Sin miedo a volar

Sinceridad

— Decidiste volver a tu trono princesa — dijo Emilio sarcásticamente al verme entrar a la oficina y se levantó de la enorme silla.

— Alguien tiene que hacerte regresar al territorio que te corresponde — usé su misma estrategia y eso le molestó.

— Por qué haces esto? Por qué simplemente no vuelves a tu refugio de ardillas?

— Porque gracias a ti ese refugio está por desaparecer — reclamé.

— Lo hice porque sabía que era algo que tu podías solucionar, se suponía que te mantuvieras ocupada amarrada a un árbol o algo así.

— Al que quisiera amarrar a un árbol es a ti — respondí — no tienes idea de todo lo que he pasado, lo último que quiero hacer es escucharte así que dime de una vez lo que tenga que saber de la empresa y despues retirate por favor.

Al ver que yo realmente estaba molesta hizo un esfuerzo por contenerse de decir más estupideces. Nos sentamos en el par de sillas frente al escritorio y me mostró los detalles mas relevantes y los asuntos pendientes, después de todo supongo que no quería ser el culpable de que algo saliera mal en la empresa de sus padres.

Mientras yo hacia algunas anotaciones sentí su mirada sobre mí de una forma distinta. — Lamento lo que te sucedió Juliette, — desconocí el tono de su voz y lo miré con incertidumbre sin decir nada. — Sé que a veces me comporto como un idiota pero me doy cuenta de lo que pasa.

— Quieres una medalla por eso? — Sé que fui irreverente.

— No, solo quiero que sepas que no era mi intenció causarte daño. — Ésta vez parecia sincero.

— No me has causado daño, en realidad creo que tu estupidez me ha obligado a ser más fuerte.

— Entonces supongo que mis disculpas salen sobrando. — Apagó su computadora y la cerró.

— Emilio, aprecio lo que intentas decir, es solo que nunca pensé escucharte decir algo así, no se si es una burla o lo dices en serio.

— Debes tenerme en un horrible concepto — dijo.

— La verdad si y la única razón por la que no te odio todavía es por la ocasión en que golpeaste al ingeniero que intento tocarme, supongo que en el fondo de tu inmaduro cerebro comprendes que hay límites.

— Sabes por qué lo hice? — preguntó

— No me interesa saberlo. — Aclaré y miré hacia mi computadora.

— Igual te lo diré Juliette, lo hice porque no era justo que yo tuviera que hacer un esfuerzo por resisitirme a tocarte y otro idiota se creyera con la libertad de hacerlo. — No podia creer lo que escuchaba.

— Pero si te tomaste la libertad de causarme problemas y malos ratos — reclamé.

— Entonces ya puedes odiarme si quieres — dijo y yo apreté ligeramente mis labios para no decir nada más.

— Dime una cosa ya que al parecer estamos siendo sinceros. — Por qué entre todas las cosas que le dijiste a Armento no le dijiste que Óscar y yo estábamos saliendo?

— Porque seguramente Miguel Armento hubiera comenzado a planearles una boda y yo solo quería que abandonaras tu puesto, no arruinarte la vida.

— Pues es horrible tu forma de solucionar las cosas. No sé si te diste cuenta de que  Armento no utilizó la información que le diste para apresurar la construcción de la alcoholera sino para chantajearme, — me miró confundido — y sabes qué, yo no juego sucio como ustedes ni necesito recurrir a métodos tan bajos. Por suerte se han cruzado en mi camino personas que se esfuerzan por resolver los problemas de la mejor manera posible. — Su rostro se tornó serio y esquivó el juicio en mi mirada.

 — Crees que Óscar es una de esas personas? 

— Sí — afirmé.

— Sigues con él?

— Es el único que puede tocarme cuando quiera — respondí y sé que logré molestarlo.

Después de todo Emilio no estaba disfrutando del resultado de sus acciones y pude comprobar mi creencia de qué quién obra mal tarde o temprano paga, aunque al parecer en ésta vida todos venimos a pagar algo.

 

 




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