El auto se detiene frente a la casa de color azul marino de siempre, el barrio no ha cambiado nada, hay niños jugando en la acera, ancianos jugando en los patios, la brisa sigue igual de fresca. Siento como si me hubiera ido por muchos años cuando en realidad sólo fueron un par de meses, tanto que ni siquiera recordaba que los dos columpios aún siguen colgando debajo de ese enorme abeto que está frente a la casa.
Abro la puerta del auto y me bajo lentamente, no porque tenga miedo de dar un paso en falso sino porque no recordaba tantos detalles de mi casa. Mi mamá me alcanza y me toma del brazo, mi papá está ayudando a Simon a bajarse mientras toma mi maleta.
Nuestro perro “Ruffus” viene corriendo hacia mí, casi me tira al suelo pero no lo hace, pareciera que es gentil conmigo después de no verme por tanto tiempo.
Mi mamá mete la llave en la cerradura y la gira, la puerta se abre y puedo empezar a recordar que antes de que me fuera, la casa lucía igual, no hay ni un solo cambio.
Camino dentro de la casa y me dejo caer en el sofá, ese sofá que antes era mi sofá. Puedo ver que no han movido nada, mis videojuegos siguen ahí, un poco ordenados quizá pero mi consola y mis videojuegos aún están en el módulo junto al televisor.
Papá entra con mi maleta en una mano y con Simon en la otra. Coloca la maleta junto al sofá donde estoy sentado, mi mamá se mete en la cocina y grita desde allá:
-¿Quieres que te prepare algo para comer Kenny?
-No, ma. Así estoy bien, gracias.
-¿Estás seguro que no quieres comer nada? Acabas de salir del hospital y no estás en tan buenas condiciones- dice papá.
-Tienes razón- le digo –Voy a subir a cambiarme de ropa y bajaré a comer algo.
Él sólo asiente mientras acuesta a un Simon dormido, yo empiezo a subir las escaleras lo más despacio posible, me siento un poco nervioso por regresar a mi habitación, ese pequeño santuario que siempre podía llamarlo “mío”. Me refiero a que, en mi cuarto sólo soy yo, no hay nadie más que yo.
Llego hasta la segunda planta de la casa, me quedo parado frente a las dos puertas, la de Bryson está tan limpia mientras que la mía está toda llena de stickers con una señal de precaución para que nadie entre. Siempre quise ser el que marcara la diferencia entre los dos, nunca me agradó cuando la gente decía “el hermano menor es más tranquilo” “el menor de los gemelos es el más estudioso”.
¡Al diablo!
Abro la puerta, todas mis cosas aún están aquí. Mi guitarra, mis pósters pegados en la pared, mis libros, mis CD. Todo está aquí. La única diferencia radica en que mi mamá debió haber limpiado mi habitación, todo aquel desorden querido para mí ya no está, hasta puedo ver el piso de mi habitación, no recuerdo alguna vez haber notado que los retratos de familiares estaban en mi escritorio.
Dejo escapar un suspiro, me hubiera gustado que mi cuarto estuviera como antes, no porque sea un chico sucio sino porque cada cosa tenía una historia importante para mí. Me dejo caer sobre mi cama y me quedo observando el ventilador que cuelga de la pared, gira y gira tan pacíficamente que me hace sentir un poco soñoliento. No me doy cuenta cuando mi mamá entra, trae una bandeja con una porción de pizza en un plato.
Pone la bandeja en la mesa de noche, se sienta en la orilla de mi cama y dice:
-Limpié un poco antes que estuviéramos de regreso, me sorprendió mucho lo desordenado que puedes ser.
-Ma. Mi cuarto tiene un desorden ordenado.
-Ordenado ¿le llamas ordenado a tener media pizza debajo de tu cama, por quién sabe cuánto tiempo?
-Así que ahí estaba. Recuerdo que la escondí y olvidé adonde la había metido, ahora comprendo por qué te decía que tu ambientador no olía bien.
-Me costó mucho sacar ese terrible olor de la habitación, así que por favor no vuelvas a dejar que la comida se descomponga aquí ¿está bien?
-Sí. Lo prometo- le digo mientras ella me abraza.
-Descansa mientras preparo la cena, te llamo cuando esté lista.
-Está bien- le respondo.
Camina hasta el marco de la puerta, se queda parada por unos instantes, se voltea y me dice mientras se seca unas lágrimas:
-Me alegra que estés en casa cariño.
-Yo también- le digo y ella sale de mi habitación.
Me pregunto cómo estará Annie. Me pregunto si aún se acordará de mí, si todavía podremos hacer nuestros viernes de pizza y películas aún cuando ya no estamos en el hospital. Me hace pensar muchas cosas que quizás son ilógicas.