Siempre cerca

Сapítulo 11

—¿Dónde estás? —pregunta Max. Su voz está tensa como una cuerda. Seguro que le cuesta un gran esfuerzo no empezar a gritar. Profesionalidad, ante todo.

Ocupa el puesto de asistente de dirección, aunque en realidad se parece más a una niñera que cuida de los actores: impide que alguno se pierda de parranda, saca a otro de una borrachera, resuelve asuntos legales por alguien más. Es un soldado universal. Lo llaman cuando se rompe la cremallera de unas botas, cuando alguna chica necesita tampones, cuando el maquillador disimula mal unas ojeras o cuando hay que poner en su sitio a una estrellita. Puede ser al mismo tiempo un hombro para llorar y un matón. En general, es un buen tipo, aunque a veces me irrita su afán de controlarlo todo y a todos.

—Paso por la casa de los padres de una amiga —confieso, mirando las malezas donde antes había un jardín—. Vaya… el techo se hundió. Si te doy la dirección y el apellido de los dueños, ¿puedes averiguar qué fue de ellos?

—Puedo, pero no lo haré.

—Entonces lo haré yo. Tengo que visitar a…

—Espera, Damián. No puedes visitar a nadie. ¡Nadie debe enterarse de que estás aquí! Le prometí a la producción que se mantendría distancia entre ustedes y los locales.

—Lo dices como si fueran contagiosos.

—No contagiosos, pero tampoco muy cuerdos. Hace poco una señora me acorraló… casi me sacude el alma hasta que acepté que su cafetería hiciera el catering en el set.

—¿Y aceptaste? —me quedo sin palabras. ¿Cómo logró esa mujer doblegar a esta roca?

—Bueno… trajo unas cuantas comidas de prueba… después de las empanadillas de cereza, estaba dispuesto a cualquier cosa —ronronea de tal forma que ahora a mí también me apetecen esas empanadillas, aunque enseguida se recompone, carraspea—. Es otra prueba de que los locales no rechazan la oportunidad de ganar dinero con nosotros. Y contigo, aún menos. Si no quieres ver cientos de fotos comprometedoras tuyas en la red, no andes donde no te llaman.

—O simplemente no haré nada comprometedor.

Max suelta una carcajada.

—¿Tú? ¿En serio sabes hacer eso?

No.

—Si me lo piden bien. O si me haces el favor de conseguir información sobre la familia de mi amiga…

Se oyen maldiciones al otro lado de la línea.

—Está bien —suspira—. Averiguaré sobre tu amiga, pero ahora mismo das la vuelta y vas al set. Tu tráiler ya está preparado, pasarás la noche allí para que no me preocupe.

—¿Y me traerán empanadillas?

—¿Me estás tomando el pelo?

—No. Solo quiero esas empanadillas.

—Mañana empezarán a dar de comer a los trabajadores. Si eres un buen chico, quizás te caiga alguna.

—Esto son condiciones de esclavitud…

Me quedo un rato frente a la casa derruida. Trato de adivinar qué pudo pasar allí. La habitación donde dormía Nadya ya no existe, la pared se vino abajo. Mi ventana hacia un mundo de calma y silencio se ha hecho añicos. Es una visión terrible. Peor que mi propio apartamento… El ánimo se me va al suelo.

—De acuerdo —me digo a mí mismo—. Volveré.

Arranco el motor y, con la dirección que me mandó Max, conduzco al otro extremo de la ciudad. Tengo que leer el guion, quizás logre memorizar algunas líneas…

Me he acostumbrado a vivir en un tráiler. Y cuanto más éxito tiene la serie, mejores condiciones me ponen. Ahora, viendo que el tráiler parece un ático con ruedas, estamos en la cima de la popularidad. Hasta me pusieron una cama de matrimonio. Max la llama “el lecho de la pasión”. Como si yo pudiera traer aquí a alguna chica…

Como si quisiera traer a alguna chica.

Me ducho —ya aprendí a hacerlo rápido, para no gastar demasiada agua— y me dejo caer en la almohada. Hora de trabajar. Leer ese maldito texto… Pero en cuanto empiezo, las líneas se me emborronan y se convierten en un batiburrillo ilegible. Mis pensamientos están muy lejos de la realidad. Vuelven una y otra vez al pasado lejano. No quiero, es demasiado doloroso, desagradable, incluso repugnante. He hecho muchas cosas malas. Intentando sobrevivir, rompí a personas. Pero solo me arrepiento de una. Y esa tiene que ver con Nadya.

Pude ocupar el lugar de su marido, mientras estaba libre. Pude. Pero no lo hice. Ni siquiera lo intenté. Le empujé a otro.

Con esos pensamientos me duermo.

La mañana llega demasiado rápido. En parte porque no cerré las persianas. Me cubro la cabeza con la almohada, intentando volver a dormir, pero es inútil. Las voces afuera son demasiado ruidosas. Y, si no me equivoco, hay un conflicto.

¿Y quién soy yo para evitar los conflictos?

Me obligo a levantarme y arrastro los pies hasta la puerta.

—¡Solo quería mirar! ¡En ningún sitio pone que esté prohibido! ¡Deberían poner carteles de advertencia! —se oye la voz de un chiquillo—. ¡Suélteme!

Salgo afuera.

Junto a mi tráiler, Max se cierne sobre un chaval rubio, muy flaco, que a lo sumo mide un metro. Pero eso no le impide tener los puños en alto, amenazando a un adulto. De verdad, parece cómico.

—¿Qué pasa aquí? —pregunto, bostezando.

El niño se gira hacia mi voz. Sus ojos se agrandan como pelotas de tenis. Qué gracioso este enano.

—Estaba husmeando junto a tu tráiler —escupe Max—. Seguro que lo mandaron los periodistas. ¡Ya hasta reclutan niños!

—Nadie me reclutó —se defiende el crío—. Solo que… mi mamá trabaja aquí. Me trajo porque en nuestro piso se rompió la cerradura y tiene miedo de dejarme solo. Así que decidí dar un paseo… Ni soñaba con encontrarme con Horovyi.

—Lo voy a echar —masculla Max.

—No seas tan bruto —me dirijo al chaval—. Normalmente no es tan gruñón. Seguro que solo no ha desayunado.

—¡Mi mamá trajo el desayuno! ¡Puedo llevarlo!

—Perfecto —asiento—. Max, puedes retirarte. La amenaza ha pasado.

—Pero…

—En serio. Seguro que tienes mil cosas mejores que hacer que asustar niños. Yo me encargo del desayuno, y el chico… ¿Cómo te llamas?




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.