—¡Hey! ¿Por qué no me has enviado un mensaje tan siquiera? Te he extrañado.
—Yo también Rubí, perdón, he estado un poco ocupada.
—Ya sé, yo igual —manifiesta refunfuñando. Hace mucho no hablaba con Rubí, así que decidí llamarla mientras llega el profesor al salón—. ¿Sabes cuántos niños han llegado al hospital con quemaduras provocadas por cohetes? Muchos.
—¿En serio? Pobrecitos. Supongo que debe ser por las fiestas decembrinas ¿No?
—Sí, pero no puedo creer la irresponsabilidad de los padres. Han llegado niños de tan sólo cuatro años —puedo notar su enojo al otro lado de la línea.
—Cielos…
—¿Y qué hay de tí?, ¿Algo nuevo por allá? —exclama cambiando de tema.
Inmediatamente se me viene a la mente contarle sobre Elián, pero creo que es mejor decirle cuando la vea en persona. Eso hace que le tenga que comentar la otra sorpresa.
—¡Iré a Veracruz! —grito y los pocos compañeros que ya están en el salón voltean a verme.
«Ups.»
—¿Qué? —se oye incrédula.
—Iré a Veracruz. En navidad.
—¿En serio? ¡No puede ser! —su emoción por fin se manifiesta—. ¿Qué es lo primero que haremos? Podemos ir al centro comercial, a la pista de hielo o al parque, ¿qué te gustaría más?
—Tranquila —suelto una carcajada—. Tendremos tiempo para todo.
—¿Cuándo llegas?
—El 23 de diciembre en la noche. Estaré con mi papá —digo y un vil silencio ensordecedor se hace presente. —¿Rubí? ¿Estás ahí?
—Sí, aquí estoy, es solo que… mi familia y yo tenemos resentimiento por lo que les hizo tu padre.
—Ya sé —hago una mueca y me dejó caer en el respaldo de la silla— inclusive me pregunté si de verdad quería verlo, pero tengo curiosidad por lo que sea que me dirá, además es una oportunidad para ver a mi abuela y a tí, ¿no?
—Si no fuera tu procreador ya lo hubiera maldecido de mil formas y en mil idiomas.
—Alguna vez pensé lo mismo —río y en ese instante entra al salón el profesor seguido de otros compañeros, entre ellos Andrés, Daniel y Monserrat. —Me tengo que ir amiga, te envío un mensaje después.
—De acuerdo. Adiós.
Cuelgo y de reojo percibo que Daniel y Monse se sientan en su lugar habitual, pero Andrés se acerca lentamente a mí.
—Hola Alba —se rasca la nuca, parece un poco apenado.
—Hola.
Se ve diferente, lleva puesta una camisa azul abierta, una playera blanca y unos jeans cortos; además creo que se cortó el pelo. Si mi corazón no estuviera "flechado" por Elián, quizá le interesaría este chico, aunque hay algo que lo detendría, mi mente no olvida lo egoísta y grosero que ha sido.
—¿Cómo estás?
—Bien gracias, ¿y tú?
—Bien, también —toma una silla y se sienta a mi lado. —¿Está bien si hoy me siento contigo?
—Sí, no hay problema. Sandra se fue de viaje.
Unos días antes de irse a Canadá, Sandra fue a visitarme a mi casa y estuvimos platicando un buen rato. Conoció a mi mamá, ambas se llevaron bien, sobre todo porque la personalidad alegre y sociable de ella le hizo recordar a mi mamá su época universitaria, en la que solía divertirse al máximo. Eso antes de conocer a mi padre, claro está. Siento que después de casarse, se volvió un poco infeliz. Ya no podía divertirse como antes lo hacía sin que el celoso de mi padre le reclamara algo.
Qué frustrante es vivir así, de verdad, no existe nada más detestable que ser un completo machista y no confiar en la que se supone es tu esposa.
—Quién como ella ¿no? Siempre que se acerca cualquier periodo vacacional habla anticipadamente con los maestros para irse una semana antes.
—La que puede, puede —me encojo de hombros y él se ríe—. A veces me gustaría tener una pizca de su personalidad tan atrevida y despreocupada —digo convencida.
—Oye… —hace una mueca cabizbajo—. Antes que nada quiero pedirte perdón por lo sucedido en la librería y con el profesor, no era mi intención desquitarme de esa forma.
Por fin el perdón salió a relucir. Sé que lo dice de corazón porque sigue luciendo avergonzado, sus mejillas están rosadas aunque él no lo note.
—No te voy a perdonar —exclamo sarcástica.
Levanta las cejas un poco sorprendido y ofendido al mismo tiempo. Se pone de pie sin más y da media vuelta.
—¿En serio? ¿Te vas solo así?
—No suelo rogar —gira y se encoge de hombros.
Suelto una enorme carcajada.
—Claro, me había olvidado de lo sentido que eres y si aún quieres saber, sí te perdono.
—A veces hago excepciones y tú eres una de ellas —inclina su cuerpo hacia mí—. ¿Quieres empezar de cero?
—¿Por qué no? —sonrío.
—Me llamo Andrés, mucho gusto señorita —manifiesta irónico— si no es mucha molestia quisiera invitarle un helado.