Al cabo de unas semanas, parece ser que mi cuerpo y mente poco a poco se ha acostumbrado a la ajetreada vida en Puebla. Despierto antes de que la alarma suene, mis manos torpes buscan el celular en la mesita de noche. Apenas y logro que mi vista enfoque las letras y colores de la minúscula pantalla, veo que tengo varios mensajes del grupo de la universidad, al parecer no habrá clase.
Bufo y vuelvo a escabullirme entre las cobijas.
—Mi bella durmiente ha despertado del sueño eterno —manifiesta mi madre al verme bajar a comer. Tal vez hoy me salvé de la escuela, pero no del trabajo, así que debo ir—. Adivina qué… al fin conseguí un trabajo como diseñadora gráfica —esboza una sonrisa, está feliz—. Lo mejor es que será en home office, así no tengo que acudir presencial.
—Mamá, en serio te felicito. Recuerda que nunca es tarde para lograr aquello que tanto anhelamos.
Me alegro de que al fin pueda trabajar en lo que le gusta. Si ella es feliz, yo también lo soy.
—Por cierto… tu papá nos contactó —ella deja dos platos de comida en la mesa y se sienta—. Envío dinero para cubrir el resto de la casa.
—Vaya, hasta le urge que ya esté pagada la casa para que no volvamos —hago un gesto de disgusto.
—Dice que quiere verte en Nochebuena o Año Nuevo.
—¿Y por qué querría hacerlo? No quiero verlo —me pongo a la defensiva, el solo hecho de pensarlo hace que me empiece a doler la cabeza.
—Si vas tal vez podrías ver a tu abuela. Su cumpleaños ya se acerca.
La última vez que vi a mi abuela paterna fue un mes atrás desde que nos salimos de casa, ni siquiera me dio tiempo de despedirme de ella.
—Lo sé —revuelvo la comida del plato—. Lo pensaré —comento y ella no insiste más.
En realidad sí me gustaría visitar a mi abuela, la extraño mucho, con ella me iba a refugiar cada vez que mis padres hacían o armaban un escándalo. Era la única protección cercana que tenía, aparte de Rubí, obviamente, pero por mucha confianza que teníamos, no me gustaba causarle problemas.
Al llegar a la librería, Diana me indica que acomode en el segundo piso los ejemplares de la semana pasada, ya que Tommy no asistió. Hoy también tienen que llegar libros nuevos. Me pregunto si Elián vendrá con su padre o vendrá sólo, por el bien de mi corazón es mejor que no venga él.
Por fortuna Tommy ya se presentó esta semana así que será menos trabajo para los dos.
—Esto te toca —le digo en broma a Tommy señalando a la vez dos pesadas cajas. Nos encontramos en la sección de literatura juvenil.
—Sí, como sea —Responde a secas. Parece afligido.
—¿Estás bien?, ¿Por qué no viniste la semana pasada?
—Bah, asuntos personales —dice limpiando y acomodando un libro en el estante.
—¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? —le ofrezco.
—Dime algo… —comenta ignorando mi pregunta—. ¿Te parece que valga la pena esperar por algo que sabes que no llegará?
—Mmm… —pienso antes de responder—. No estoy muy segura, pero si sabías de antemano que eso no iba a suceder entonces no te encontrarías esperando ¿me entiendes?
—¿Entonces si lo espero es porque sé que tarde o temprano va a ocurrir?
—No del todo cierto, pero existe una pequeña posibilidad, por más mínima que sea, bueno mi mamá siempre me ha dicho que si creemos fuertemente en algo, tenemos que tener esperanza y fe sobre todas las cosas.
Él se queda pensando unos minutos antes de volver a hablar.
—Otra cosa, ¿puedes explicame cómo es que las personas de este mundo dejaron de ser empáticas? —noto rabia en sus ojos.
—Cada persona enfrenta sus propias batallas, pero algunas veces somos tan egoístas que no somos capaces de comprender todo lo que la persona ha pasado cuando esas batallas salen a la luz, únicamente juzgamos, pero no entendemos —contesto al instante y mi mirada se pierde entre los libros—. Además, creo que las personas son empáticas solo si han pasado lo mismo que tú.
—Tienes razón. —Enuncia con el ceño fruncido—. Pero es muy difícil que encuentres a una persona que haya pasado lo mismo que tú, mis cálculos dicen que existe una probabilidad de 1% —se toca las sienes como si estuviera calculando algo mentalmente.
—Tranquilo, existen más personas de lo que crees, solo que ocasionalmente deciden compartir sus historias. Para muchos no es fácil.
En ese instante, Diana aparece por las escaleras y al notar que aún no hemos acabado con las cajas de la semana pasada, nos regaña en voz baja.
—¿¡Por qué no han acabado!? ¡Ya llegó el señor Julián!
—¿Sólo él? —cuestiono susurrando, pero inmediatamente sé la respuesta.
En cámara lenta observo por detrás de Diana que Elián va subiendo cada peldaño de la escalera y siento mi cuerpo entumecerse. Él se acerca poco a poco y de inmediato su mirada encuentra la mía, como si nuestros ojos fueran dos imanes que se atraen mutuamente.
—Mi papá se tuvo que ir, surgió un incidente en otra sucursal —le dice a Diana sin apartar la mirada de mi—. Me dijo que aún así me enseñaras las secciones de este piso.