Siempre fuiste tú

Capítulo 3

Casi amanecía. Adán y Marisol estaban sentados en un sofá, abrazados.

— Perdóname. — Musitó él al oído de la joven, intentando que no los escucharan Eva y Fernando. — No debí haberte tomado de esa manera. No sé qué me pasó. Creo que te lastimé y no era mi intención.

— No te preocupes. — Respondió ella con la mirada baja, totalmente ruborizada. — Estoy bien.

— Te quiero Marisol. De verdad te quiero. — Dijo él besando su cabello. — Voy en serio contigo. Esto que pasó no lo tenía contemplado, yo pensaba respetarte hasta poderte ofrecer algo sólido. Te prometo trabajar duro para poder establecerme y formalizar contigo.

La joven lo miró emocionada tratando de contener las lágrimas. Estaba enamorada de Adán y sabía que, difícilmente, podría encontrar a alguien como él: Maduro, responsable, inteligente, buen conversador y, sobre todo, que la quisiera a ella con todo y sus defectos. O más bien, con los defectos de sus padres. Ambos eran líderes religiosos de la parroquia que frecuentaban, lo cual los hacía ser exageradamente estrictos con ella y vivir de acuerdo a las apariencias. Ante los demás pretendían ser una familia amorosa y profundamente religiosa cuando a Marisol, lo que más le faltaba era amor. Sus padres, en privado, eran fríos, raramente cariñosos y rarísimas veces se preocupaban genuinamente por ella, sólo lo hacían si algo de ella pudiera afectar la imagen pública de la familia. Eran, por lo general, bastante restrictivos.

— Yo también te quiero. — Contestó ella soltando un suspiro.

— Tengo que irme. — Asintió él. — Lo de mi viaje a Alemania no puedo hacerlo a un lado. Luché mucho por ganarme esa beca. Pero en cuanto regrese retomamos esto y, de ser posible, nos casamos inmediatamente. ¿De acuerdo?

Ella sonrió asintiendo, con una lágrima brillando en los ojos.

— Te lo prometo Marisol. — Adán le dio un breve beso. —Voy a regresar por ti.

— ¿Quieren ir a desayunar? — Dijo Eva acercándose a ellos.

— Yo no tengo hambre. — Dijo Adán. — Pero sí me gustaría que llevaran a Marisol a comer algo.

— Necesitas comer. — Dijo Fernando abrazando a su esposa. — El día va a ser muy complicado para ti. Necesitas fortalecerte para poder aguantar.

— Gracias doctor. — Respondió Adán negando. — Pero, honestamente, no creo poder pasar bocado.

— Vamos. — Dijo Marisol poniéndose de pie. — Le voy a traer un sándwich para que se lo coma en cuanto apetezca algo.

Los tres salieron y Adán se puso de pie, caminó lentamente hacia los féretros donde sus padres reposaban y se quedó junto a ellos meditando. No era una persona de orar, y en este momento se sentía tan abatido, tan desconcertado, que ningún pensamiento coherente le venía a la mente.

¿Qué iba a pasar ahora? Se iba a ir a otro país a estudiar, eso era un hecho, pero. ¿Y luego? Marisol… Luego estaba Marisol. Era lo único real y seguro que tenía en este momento, el amor de Marisol. Lo que había pasado esa madrugada lo asustó un poco. Adán la respetaba y no le había pedido intimar antes. Ni lo tenía planeado hacer ahora, que sucediera fue incidental y se sentía apenado por cómo habían sucedido las cosas, pero… ¿Ella cómo se sentiría? Necesitaban hablar largo y tendido en otro momento. Ahora no tenía cabeza para nada.

— ¿Dónde está mi hija? — Una voz autoritaria lo sacó de sus cavilaciones.

Se giró intrigado y se encontró que los papás de Marisol habían llegado.

— Eva y su esposo la llevaron a desayunar. — Dijo en voz baja. — No sé a dónde, supongo que por aquí cerca.

El hombre sólo asintió y se retiró a un sofá con su esposa sin agregar nada más.

Adán siguió junto a los restos de sus padres mientras la sala se iba llenando poco a poco de deudos.

Marisol, un rato después, lo obligó a comer algo y cerca de medio día, el cortejo partió hacia el cementerio.

Adán se sentía como el espectador de una mala película. Veía todos los acontecimientos como alguien ajeno a su propio cuerpo. Miró como bajaban los ataúdes a sus sepulturas sin mostrar ninguna emoción. Vio cómo caían las paletadas de tierra sin expresar nada. Recibió las condolencias sin apenas un gesto. Marisol permanecía a su lado consternada y preocupada por él.

Cuando terminó el servicio, se acercó a Eva.

— Me tiene muy angustiada Adán. — Le dijo en un murmullo. — Temo que se derrumbe en cualquier momento.

— Nos lo vamos a llevar a la clínica. — Dijo el papá de Eva, también médico. — No es bueno que se quede solo en estos días, así que lo vamos a mantener en observación.

— No creo que se deje internar. — Negó Marisol con lágrimas en los ojos. — Y mis papás no me van a dejar estar con él para estarlo checando.

— Entonces se irá a nuestra casa. — Dijo Fernando mientras abrazaba a Eva. — Tú quédate tranquila. Yo lo voy a estar vigilando.

— Gracias Fer. — Musitó la joven.

No bien había terminado de hablar, cuando sus papás se acercaron.

— Vámonos. Se hace tarde. — Dijo el hombre tomando a Marisol del brazo. — Tenemos asamblea en la iglesia en menos de una hora.




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