La primera vez que entré a este hospital, estaba muy asustado. Pensé que era el tipo de lugar en el que se comían a los niños, los maltrataban y todo eso. Nunca se lo conté a mi mamá.
Ahora me doy cuenta que, me alegro mucho de haber venido aquí. Estoy inmensamente agradecido por muchas cosas, eso incluye la poca felicidad que logré encontrar aquí.
Rozo con las yemas de mis dedos las frías paredes de color blanco mientras camino lo más lento posible, cuando me acostumbré siempre hubo algo que me mantenía tranquilo aquí. Algo que no sé qué es, incluso con el hecho que la muerte está bastante impregnada en este lugar, he llegado a considerarlo mi segundo hogar.
La suela de mis zapatos emite el mismo sonido que escuché el primer día que llegué. Tap, tap, tap. Todo sigue igual. Es como si el tiempo se hubiera detenido en éste lugar. Continúo mi camino hasta que llego a la sala de televisión, hay un par de pacientes de la tercera edad nuevos, cambiaron el viejo televisor por uno más grande, e incluso ahora hay sillones para masaje. Absolutamente, tengo que subirme a una de ésos.
Otra cosa que agregué a mi lista de cosas por hacer, es tomar una de las nuevas sillas de ruedas con motor y organizar una carrera ilegal.
Ninguno de los adultos mayores se da cuenta de mi presencia, así que decido no interrumpirlos continúo con mi recorrido. Llego hasta el comedor, todavía no hay muchas personas para ser las tres de la tarde. La cena siempre la sirven a las seis, me quedo apoyado en la puerta hasta que Rosa sale detrás del mostrador para limpiar algunas de las mesas sucias, levanta la vista y se enfoca en mí.
Una mirada, le basta para decirle porqué estoy aquí. Intenta darme una de sus sonrisas ladinas pero no lo logra cuando su rostro se contrae y lágrimas comienzan a surgir de sus ojos. Le doy un simple asentimiento de cabeza y sigo mi camino como si nada.
Llego a la sala de quimioterapia, abro la puerta y me siento en uno de esos incómodos sofás que parece que no planean cambiar en mucho tiempo. Observo el reloj de pared, el medidor de tiempo, las barras de acero con las bolsitas de suero colgando perezosamente. Todo parece inocente hasta que entra el siguiente paciente para su tratamiento.
Salgo de ahí y me dirijo a mi antigua habitación. Mi antigua cama sigue en su lugar, hay un ramo de flores nuevo, las cortinas también son nuevas, pero todo sigue siendo igual.
Me recuesto en mi cama y el ventilador comienza a girar, primero despacio, luego gira con un ritmo que adormece mis sentidos. Así que antes que me quede dormido, me pongo de pie de un solo salto y me dirijo al único lugar de aquí que voy a extrañar el día que muera: La azotea.
Hago mi camino despacio, un leve dolor de cabeza me fastidia un poco pero lo ignoro y sigo mi rumbo hasta llegar a las escaleras. Subo una a una, cuando abro la puerta, el aire puro y fresco me dan la bienvenida. Como si me recibiera con los brazos abiertos después de irme por mucho tiempo.
Inhalo y exhalo dejando que me inunde los pulmones de paz.
Mi cabello lucha contra la fuerza del viento y termina desparramado por toda mi cara. Decido sentarme a ver cómo oscurece.
Observo el atardecer por los dos, nadie sabe lo que pasa por nuestras cabezas todos los días, nadie se toma la molestia de observar por unos momentos algo que muchas personas que no pueden, otros que sí desearían poderlo ver… Aún así, supongo que el cielo siempre estará ahí para nosotros.
Invierno. Cómo amo ésta estación. La tormenta de nieve que anunciaron en las noticias probablemente comenzará a caer cuando esté inconsciente. Me perderé la tradición de hacer el muñeco más grande, quizá pueda hacer uno en el jardín del hospital cuando me den el alta. O quizá no.
Intento no darle mucha importancia pero, me es muy difícil no dejar de pensar en qué va a pasar después de mañana. Aunque no lo quiera aceptar, es algo a lo que voy a tener que enfrentarme tarde o temprano. También hay muchas otras cosas que me preocupan, como morir virgen por ejemplo, me preocupa haber malgastado tantos años y esfuerzo estudiando sólo para que se vayan por el tacho en unos minutos.
Aún así, si no lo logro. Sabré que muchas cosas valieron la pena. Ella valió cada segundo que pasé a su lado, cada minuto que pensé en ella aún cuando estábamos enojados, tristes o deprimidos. Todo eso valió la pena.
Bajo a la primera planta despacio, llego al vestíbulo y veo a la enfermera Grant sentada, supongo que está de turno porque ya está sosteniendo su enorme jarra de café, al verme acercarme al vestíbulo me sonríe amablemente, antes que pueda preguntarle me dice:
-Hola Kenny, ya sabía que llegarías temprano hoy.
-En realidad estoy aquí desde la tarde, por todo el papeleo.
-Ya veo, es bueno que seas puntual- dice regresando su atención a la pantalla de su computadora. Sigo un momento más de pie ahí.
-Yo… quería hacerle una pregunta…
-¿Te refieres a la hora de la intervención quirúrgica de Annie, cierto?
-Sí- respondo un poco avergonzado.
-La programamos a la misma hora que la tuya. Sabía que sería un lío tenerte todo nervioso caminando por aquí y por allá, así que para que ninguno de los dos esté preocupado, entrarán al quirófano a las 10:00 am.