Algo frío se desliza por mi frente o mi rostro. No me importa donde sea, pero se siente relajante.
Poco a poco comienzo a cobrar lucidez. Aún sigo viendo la oscuridad pero ya puedo pensar por mí mismo. Hasta que abro mis ojos de golpe.
-Q- ¿Qué pasó?
-Eso te pregunto yo ¿¿Qué carajos pasó aquí?
-¿Max, cómo entraste?
-¡La puerta estaba abierta! ¡Yo venía a pedir prestado un juego cuando te encontré en el suelo!
-Max ¡No me grites! Me duele un infierno la cabeza.
-¿Y qué quieres que haga?- Me mira muy asustado, como si yo tuviera dos narices, está totalmente alterado.
-Cálmate porque así no conseguiremos nada- me logro sentar sobre el piso y me quedo así porque de otra forma voy a colapsar nuevamente.
-Deberíamos llamar a tu mamá- toma el teléfono y comienza a marcar.
-¡NO!- le quito el teléfono y lo lanzo al sofá- Escúchame bien, No le digas a nadie, ni a mi mamá ni a Annie. A nadie. ¿Entendiste?
-Sigo pensando que deberíamos decirle a tu mamá.
Bryson cruza la puerta ignorándonos, no menciona nada y sube las escaleras sin detenerse a vernos.
Esa misma noche, después de que mi mamá llegó del trabajo; nadie mencionó algo sobre mi ataque, pensé que Bryson abriría su boca pero no lo había hecho. Aún.
Aunque yo sentía un pequeño malestar insignificante, no es que sea algo grave de nuevo. Me dijeron que estaba en camino hacia una remisión absoluta y no tenía que preocuparme de nada.
Si el doctor Randall lo dijo, no me preocupo.
Durante el resto de la cena, me la pasé callado. Vomitar involuntariamente puede llegar a ser cansado. No me explico cómo demonios es que a muchas chicas les gusta auto inducirse el vómito. En mi opinión es una estupidez.
Ayudé a lavar los trastes a mi mamá porque me lo pidió justo antes que me fuera a mi habitación. Ella enjabona y yo los enjuago.
-¿Qué tal te fue hoy?- me pregunta sin mirarme con un tono muy interesado.
-…Bien. Supongo.
-¿Por qué supones que bien?
-Porque casi me golpean en una pelea de mujeres, sólo eso- le desvío toda la conversación- ¿Puedo irme a descansar ahora?- ella asiente me deja ir.
Una semana después de mi pequeño incidente, había logrado mantener a raya mis arcadas para evitar vomitar, el enorme cansancio y dolor de cuerpo. Me pareció sin importancia, así que yo se lo atribuí a sobre-estudiar.
En realidad estaba equivocado.
El sábado por la noche, mi mamá azotó la puerta de mi habitación. Estaba muy enojada, yo me senté sobre mi cama y comenzó a decir:
-¿Desde cuando te has estado sintiendo mal?
-¿De qué hablas?- le pregunto tallándome los ojos.
-¡Contesta mi pregunta!
-…Hace como una semana.
-¿Por qué no me lo habías dicho?- la observo cuidadosamente- ¡Dime!
-Porque no es nada importante ¿está bien?
-¿Nada importante?- dice sarcásticamente- Sabes perfectamente que cualquier cosa podría ocurrir en cualquier momento. ¡Y ni siquiera me lo puedes decir tú mismo!
-¿De qué hablas?...Acaso… ¿Bryson te dijo algo?
-Lo que quiero decir es que siempre termino siendo la última en darse cuenta de las cosas. Encontré tres sábanas con sangre en tu cajón secreto ¿Qué quieres que piense? ¡Por amor de Dios! Estás-
Me pongo de pie y corro hasta el baño para descargar un poco todo el desayuno. Cuando termino, jalo la palanca y me quedo sentado en el suelo, dándole la espalda a todo y a todos.
-¡Estoy Enfermo! ¡Lo sé!- le grito sin detenerme a pensar- ¡Pero sólo porque estoy enfermo no tienes derecho a invadir mi vida privada, ni tú ni nadie!
-Kenny, no lo hago por deporte. Lo hago porque soy tu madre y aún si tuvieras cuarenta años y una enfermedad terminal, seguiría cuidando de ti.
-Pero necesito mi espacio. Tienes otros dos hijos a los que también deberías supervisar igual que a mí. Tienes a Bryson el perfecto en todo por ejemplo.
-Como sea, cámbiate de ropa. Te espero abajo en diez minutos.
-¿A dónde vamos a ir?
-…Si tuviera que cuidar a tres hijos con leucemia, no serías mi mayor prioridad y mi mayor orgullo…- dice en un tono apenas audible antes de salir de mi habitación.
Llegamos al hospital en menos de veinte minutos, las enfermeras me saludaban un tanto cohibidas porque… no creo que se hayan imaginado volver a verme en una silla de ruedas como si estuviera inválido.
Mi mamá exagera todas las cosas. Primero me obliga a subirme a la silla de ruedas y luego me empuja ella misma hasta la sala de exámenes donde primero me sacan sangre, luego orina y heces. Toda la rutina. Luego esperamos por dos horas a mi doctor para que revise si algo anda mal conmigo de nuevo.