Nadiya
El corazón me late tan fuerte que me duele el pecho. Tenía miedo de verlo. Miedo de escucharlo. Miedo de tocarlo, y ahora nuestros labios se han entrelazado en un beso, y todos mis temores se han convertido en realidad. Esto está mal. No debería ocurrir. Tal vez para él sea solo un pasatiempo, pero en este mismo instante mi alma se hace pedazos y tendré que recogerla de entre mil fragmentos.
Un precio alto por comprobar que, pese a todo, sigo amándolo. Alto, pero justo.
Lo que me queda de sensatez me dice que debo detenerme. El instinto de supervivencia grita en mi cabeza como una sirena, y yo lo ignoro con terquedad, aferrándome a… ¿a qué? Demian nunca estará conmigo. Ahora vivimos en mundos distintos, y el hecho de que se hayan cruzado es solo una coincidencia.
O el destino.
No. Tengo que ser fuerte. No puedo permitirme otro error. Con las últimas fuerzas recupero el control de mi cuerpo y empujo a Demian.
—¿Qué estás haciendo? —gruño, en voz baja para que Marko no escuche—. ¿Es que no tienes vergüenza?
Mis labios arden como si los hubiera rozado la ortiga. Las mejillas me queman. Me avergüenza imaginar cómo debo de verme ahora.
—No, no tengo —sonríe con torpeza—. La perdí por ahí.
—¡Pues búscala! O pídesela a tu prometida, que te ayude.
Demian mete las manos en los bolsillos y, tras suspirar hondo, baja la cabeza.
—¿Hablas de Svitlytska? Mira, con ella no es tan sencillo. No puedo explicarlo aquí, en el pasillo…
—Pues no lo expliques en absoluto. No me interesa. Guarda las intrigas de tu vida personal para los programas de televisión —abro la puerta de nuevo—. Perdona, pero no te invito a tomar té. Tengo que acostar al niño.
—¿Entonces le darás mi regalo? —me tiende ese maldito encendedor.
—No.
—¿Por qué?
—Porque un encendedor en manos de un niño de ocho años es un océano de oportunidades para meterse en problemas. Cuando tengas hijos, lo entenderás.
Parece que ese argumento lo convence.
—Entonces inventaré otra cosa.
—Lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejado de nosotros —me escondo en el pasillo—. Adiós, Demian.
—Hasta mañana —responde.
Solo dentro del piso consigo soltar el aire. Aunque no estoy segura de que se haya marchado. Atranco la puerta con una silla, porque nuestra cerradura todavía no funciona.
—¿Ese era Demian Levchenko? —exclama Marko justo detrás de mí—. ¿Era él?
Odio mentirle a mi hijo. Pero no tengo otra opción.
—¿Y de dónde sacas eso?
—Porque escuché una voz parecida.
—Piénsalo bien, ¿qué motivo tendría Levchenko para venir a casa?
—Es verdad… —suspira el pequeño—. Si él viniera aquí, me moriría de felicidad.
Y yo casi me muero. Aunque no de felicidad. Más bien de desesperación, porque a su lado pierdo la razón. Y no puedo permitírmelo. Todos esos sentimientos son un lujo prohibido.
—¡Por Dios, si todavía te tiembla el cuerpo por la excursión de esta mañana al set de rodaje! Qué suerte que mañana lo pases con María Fiódorovna y tengas la oportunidad de tranquilizarte. Dicen que la música clásica ayuda al sistema nervioso.
—Odio su música… —murmura Marko.
De verdad lo compadezco, pero no hay alternativa. No lo dejaré solo en un piso cuya puerta ni siquiera cierra. Y si me lo llevo otra vez conmigo, corro el riesgo de perder el trabajo. Mi jefa se pondría furiosa si se enterara de que Marko rondaba por el plató molestando a los empleados.
Además, a mí me resultará más fácil luchar contra mis emociones cuando vuelva a ver a Demian. Qué contradicción tan absurda… por un lado, deseo que mañana no aparezca a por la comida, pero por otro, más que nada en el mundo, quiero volver a verlo. No es normal.
—Te entiendo —abrazo a mi hijo, tratando de aliviar mi culpa. Él, claro, se resiste, porque los chicos de su edad consideran estas muestras de cariño una debilidad. Mi pequeño erizo—. Aguanta solo un día más. Cobraré y llamaré al cerrajero. Así podrás volver a quedarte solo en casa.
Qué panorama tan alentador.
—Ajá. Y además iremos al parque de atracciones… —añade el pillo, abrazándome con torpeza.
—Exacto. Iremos sin falta.
—Por eso estoy dispuesto a esperar.
Por eso yo también estoy dispuesta a esperar. El dinero no cae del cielo. Tengo que alimentar a mi hijo, y por eso no me dejaré arrastrar por los sentimientos: cumpliré con mi trabajo.
A partir de mañana seré fuerte. No dejaré que Demian me saque de mi centro. Que busque otra distracción.