Siempre hay una segunda oportunidad.

Annette.

Me miro en el espejo para tratar de ajustar la estúpida corbata negra, llevo diez minutos intentando hacer un nudo decente pero no lo logro. Me llaman desde la primera planta para que me apure y baje de una buena vez.

Bajo de mala gana y no porque no quiera ir, sino porque no logré hacerme el bendito nudo. Mi mamá me mira y niega con la cabeza, se acerca a mí y arregla mi corbata en silencio. En mi casa hoy todo es silencio.

Subimos al auto los cinco y nos dirigimos a la iglesia para la misa conmemorativa. Ya son veinte años sin ella. La misa transcurre un poco lento pero después de la ceremonia, nos dirigimos al cementerio. Cada uno lleva un ramo de rosas blancas.

Al entrar al cementerio, me siento en paz, porque aquí el tiempo se ha detenido para todos sus habitantes, incluyendo a los que sólo vienen de vez en cuando, nuestro tiempo se detiene mientras estamos aquí. Es como si esta paz silenciosa nos hiciera una invitación a unirnos. Yo casi me úno a ella hace unos meses y me alegra un poco el poder decir que aún soy un visitante y no uno más de los que descanzan aquí.

Caminamos despacio, por el estrecho caminillo que hay entre tumbas y tumbas, logro ver la suya desde la entrada. Es una enorme casita de color rosado, como si fuera una casa para muñecas;  la costruyeron así porque ella aún era muy pequeña cuando murió.

Mi mamá es la primera en llegar, empieza a limpiar el alrededor con un paño en silencio. Papá toma las flores secas del jarrón para reemplazarlas con los ramos que cada uno de nosotros sostenemos, cambia el agua y coloca las suyas primero, luego mi mamá que coloca las de Simon al mismo tiempo que las suyas.

Cada uno se acerca y coloca las rosas en el jarrón con cuidado. Bryson va delante de mí, así que soy el último.

Aparto la mitad de las rosas de mi ramo para alguien más.

Cuando llega mi turno, sólo las coloco en silencio luego me pongo de pie y busco la tumba de mi abuelo junto a mi papá, la tumba  está unas dos o tres a la derecha. Hago lo mismo que mi papá y reemplazo las flores secas por unas nuevas. Hago una pequeña oración y regreso a la tumba de mi hermana.

Cuando regreso, ya todos me esperan en posición para que hagamos una oración juntos, oramos pero nadie se atreve a levantar la voz, lo hacemos más para nosotros mismos que para que alguien la escuche.

Abro mis ojos y leo la lápida:

 

Annette Monroe.

04 de marzo de 1991.

Amada hija. Amada nieta.

“Que Dios reciba en su regazo a un ángel más, un ángel  que regresó demasiado pronto junto a él”

 

En realidad, nunca la llegué a conocer. Podría decir que es una desconocida para mí, pero es mi hermana mayor.  Y no puedo evitar sentirme triste por ella cada vez que venimos a visitarla.

Seguimos de pie, observando la tumba de una niña, mi mamá comienza a llorar y mi papá la abraza. Simon la toma de la mano y empezamos el regreso, el regreso a casa es lo peor.

Me quedo de nuevo al final, observando como las cuatro personas que van delante de mí se mueven lenta y pesadamente a lo largo del cementerio. Todos vestimos igual que nuestra alma en estos momentos: De negro.

Al llegar a casa, empieza la peor parte. Mi mamá se encierra el resto del día en su cuarto, papá la sigue y se queda consolándola hasta que ella toma una pastilla para dormir.

Al llegar a mi habitación, arrojo la corbata al suelo y me siento en la orilla de mi cama. Mi celular suena debajo del nudo de sábanas que olvidé doblar ésta mañana. Lo busco para callarlo porque el silencio de la casa es demasiado pesado, tanto que desde mi cuarto puedo escuchar los sollozos mi mamá, en la planta baja.

Sin ver quién llama, tomo la llamada y contesto:

-¿Diga?

-¡Feliz Navidad!~ Te estuve intentando llamar todo el día pero no tomaste ninguna de mis llamadas ¿Estás en tu casa?

Suspiro profundamente.

-Annie… Salimos por la mañana muy temprano y olvidé mi celular, lo siento mucho… Sí, estoy en mi casa ¿por qué?

-¿Es necesario que arroje una roca a tu ventana para que veas que estoy frente a tu casa?

Me acerco a la ventana y efectivamente ella está ahí. Vestida con un oberol rojo que parece vestido, una camisa verde y también un gorro rojo con una enorme borla blanca.

Suspiro profundo de nuevo.

-Ve al patio trasero, te veo ahí en cinco minutos- le cuelgo antes de escuchar su respuesta. Busco algo de ropa cómoda y me cambio mi traje negro por una camisa azul y un par de shorts negros. Arrojo mis zapatos formales al fondo del mueble y me pongo unas simples zapatillas deportivas.

Bajo las escaleras en silencio y busco la salida del patio, atravieso la cocina y cuando salgo, la veo sentada junto a la balla que separa mi casa de la de los vecinos. Ella me mira asustada. Me siento a su lado y apoyo mi cabeza en su hombro.

-¿Sucedió algo malo?- pregunta preocupada.

-Nada grave. Es sólo que, hoy fuimos a visitar a mi hermana al cementerio y mi mamá está un poco indispuesta.

-¿Tienes una hermana mayor?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.