Siempre Fuiste Tu

Capítulo 2 – El novio perfecto

Tomás parecía salido de una película. Traía flores frescas, una sonrisa que parecía pintada y esa seguridad que hacía que todos creyeran que era el novio ideal. Lucía quiso sentirse feliz, pero un pequeño nudo en su estómago no la dejaba disfrutar del momento.
—¡Hola, Lucía! —dijo Tomás, con esa voz que intentaba sonar casual—. ¿Lista para sobrevivir al primer día?
Ella sonrió, aunque su mente seguía repasando la imagen de Daniel: su mirada intensa, su risa fácil, esa manera de moverse como si nada importara más que el instante. Lucía trató de ignorarlo, pero cada vez que su corazón se tranquilizaba un poco, Daniel aparecía en algún rincón de su visión, observándola en silencio.

Durante el día, Tomás se comportó como el novio perfecto: la acompañó a clases, le dio pequeños detalles, la hizo reír con bromas cuidadosamente planeadas. Lucía creyó en cada gesto, en cada palabra. Pero una parte de ella sabía que algo no estaba bien; había un vacío que ni las flores ni las sonrisas podían llenar.

Todo explotó en el bus de regreso a casa. Tomás se inclinó hacia ella y, con una mirada que intentaba parecer sincera, le dijo:

—Lucía… creo que debemos terminar.

Lucía parpadeó, incrédula. Antes de que pudiera responder, Tomás continuó:

—No es por ti… es que no puedo seguir. Volví con ella, con mi primera novia. Yo… la engañé cuando estaba contigo, y no puedo… no puedo fingir más.

Lucía respiró hondo, tratando de que las lágrimas no delataran todo lo que sentía. Con la voz temblorosa, pero firme, le respondió:

—¿Sabes, Tomás? Me duele… y mucho. Pero no puedo quedarme con alguien que no me quiso completamente, que decidió volver con otra persona mientras yo estaba aquí, confiando en ti. No merezco ser segunda opción. Así que sí… terminemos. De verdad, espero que seas feliz, pero yo también necesito aprender a ser feliz sin ti. Solo espero que nunca más vuelvas.

El mundo de Lucía se detuvo. No hubo palabras, solo un silencio pesado que ocupó todo el espacio entre ellos. Las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas mientras el bus avanzaba, llevándola a casa y a un dolor que no había sentido antes.

Ese mismo día, mientras ella se recuperaba de la sorpresa y la tristeza, Daniel apareció en su mente de manera insistente. Recordó su risa, la forma en que la miró ese primer día y cómo, sin decir una sola palabra, había logrado que su corazón se agitara.

Mientras Lucía lloraba sola en su habitación, su teléfono vibró con un mensaje que cambiaría todo: era un número desconocido que decía simplemente: "Desde el primer día que te vi… me gustas demasiado, Lucía."




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