—¿Por qué no me contestaste las llamadas? —Cuestiona mi padre molesto cuando apenas cruzo la puerta.
Ya es medio día. Ya es Navidad. Que buena manera de empezar el día.
—Estaba con mi abuela… Por cierto, ¿Por qué no me dijiste que has ido a verla? —le lanzo una mirada matadora.
Frunce el ceño y después hace un gesto de sorpresa.
—Así que te lo dijo… después de todo no soy tan mal padre, ¿eh?
Abro la boca, pero alguien toca la puerta y en seguida se escucha la cerradura. Mi padre corre hacia ella y la detiene antes de abrirse.
—Aún no —exclama.
—¿Qué pasa?
Me asomo y él suelta la manija de la puerta un tanto nervioso.
—Te tengo que decir dos cosas muy importantes. Siéntate.
No sé qué es lo que me dirá, pero una cosa es verdadera: No son buenas noticias.
—Ya dime qué pasa —me siento en el sofá de enfrente, trago saliva y siento la garganta reseca.
—Bueno, antes que todo, quiero pedirte una disculpa porque en algún momento te prometí que tu mamá y yo estaríamos juntos en tu graduación.
—Lo empiezo a superar, no abras la herida de nuevo —cruzo las piernas y desvío la mirada.
—Lo sé y lo siento —se disculpa—. Además, también te prometí que te iba a recomendar con algunos despachos de arquitectos.
—No lo hagas. —exclamo firmemente—. No me recomiendes, quiero abrirme paso por mi propia cuenta.
—Alba, lo mejor para tu futuro es empezar en esas empresas —refiere— la competencia allá fuera es muy difícil.
—¿Y por eso crees que no lo voy a lograr? —me pongo de pie.
—No quiero decir eso.
—Entonces ahorrate tus comentarios papá, no me ayudas en nada —él sólo asiente cabizbajo—. ¿Es todo?
—No, por favor siéntate —lo obedezco de mala gana—. Quiero presentarte a alguien, ayer lo iba a hacer en la cena, pero no estuviste.
Se para, camina en dirección a la puerta y la abre. Un señor más o menos de la edad de mi papá pasa al interior y me regala una tímida sonrisa. Tiene el cabello oscuro un poco canoso, es más alto de estatura que él, lleva puesta una chamarra de cuero color café y unos jeans.
—Alba, quiero que te lo tomes con calma —comenta e instintivamente siento unas ganas inmensas de salir corriendo—. Él es Noé, mi novio.
En cuanto pronuncia la última palabra frunzo el ceño y lentamente mi mandíbula se tensa, siento como si me hubieran vaciado una cubeta de agua fría, abro mi boca, pero ningún sonido sale de ella, la vuelvo a cerrar y mis ojos van de mi padre a ese señor desconocido, que me mira con atención, esperando alguna reacción mía.
Mi subconsciente trae a la realidad varios recuerdos y es ahí donde todo cobra sentido, donde las piezas del rompecabezas por fin encajan. Esa noche, aquel contacto de teléfono guardado como "Noé", no se trataba de una mujer, sino realmente de un hombre. Estaba totalmente equivocada.
«Esto es una broma ¿No? Pero ¿Por qué no despierto?, ¿Por qué nadie me dice que es una broma? ¿Por qué nadie se ríe? ¿Esto está pasando en serio?»
—¿Alba?, ¿Alba?
Siento como alguien me toma por los hombros y me sacude violentamente. De nuevo escucho esa voz, que grita aún más fuerte.
—¡ALBA!
Cuando alzó la mirada, veo por fin el rostro desencajado y pálido de mi padre. En definitiva esto no es un sueño.
—¿Por qué hiciste… eso? —logro decir con un hilo de voz.
—Alba, yo no.. simplemente se fueron dando las cosas —se le corta la voz.
—No te juzgo, sabes bien que no soy homofóbica, pero esto definitivamente es un trago amargo.
—Sé que es difícil de entender, pero quiero que sepas que desde la preparatoria he sido bisexual.
Siento como si me hubieran echado otra cubeta de agua fría, más fría esta vez. Las sorpresas no paran y yo aún no he asimilado el que mi padre esté saliendo con un hombre. De hecho no sé por qué tenía tanta emoción de venir a Veracruz. Fue un error.
—¿Eres bisexual? —repito pasmada. Él aprieta sus labios y asiente—. ¿Mamá lo sabía?
—Ella lo sabía, me aceptó tal y como era. Nunca me juzgó. Me enamoré cuando la ví entrar al salón del primer día de universidad, sin embargo, nuestro amor se complicó al paso de los años.
—¿¡Ella sabía que eras bisexual!?, ¿¡Qué demonios!? —vocifero agitando las manos al aire. Mi desconcierto se está convirtiendo en ira y coraje—. ¿¡Por qué nadie me lo dijo!?
Algunos de los padres son así, te mienten, te ocultan cosas y te ven la cara; lo peor es que dicen que es para protegerte, cuidarte o inclusive dicen que es porque no lo entenderías. No somos estúpidos. Todo sería diferente si tan sólo nos dejaran de esconder cosas y fueran sinceros por lo menos una puta vez. Ahorrarían a sus hijos pasar todo este martirio.
Noé casparrea y ambos nos volvemos a él, por un momento pensamos que estábamos hablando solos.