Sirvienta o cenicienta

Capítulo 1

 Honestamente, yo no quería venir, de hecho, de camino dieron ganas de ni intentar tomar el bus. Pero… Entonces me llegó la notificación de que a mamá se le administró todo el medicamento que estaba pago, es decir aquel que pagué con el préstamo y que todo lo que se pusiera de ahora en adelante sería otra cuenta.

Y ahí se me fueron las dudas. Una cosa es no tener para comprar en una gasolinera, pero otra es tener que dejar a mi madre mendigar su salud.

 “Elizabeth Blake” dice el papel recién impreso y plastificado que llevo colgando del cuello, no sé por qué esta cosa me recuerda a cuando le ponen un número a las vacas. Hay un montón de chicas, algunos chicos y un… una… No sé si es chico o chica, como sea está ahí y se ve bien. Estamos sentados en este pequeño banco, porque claro, gastan todo el dinero que les da la gana en perfeccionar las flores que luce cada esquina de esta sala, pero no pudieron poner unos bancos más grandes o, por lo menos, cómodos.

Cabe destacar que tengo desde las siete quince aquí sentada. Van a ser las diez y no he desayunado. 

Y no sé si ellos sepan, pero ni yo me soporto si no he comido. 

—Buenos días, participantes —dice una señora de quizás sesenta años… o más —. Ha de ser un placer solicitar trabajo para la familia Cross.

Eso era un chiste. Supongo. No me he reído.

—Detrás de su nombre, podrán ver el número de cubículo en que les toca. Apresúrense. La puntualidad es algo que tomamos mucho en cuenta.

—No se nota —respondo y ella me escucha, pero es que ni puede negarlo, porque le ha tocado lo tarde a todos aquí por su culpa. Eso no me intimida.

—El decoro también, señorita Blake.

Oh.  

Mencionaría algo de que se le ve la faja por encima de la ropa, pero esa señora podría ser María, quién dió a luz a Jesús… o la esposa de Matusalén, entonces guardo respeto.

—No debes responderle de esa manera —me dice una chica cuyo escote sería prohibido por rozar lo exhibicionista —, es el ama de llaves de los Cross. Ella es quién decide las que tienen el empleo.

—Dudo mucho que me paguen lo suficiente como para que yo guarde mi lengua —susurro viendo el número detrás de mi carnet identificatorio. 

—Pagan bien. Aunque, puedo decir con seguridad, que ninguna de las chicas aquí estamos por el seguro médico específicamente —me expresa la chica que se pinta la boca como si quisiera parecer una vampira, porque ese es rojo sangre x 1000.

Irónico. Porque específicamente por eso es que estoy aquí. Por eso y porque Adam me tiene harta.

—No me digas, ¿Cross?

—Los aquí presentes se dividen entre las que decimos que nunca fue gay —dice —, y los que aún lo creen —señala a los tres chicos que están sentados arreglando sus corbatas o peinándose.  

—Todos vinieron a cazar al pobrecito —ironizo.

—¿Tú no?

He de estar loca para venir a solicitar empleo con el hombre que tuve una aventura de una noche. Ni yo puedo ver una manera en la que esto pueda salir bien, pero eso fue hace dos años, casi. Puede que ni me recuerde. Es una opción. Es probable, porque si ese hombre recordara cada persona con la que se acostó, tendría en uso el 98% de su cerebro. 

Entonces, sé que saldrá horriblemente mal, pero hasta que eso pase, disfrutaré mi sueldo mensual de cuatro cifras y seguro médico que cubra más que un par de paracetamoles.

Por mamá vale la pena. 

Nada del otro mundo —miento.

Me río y camino hasta el cubículo que me toca para hacer la fila. Admito que ya me está entrando mal humor, no he comido nada y veo que honestamente aquí no tengo nada que buscar. 

No sé si estamos tomando una entrevista para limpiar el inodoro de un snob, o para tomar fotos porno. Hasta me siento religiosa por mi suéter blanco en cuello tortuga y la falda, que creí iba a ser corta en comparación a las que me iba a encontrar.

Mamá se reiría por la mueca que hago, ¿Todas estas quieren la historia de Cenicienta no? Me imagino su sorpresa al ver que el señor Cross solo solicita una sirvienta. 

No lo niego, me dan ganas de irme, primero porque entiendo que la manera en que tratarán a los trabajadores no será la mejor y segundo, porque esto es ridículo. Pero no puedo… su seguro médico es de los mejores, y con el dinero que ofrecen, podría adelantar esas facturas; además, de que no quiero pasar lo de la gasolinera otra vez.

En fin, nada. La vida sigue.

—Elizabeth Blake —digo.

—No.

¿Qué? ¿No?

—¿No?

—Elizabeth Blake está en el segundo piso. 

Lo hago por mamá. Lo hago por mamá.

—Elizabeth Blake está aquí —mascullo. ¿Cómo es que Elizabeth Blake está en el segundo piso? Yo estoy aquí, carajo.

—Sus datos, señorita —responde sin ánimo un señor —Ricardo debería haberse encargado de subirla —susurra.

+

—¿Acaso no ves? Me has pisado.

—Sí, la verdad sí, pero es que te confundí con el basurero, y cómo el basurero por lo menos es respetuoso y no se mueve… —sigo escribiéndole, o más bien quejándome, con Adam sobre como va todo. Ya van siendo las diez y veinte, y aún no como.

Me estoy muriendo de hambre.

—¿Va a subir o no? —pregunto porque solo se queda parado frente al ascensor.

—Señorita Blake, debería calmarse.

Lo miro. Su cara me suena. Es un hombre muy atractivo, realmente atractivo. La barba le remarca mucho la mandíbula y el traje negro lo hace ver muy imponente. Aún tras el vello facial puedo alcanzar a ver unos hoyuelos interesante.

Su cara me parece conocida. Lo asocio a que se parece a alguien que estudiaría en la secundaria en que estuve.

—¿Nos conocemos?

—No lo creo, señorita.

—Como sea. ¿Quién eres? Porque si eres Ricardo te aviso que te esperan abajo. Y ojito, que aquí nadie tiene pinta de buena gente.

—¿Viene a entrevistarse? ¿Blake? —escucho que pregunta.




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