Siempre se trató de mí

CAPÍTULO 22

He escuchado que las personas, principalmente viajeras, dicen que la madre naturaleza crea escenarios imponentes y extraordinarios, capaces de concientizar a los hombres sobre el cuidado y preservación del medio ambiente. Creía que era algo descabellado hasta que ví la cúspide del primer mirador de las cascadas Tulimán. 

Me encuentro parada frente a una cascada colosal que se encuentra rodeada de rocas y piedras inmensas.

La brisa golpea sutilmente en mi cara, alrededor de todo el paisaje se oye de fondo el cantar de los pájaros y aves exóticas acompañado del estruendo de la caída del agua de las cascadas.

Sin duda, los lugares en donde predominan espacios verdes, ecológicos y sustentables son los mejores para contemplar, lo he confirmado. Esto definitivamente es irreal.

—Frente a ustedes se encuentra la segunda cascada más grande de México con más de 300 metros de altura —explica Jesús—. Hay cabañas en las que se pueden hospedar por si gustan disfrutar aún más de su estancia —sus ojos van de Elián a mí y viceversa.

—Gracias Jesús —Elián se pasa la mano por su nuca soltando una risita— pero nos regresaremos esta misma noche. 

Creo que ya descubrí su manía al ponerse nervioso. Se ve tierno cuando hace eso.

—¿Estás bien? —pregunta al darse cuenta de mi asombro ante semejante belleza.

—Sí. —Parpadeo un par de veces—. Es un lugar muy hermoso.

—Y aún falta el segundo mirador —Jesús bebe un poco de su botella de agua— pero ya no los acompañaré, mi recorrido llega hasta aquí.

—¿Por qué? —Elián enarca una ceja.

—Porque el segundo mirador es aún más impresionante y es… digamos, un momento un poco más privado para las personas. Además allá están otros guías —pasa un paño de tela por su frente y se limpia el sudor.

Aún cuando por la mañana había niebla y se sentía frío, a esta hora del día el sol se ha postrado por arriba de las montañas y aunado a la humedad, la temperatura se siente aún más.

El señor Jesús se despide de nosotros y se marcha cuesta abajo. Nosotros nos quedamos unos minutos más admirando la gran cascada recargados sobre una piedra, la brisa nos ha empapado toda nuestra ropa y nuestro cabello.

—Ten. —Elián saca de su mochila una botella de agua y me la da. 

—Gracias —la destapo y bebo.

Él me ve, se acerca con lentitud hacia mí, haciéndome retroceder y chocar con la roca que está por detrás, sin salida alguna.

Alzo la vista y mis ojos encuentran los suyos, las gotas de agua resbalan desde su frente hasta su mentón, pasando por sus labios rosados. Él levanta su mano tomando un mechón humedecido de mi cabello, lo pasa por detrás de mi oreja y enseguida se acerca a mi oído.

Bajo la mirada y trago saliva. 

—Vamos, aún nos falta caminar. —Me susurra, su voz se oye más dulce de lo normal. 

Se incorpora y da unos pasos, yo hago lo mismo y rápidamente me coloco junto a él.

«¿Qué demonios fue eso?, ¿Me quiere volver loca?»

 

Seguimos recorriendo el sendero, el camino no parece tener fin, al parecer mi martirio no finaliza aquí, sino que en realidad apenas empieza, sin embargo, mi cansancio y pesadez no me hacen efecto en este momento por dos grandes razones.

La primera, es la naturaleza que sigue sorprendiéndome, los árboles se han mezclado con las nubes y se respira un olor fresco proveniente de los pinos y encinos que rodean el lugar. La segunda razón es porque Elián quiso que yo conociera este lugar del cual se enamoró. 

En el momento en que llegamos finalmente al segundo mirador, varias personas ya se encuentran formadas para cruzar el puente colgante a fin de apreciar la vista del río que cruza entre rocas sedimentarias, por lo que nos ubicamos detrás de las últimas personas.

Cuando al fin nos toca pasar, el miedo se apodera de mí y escalofríos recorren mi cuerpo, si bien, desde niña las alturas no me causaban temor, este puente hace que recuerde cómo se siente el miedo y la ansiedad, cómo me sentía ante las constantes peleas de mis padres, cómo iba corriendo a la casa de mi abuela para refugiarme y cómo le rogaba a Dios para que nada malo pasara de nuevo. 

Elián se da cuenta al verme paralizada delante del puente, toma mi mano con cautela entrelazando sus dedos con los míos y mueve su cabeza haciendo un ademán para que avancemos.

—Confía. —Murmura mientras damos los primeros pasos.

El viento sopla sobre nuestras caras, me sujeto con la otra mano de la barandilla de madera, inhalo profundamente y cierro los ojos, evitando así, la magnífica vista del río de la que todos hablan.

Aprieto la mano de Elián, siento mi mano sudar, pero en este momento no me importa. Cuando creí que comenzaba a calmar mis ataques de pánico y ansiedad, los escenarios de la vida me advierten que sigo sin estar bien.

Es desgarrador vivir así, más aún cuando no puedes disfrutar algo que se supone todos los demás lo hacen con simpleza. 

Al descender del puente, abro mis ojos y lo primero que veo es a toda la demás gente hablando sobre lo increíble que fue el tramo.




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