Marisol caminaba en forma distraída a través de las tumbas del cementerio. Cada domingo, sin faltar, iba a visitar el lugar donde yacían los restos de su hijo Abel. El pequeñín que no logró sobrevivir ni siquiera un año desde la fecha de su nacimiento.
Ese domingo coincidía con esa fecha. Abelito cumpliría cuatro años de edad. Luego de caminar un rato, llegó hasta una pequeña lápida y se arrodilló frente a ella, colocó un pequeño auto de juguete sobre la tumba y empezó a conversar.
— ¡Hola bebé! ¡Feliz cumpleaños! Me hubiese encantado poder traerte un pastel, aunque fuera pequeño. Pero la verdad es que no me ha ido muy bien en estos días. — La joven soltó un suspiro. — Y sabes que debo juntar cada centavo para poder pagar la renta y para no quedarme sin internet. Pero te traje un regalito. Lo compré hace un par de semanas, así que no te preocupes bebé, no me voy a quedar sin comer.
Para Marisol, era impensable faltar un solo domingo al cementerio para conversar con su hijo. Era su catarsis, su desahogo, su válvula de escape de la dura realidad que vivía. Estaba sola, no había podido continuar sus estudios y trabajaba como cajera en un supermercado, sueldo que apenas sí le permitía sobrevivir. También había descubierto, afortunadamente, que tenía cierto talento para contar historias, así que, casi por hobby, se había inscrito en una plataforma online para escritores aficionados y, para sorpresa suya, sus novelas y relatos habían tenido tanta acogida, que ya se estaban vendiendo en dicha plataforma, lo cual le daba un pequeño ingreso extra.
A nadie le contaba de sus visitas al cementerio. Aunque “nadie” era una exageración. Era absolutamente introvertida y poco sociable, con sus compañeros de trabajo apenas cruzaba un saludo. Realmente, sólo mantenía amistad con Eva y su esposo Fernando, ella era una antigua compañera de bachillerato. Ambos habían sido su único apoyo cuando su mundo se derrumbó totalmente y se quedó sola. Ambos la habían acogido en su casa y Fernando, quien era médico, fue quien la había atendido durante su embarazo y quien recibió al pequeño Abel cuando nació. También hizo todo lo posible por la salud del pequeño pero, su débil corazón no resistió.
Cuando Eva se embarazó de su pequeña hija Camila, Marisol decidió que era momento de agradecer a la pareja todo su apoyo y mudarse para vivir por su cuenta. Nunca lo dijo, pero ver a su amiga embarazada le causaba mucho dolor y le hacía recordar a su pequeño Abel. No cortó contacto con ellos, al contrario, la amistad siguió sólida y fuerte, tanto así, que Eva y Fernando le pidieron que fuera madrina de Camila y Marisol aceptó encantada. La pequeña princesa era su adoración… pero no era su bebé, nunca nadie supliría a su bebé.
El adormecimiento en sus rodillas la sacó de sus recuerdos y, lentamente, se puso de pie.
— Me voy bebé. Te quiero mucho. — Dijo mirando la lápida una vez más. — Si tu papá hubiera sabido de ti, también estaría aquí celebrando tu cumpleaños, estoy segura. Era un buen hombre ¿Sabes? Pero le fue tan difícil conseguir esa beca… Y él ya estaba en Alemania cuando supe que venías. No quise hablarle de tí para que no renunciara a todo y se regresara por mi culpa. Sé que lo hubiera hecho, pero ¿Y luego? Él lo hubiera perdido todo y quizá, al final, se la hubiera pasado reprochándomelo.
Soltó un suspiro triste. Acarició con cariño la lápida y luego empezó a caminar hacia la salida del cementerio.
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Editado: 03.10.2020