Siempre cerca

Capítulo 12

Abro la boca, pero no consigo pronunciar palabra. La miro. Mi Nadya… No ha cambiado nada desde la última vez que la vi. Solo que en sus ojos se ha instalado un poco de frío acerado, y en sus gestos y su expresión hay una contención que antes no existía.

—Górovoy me invitó a tomar té con él —la voz de Marko me devuelve a la realidad. Entonces, ¿ese crío es el hijo de Nadya? Tan mayor ya… ¿En qué momento creció? En mi mente sigue siendo un niño pequeño.

—No llames a este hombre Górovoy —responde Nadya—. Tiene un nombre. Disculpa —sigue sin mirarme.

—No pasa nada, ya estoy acostumbrado —quiero sonreír, pero lo que me sale es más un espasmo nervioso.

—¿Ya se decidió por el desayuno?

—Yo…

—Él quiere tortilla con jamón —responde Marko por mí, y le estoy sinceramente agradecido por ello—. Yo me encargo de las bebidas —coge un vasito y se acerca con aire muy serio a los termos.

—Oh, no, jovencito —Nadya lo agarra de la mano y lo aparta de la mesa—. Quedamos en que solo estarías a mi lado. Quieto y sin hacer ruido.

—Sí, pero esta oportunidad…

—Está bien —la tranquilizo—. No me molesta, al contrario.

Nadya se vuelve y nuestros ojos se cruzan por primera vez. Apenas un instante, pero suficiente para saber que me ha reconocido. Entonces, ¿a qué viene esta farsa? ¿Será que no quiere hablar conmigo delante de su hijo? ¿Teme que le cuente algo a su padre? Aunque yo ni siquiera pensaba darle motivo de celos.

Aunque ganas no me faltan.

Dios, si pudiera volver a mis dieciséis años… Lo habría hecho todo distinto. Mejor habría terminado la escuela en un internado, o incluso en un correccional de régimen estricto, antes que perder a la persona que tanto amaba. Fui un cobarde. Un cobarde a los dieciséis, y uno aún mayor a los dieciocho.

—Marko, dale las gracias a Demian por su amabilidad y espera junto al coche. En cuanto acabe, podré llevarte a casa de la vecina.

El ceño del niño se frunce con severidad.

—¡No quiero ir con ella! —grita, pateando el suelo.

—Lástima que nadie te lo pregunte.

Por fin recupero el don de la palabra.

—¿Y qué tiene de malo la vecina? —pregunto, como por cortesía, dejando mi desayuno en la bandeja.

—Cuando voy, se sienta al piano y toca para mí. Y yo tengo que fingir que me gusta. Pero no me gusta nada, es tan aburrido que dan ganas de morirse.

—Es la única que aún acepta cuidarte.

—¡Pero no necesito niñera!

—Acabas de demostrar que sí la necesitas. La conversación se ha terminado.

Vaya, ¡qué severa se ha vuelto! Me hace sentir un poco incómodo. Aunque, por otro lado, mejor que el niño no esté cerca un rato. Por fin podremos hablar, y yo lo necesito como al aire.

—No te preocupes, Marko. Estoy seguro de que tendremos otra ocasión para tomar té juntos —le digo para animarlo.

—Eso lo dudo mucho… —susurra Nadya solo con los labios, mientras limpia la mesa con una toalla de papel.

Le tiendo el puño al chico para que lo choque con el suyo. Recojo mi comida y voy hacia mi tráiler. No puedo evitar las ganas de mirar atrás y, cuando lo hago, la veo a ella, que a pesar de la cola que se ha formado frente a la mesa, me sigue con la mirada.

Ahora lo importante es aguantar hasta la comida.

Durante esas cinco horas no encuentro calma. Intento varias veces concentrarme en el guion, pero lo dejo a un lado una y otra vez. Esta incertidumbre me está volviendo loco. Por eso, cuando llega la hora de comer, soy el primero en ponerme en la fila como si estuviera muerto de hambre.

—Buenos días a todos —ronronea una mujer desconocida tras la mesa de servicio—. Hoy para comer tenemos…

¿Por qué ella? Yo esperaba ver a Nadya.

—Disculpe, ¿y la chica que servía la comida esta mañana?

—Se ha sentido mal —responde la mujer con un gesto desganado mientras se ata el delantal a la cintura—. Se tomó el día libre hasta mañana.

De repente, se me quita el apetito.

Salgo de la fila. ¿Así que eso es? Y esta mañana parecía perfectamente bien. ¿Será que se sintió mal por mi presencia? Bueno… habrá que comprobarlo.

Busco a Max con la mirada. Siempre está ocupado, controlando incluso a quienes no están bajo su mando. Como ahora, con un casco de obrero en la cabeza, dándoles instrucciones a los decoradores sobre cómo fijar bien las tablas en las ventanas.

—Oye —le doy una palmada en el hombro—. ¿Averiguaste lo que te pedí?

—No, no tuve tiempo. Lo siento, tío.

—No importa, porque ahora tengo otro favor.

—Sorpréndeme.

—Averigua la dirección de la camarera que servía el desayuno.

Max me mira como si hubiera traicionado a alguien.

—Hoy llega Anya y ¿tú decides coquetear con una camarera? No tienes vergüenza, ¿eh?

—No se trata de eso. Ella… ella es la amiga de la infancia de la que te hablé.

En su cara aparece un evidente alivio.

—No irás a su casa, ¿verdad?

—Claro que no. Sería una estupidez. Fíjate que incluso fingimos ser extraños en el set para no llamar la atención. Solo quiero… enviarles una botella de vino a ella y a su marido.

—Bueno, si es así. De acuerdo, ya me entero.

Debo de ser buen actor si creen mis mentiras tan fácilmente.

—Pero nada de visitas —repite Max, como para grabar bien esa regla en mi cabeza.

—Ninguna visita —asiento.

Apenas oscurece, llega el autobús con los compañeros al campamento de tráilers. Para no despertar sospechas en Max, paso unas horas con ellos. Ayudo con el equipaje, escucho las quejas de Anya sobre el viaje pesado y pongo dinero para la fiesta que, por tradición, organizamos antes de empezar a rodar una nueva temporada. Y cuando nuestro vigilante baja la guardia, subo al coche y me escapo.

—Vishnevskogo, número 10 —tecleo la dirección en el navegador.

Apartamento noventa y ocho. ¿Y por qué se mudaron a un edificio apestoso, teniendo una casa tan decente? Cuando vea a Illya, se lo voy a preguntar.




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