Lucía miró el mensaje varias veces, como si leerlo una y otra vez pudiera borrar el nudo en su garganta y al mismo tiempo encender una chispa de emoción. Un número desconocido que decía simplemente:
"Desde el primer día que te vi… me gustas demasiado, Lucía."
Su corazón se aceleró. ¿Quién sería? La curiosidad y un extraño cosquilleo la hicieron responder:
—¿Quién eres?
La respuesta llegó casi de inmediato:
—Alguien que no puede dejar de mirarte, me encantan tus ojos, ese café intenso en ellos me cautivo.
Lucía casi dejó el teléfono caer. La sinceridad de esas palabras, la valentía de confesarlo así, le dio un vuelco al estómago. Ese alguien era… Daniel. Lo supo antes de que él se presentara formalmente, antes de que alguna conversación fluyera en persona.
Los días siguientes coincidieron en trabajos grupales, proyectos y pasillos de la universidad. Al principio, solo fueron miradas y gestos: un guiño rápido, una sonrisa cómplice, la forma en que él se inclinaba sobre los apuntes para explicarle algo y su brazo rozaba el suyo sin que pareciera accidental.
Poco a poco, las palabras comenzaron a fluir. Entre risas y bromas, compartieron secretos que no contaban a nadie más. Daniel le hablaba de viajes, fiestas y momentos con sus primos; Lucía le contaba de sus sueños, su pasión por la programación y la música que la hacía perder la noción del tiempo.
Y así, sin darse cuenta, la amistad se convirtió en algo más profundo, algo que no necesitaba nombre todavía.
Una tarde, después de entregar un proyecto, Lucía invitó a sus amigas y compañeros a su departamento a ver películas. Mientras llevaba palomitas a la sala, sintió una presencia detrás de ella.
Daniel estaba ahí. Sus ojos buscaban los de ella, y sin esperar, tomó su mano, la acercó a la pared y la besó suavemente.
—Perdóname… no podía más. Me gustas demasiado —susurró, su voz temblando apenas.
Lucía se quedó paralizada. Su corazón latía como un tambor, sus manos se aferraban al borde de la mesa, sin saber si debía empujarlo o quedarse.
Lucía respiró hondo y apenas murmuró:
—No sé si… esto está bien…
Daniel solo sonrió, como si esperara esa incertidumbre, y en sus ojos se reflejaba algo que ella no podía ignorar: un mundo de posibilidades que acababa de abrirse.
Editado: 18.09.2025