Sin identidad

Cápitulo 2

 

Capítulo II

 

                —¿Te ha gustado como está quedando todo?

                Le pregunta Ricardo cuando van en la carretera de regreso a casa. Esa mañana fueron a dar los últimos toques de la recepción de su boda. Al fin el sábado serán marido y mujer. La recepción será en una imponente villa en Lake George, un pequeño poblado a pocos kilómetros de Nueva York. Un cristalino lago enmarcado con majestuosas montañas en medio de un espeso bosque es el lugar perfecto para unir sus vidas. La vista espectacular que se puede apreciar desde cualquier punto del bello jardín de la villa hace que sea el lugar idóneo para realizar la boda soñada de cualquier mujer. Desde la primera vez que lo visitaron antes de comprometerse Carlota suspiro de emoción al imaginarse casándose algún día ahí. Mañana al fin será realidad.

                —Es perfecto. Mejor de lo que pudiera haberme imaginado.

                —Te lo dije, tu preocupación era infundada.

                Ríe al recordar la intranquilidad de su bella prometida.

                —Entiéndeme, es la primera vez que me caso.

                —Y la última, querida —le guiña un ojo él girándose hacia ella—, porque jamás te dejaré ir.

                El pecho se le inflama de emoción. Carlota adora a este hombre, llegó a su vida como un relámpago partiendo el cielo con su presencia. Y lo hizo para quedarse. No puede evitar embelesarse mirándolo, flota entre las nubes del enamoramiento, tanto que hasta puede sentir que se le nubla la vista. ¿Será la emoción? No tiene idea, pero de repente todo a su alrededor se torna un poco grisáceo, oscureciendo lentamente hasta sumirla por completo en la negrura… ¿Qué diablos me pasa? Es el último pensamiento coherente que tiene antes de quedarse perdida por completo.

                Ricardo avanza unos pocos kilómetros más en la carretera principal hasta llegar a una pequeña bifurcación en donde se detiene para cerciorarse que Carlota está completamente inconsciente, la sacude un poco, pero ella no responde, su cuerpo yace totalmente inerte junto a él. La contempla un momento, así en ese estado su belleza se torna etérea, de verdad adora a esta mujer, más antes que nada está su misión. Deposita un dulce beso en la frente de Carlota para acomodarse de nuevo en su asiento y tomar la carreterita secundaria de la derecha; avanza casi un kilómetro hasta internarse en el espeso bosque. Se detiene en un claro, el área se ve desolada, pero Ricardo sabe que los guardabosques pasan continuamente por aquí, así es que antes de que caiga la noche la encontrarán. Todo lo planeó a la perfección, ni muy a la vista que no le diera tiempo de alejarse lo suficiente, ni tampoco en un lugar tan escondido que no la encontraran nunca.

                Con mucho cuidado baja a Carlota del automóvil para depositarla sobre la hierba, no sin antes despojarla de su bolso, nadie debe saber quién es.  Junto a ella, deja una botella de agua como tirada al azar, así tendrá con que hidratarse en caso de despertar antes de que la encuentren, lo cual es poco probable, según los cálculos de Ricardo, el coctelito de drogas que le suministró es capaz de mantener inconsciente a un toro por más de un día, a su frágil Carlota seguro le dura más el efecto.

                Le lanza una última mirada antes de subir de nuevo a su coche, un segundo más ahí y se arrepiente de abandonarla. Sabe que es peligroso, pero es la única manera de protegerla al mismo tiempo que cumple la misión que le encargaron, no puede fallarle a nadie, ni a ella ni a sus superiores. Está convencido que es la única solución viable, no hay otra forma; era esto o matarla. La elección fue sencilla: abandonarla.

La ama demasiado, no podía asesinarla bajo ningún motivo. Sin embargo, tampoco podía desobedecer. De no acatar las órdenes de sus superiores ponía en peligro su vida y, obviamente, la de ella, porque de no cumplir él la misión, enviaría a alguien más a hacerlo. Dejarla ahí era la única forma de salvarla, de eso Ricardo estaba más que seguro.

Maldijo por lo bajo una y mil veces  que su jefe cambiara los planes tan abruptamente. Cuando le asignaron este trabajo no le mencionaron que debía matar, y no es que le importara hacerlo, más de una vez le tocó eliminar a alguien, solo que nunca se había enamorado de sus objetivos. Las cosas se habían salido por completo de su control.

Ésta era la misión más larga que le habían asignado, las anteriores habían sido, o simples robos expeditos, o la eliminación in facto de algún enemigo del sistema. Ninguna duró más de una semana desde la orden hasta la realización. Sin embargo, debido al éxito obtenido lo habían cambiado de categoría, ya no era un simple exterminador, ahora cumplía el papel de infiltrado. Lo que nunca pensó, es que su frío corazón quedara prendado de su objetivo. La convivencia diaria con Carlota lo llevó a olvidar por completo que tan sólo interpretaba un papel en el guion  bien montado que sus jefes habían planificado con metódico detalle. Él no era Ricardo y que ella tan sólo era el medio para obtener el fin. Cometió el peor de los errores de un agente en cubierta: se enamoró de su misión.

 

 

Aceleró un poco más, necesitaba alejarse lo más posible del lugar para darle el toque final a su plan maestro. Al llegar al acantilado que previamente había ubicado en el mapa, se orilló en la carretera, con cuidado de no ser visto sacó el cadáver que había metido en el maletero. Una pobre mujer que pasó por el lugar incorrecto en el peor momento había sido la victima que eligió al azar para fungir el papel de cadáver de Carlota.




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