, apresurando el paso para alejarme.
Pues ya está. ¿La encontraste? ¿La viste? ¿Qué esperabas, que estuviera sentada en el umbral aguardando tu regreso? ¡Imbécil! Hay que aceptar que Nadya tiene su propia vida. No está atada a este agujero y puede ir adonde quiera. Reacciona de una vez. No te necesita.
Solo que me siento tan vacío por dentro, que me entran ganas de aullar como un lobo. Y ese vacío no se llena ni con trabajo ni con fama.