Siempre Fuiste Tu

Capítulo 5 – La duda y la ruptura

Los días que siguieron a la llegada del mensaje fueron tensos. Daniel ya no sonreía como antes; sus palabras eran cortas y sus gestos, distantes, no llegaba a las citas. Lucía intentaba descifrarlo, preguntaba, buscaba razones, pero él se cerraba:

Un día, Lucía decidió confrontarlo y le preguntó:

—¿Por qué has cambiado tanto? Hoy eres indiferente, no contestas mis mensajes ni llamadas por días, no acudes a nuestras citas y ni siquiera me avisas cuando no vas. ¿Podrías cambiar estas cosas para mejorar nuestra relación?

Daniel respondió, con la mirada esquiva, mientras estudiaban juntos una tarde: —Nunca cambiaré, y menos lo haré por ti.

Ese simple comentario rompió algo dentro de Lucía. Las horas compartidas, los secretos, las risas… todo parecía desvanecerse frente a la pared invisible que Daniel había levantado.

Lucía pasó noches en vela, repasando cada momento con él, cada palabra, cada gesto. No entendía cómo alguien que había prometido quererla de verdad podía alejarse sin dar explicaciones claras. Sus amigas la consolaban, pero ninguna podía llenar el vacío que sentía en el pecho.

Un día, después de una discusión particularmente difícil, Lucía sintió que no podía seguir así.

—Daniel… no puedo seguir con esto —dijo, con la voz temblorosa—. Te amo, pero no puedo estar con alguien que no se entrega completamente.
Daniel bajó la mirada, incapaz de mirarla a los ojos. Su orgullo y su miedo al compromiso lo mantenían paralizado. La tristeza y la culpa luchaban dentro de él, pero no pudo detenerla.

—Lucía… yo… —comenzó, pero no encontró palabras suficientes—. Entiendo… —susurró al final.

Y así, con un nudo en la garganta y lágrimas que no podían detenerse, Lucía se alejó. Por primera vez en mucho tiempo, caminó sola, sintiendo que su mundo se desmoronaba, pero también con la certeza de que debía proteger su corazón.

Tomás, el exnovio de Lucía, comenzó a notar que ella ya no salía con Daniel. Vio en ese silencio la oportunidad perfecta para acercarse de nuevo, decidido a recuperar lo que había perdido. Sin darse cuenta, el tiempo le había revelado una verdad dolorosa: se había enamorado de Lucía de verdad, pero la dejó escapar por una ilusión pasajera, aferrado a la sombra de su primer amor.

Con el corazón arrepentido, buscó cada ocasión para acercarse a ella… pero Lucía, firme en su decisión, lo ignoraba. Esa indiferencia lo desgarraba por dentro y al mismo tiempo lo hacía desearla aún más, convencido de que todavía podía reconquistarla.

Los días que siguieron fueron un tormento: noches de llanto escuchando la canción Adiós de Ambkor, silencios incómodos en el campus, recuerdos que la perseguían en cada esquina. Daniel también sufría, pero su orgullo lo mantenía distante. Se convirtió en un fantasma en su propia vida, viendo a Lucía feliz o triste, pero sin poder acercarse.

Lucía decidió entonces tomar una decisión radical: mudarse temporalmente a otra ciudad, cambiar de número y concentrarse en su trabajo y estudios. No podía depender de alguien que no podía comprometerse a estar con ella plenamente.

Tres meses después, mientras Lucía ajustaba su rutina y comenzaba a reconstruirse, alguien apareció frente a ella inesperadamente: Daniel, con el rostro serio y los ojos llenos de emoción contenida, murmurando:

—No puedo olvidarte… tú eres el amor de mi vida.

Lucía lo miró, incrédula, sin saber si su corazón debería abrirse de nuevo o protegerse del dolor que ya conocía demasiado bien.




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