El café estaba casi vacío. Solo ellos dos, las luces cálidas y el aroma del café recién hecho. Daniel sonrió, un poco nervioso, mientras Lucía tomaba asiento frente a él.
—Han pasado siete años —dijo él—, y siento como si nada hubiera cambiado.
Lucía asintió, con una sonrisa que mezclaba nostalgia y emoción. —Mucho ha cambiado… y también nosotros.
Pero algunas cosas… algunas cosas permanecen igual.
Se miraron en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. La chispa del pasado estaba allí, pero ambos eran diferentes ahora: más fuertes, más conscientes de lo que querían y de lo que no podían permitir en sus vidas.
Se abrazaron, y fue un abrazo cargado de recuerdos, de tiempo perdido y de afecto genuino. Se besaron suavemente, sin prisa, disfrutando del momento, pero sabiendo que el camino hacia algo más sería complicado.
—Siempre serás mi primer amor —susurró Daniel.
—Y tú serás la historia que nunca olvidaré —respondió Lucía.
Se despidieron con una mezcla de ternura y melancolía, conscientes de que sus vidas habían tomado rumbos distintos y que no podían desafiar las circunstancias. Lucía eligió seguir adelante con su carrera y su independencia, y Daniel, con nobleza, respetó su decisión, sabiendo que lo que los unía era más profundo que cualquier obstáculo pasajero.
Ambos siguieron sus caminos, llevando en el corazón la certeza de que su primer amor había dejado una huella imborrable. Cada mirada, cada palabra y cada recuerdo se convirtió en un tesoro secreto, imposible de borrar.
La vida continuó con sus retos, alegrías y aprendizajes, y en ese andar descubrieron una verdad inevitable: amar no siempre significa retener; a veces también es dejar partir… con la esperanza de que, quizás en otra vida, sus caminos puedan coincidir y este amor finalmente llegue a fluir por completo.
Editado: 18.09.2025