Limpia esto. Limpia aquello.
Odio esta estupidez.
Yo iba a nacer rica y solicitada, pero me hicieron como al Grinch, mínimo. Y nací pobre y solicitada, pero para limpiar. Dios mío, ¿Y yo maté a Cristo fue en la vida pasada?
Y para el colmo, por andar comiendo a medianoche tengo una indigestión. Mejor empiezo a rezar que no me de diarrea ahora.
—Supongo que ha terminado, señorita Blake. ¿No?
Me levanto rapidísimo del sofá donde recién puse a descansar mi trasero, pero camuflo la mala mirada que le quiero dar. Me duele el estómago, pero disimulo. No me puedo permitir perder este empleo, y luego de la cagada de hace dos días, con lo del seguro y mi pequeñísimo delito federal, pues… Pisar fino me conviene.
—Sí, señorita Bonnie —le respondo. Podrá estar destartalada, pero maneja un aura de temor que me cago —, he terminado todo lo que mi horario dicta para hoy.
Ya mañana es otro cuento, porque parece una declaración de la biblia.
—Debería quitar esa cara, o nos acusarían de explotación laboral.
Dios debió mandarme al mundo muda, no pobre.
—Sí, señora —mascullo con desprecio.
El dolor abdominal comienza a aumentar, pero respiro profundo para poder disimular.
—Señorita —vuelve a corregirme para que le diga de esa forma.
Alguien debería hacerle el favor. Tal vez relaja ese entrecejo.
—Tenga —extiende un sobre. Al verlo sé que es dinero —El señor Cross dijo que le demos un bono, por haber limpiado la biblioteca ayer hasta muy tarde —un poco de felicidad en este poco de vida, finalmente —Solo vine a avisarle que el señor Cross dará una cena hoy, hay varios inversionistas que vendrán a hablarle —¿más trabajo? Genial —No ponga esa cara, señorita Blake.
—Es la que tengo —musito.
No he visto al señor Cross en un rato ya. Trabaja, dice la señorita Bonnie, pero su cara en cada revista de farándula dice lo contrario.
—Debe ir al centro, necesitamos unos arreglos florales. ¿Entiende? —me molesta que diga “¿Entiende?” al final, se siente como si me dijera retardada o estúpida —Le enviaré la dirección de la floristería. Necesita ser específicamente las gerberas que el señor solicitó. ¿Entiende?
—Sí.
—No se aceptan interrupciones, o tardanzas. Y ni se crea que porque el señor Cross al parecer le sonríe mucho significa que yo le dejaré pasar nada. ¿Entiende?
—No necesita decir “¿Entiende?”, soy capaz de comprender los enunciados sin problema alguno —digo soltando ya mi yo real. Odio tener que mantenerme callada, y usualmente en cuanto a la familia Bloom o la Russo, cumplía mi deber callada, solo que no tenía una señora tan insufrible tras de mí; Hannah Bloom era un infierno, pero al menos era un infierno mayormente ausente —Y si en algún momento no entiendo, me haré cargo de preguntarle directamente. ¿Entiende, señorita Bonnie? Además, de que si el trabajo dental del señor Cross se me muestra o no, eso no tiene que ver con mi labor, trato de cumplir de la mejor manera, por honra mía, señorita.
Suelto una gran bocanada de aire. No sé qué me irrita más su voz, el tracto intestinal o el cerebro.
—Sí, señorita Blake —responde extrañada —¿No le cansa que le llame Señorita Blake?
—Mis amigos me llaman Lissy —digo con cinismo —. Usted sígame llamando señorita Blake.
+
Debí aceptar que me trajera el chofer.
Por la incomodidad con Bonnie quise salir rápido. Pero es que un poquito retardada sí soy. Porque al ver que la dirección que me dió la señorita Bonnie quedaba cerca del Bronx quise pasar a ver a Jessie, que está en esta clínica pequeña de allá.
Bueno, ahora ando con un adorno más grande que mi torso, es más, es mucho más grande, de hecho.
—¿Estás despierta? —pregunto al entrar y enciendo la luz. Veo que sí.
—¡Lissy! —me recibe un poco adormilada —Pasaste.
—Estaba cerca —dejo el arreglo de gerberas sobre una mesita —Anoche en llamada me dijiste que te pasaron a esta clínica.
Es una clínica muy pequeña, y ella está en un cuarto compartido, pero que al parecer no tiene a nadie, porque la otra cama está vacía. Lo cual es raro, porque estas siempre están abarrotadas por aquí, es una clínica de bajo costo.
—Es que no quería que la factura fuera muy amplia al final —me explica.
Ya después de que uno comete fraude y delitos federales, esas cosas le valen.
—¿Dónde están tus niños?
—Con mi madre, están más seguros que conmigo.
—¿La policía ha dicho algo?
Niega.
—Jessie…
—Fue forzada desde fuera, me querían rostizar ahí dentro… Eso es lo único que dicen, pero nadie dice nada más.
—¿Tu ex esposo?
—¿Tú crees?
—¿Quién más va a querer hacerte daño, Jessie? —pregunto.
Se queda en silencio. Tampoco se le ocurre nadie más.
Mi celular interrumpe la espera.
—¿Sí?—me levanto como un rayo.
—¿Ya viene, señorita Blake?
—Sí, voy de camino.
—¿Las gerberas están en bien estado?
Instintivamente las miro. Están en mejor estado que yo misma.
—Perfectas, señora.
—Señorita.
Y un coño.
Corta la llamada.
—Debo irme ya mismo, ¿Sí?
—Lissy, espera, un hombre —la miro mientras recojo el arreglo y me dirijo a la salida —¿Vas vestida de maid? —se desconcentra —Olvídalo. Un hombre de ojos verdes vino ayer a verme, dijo ser tu jefe.
Joooder. Se me empeoró el dolor abdominal. Mierda. Eso es lo que se me quiere salir; no es por la noticia.
—¿Te dijo algo? ¿Me dejó dicho algo? —cuestiono mientras intento balancear el arreglo floral. El cólico me está matando.
—¿Estás bien? —pregunta extrañada.
—Indigestión… ¡Jesús!
El dolor se vuelve de punzadas. Necesito cagar.
—Hasta te conviertes —dice Jessie. Le saco el dedo y me retiro.
Voy por unas escaleras, porque Jessie está en la tercera planta y la clínica no tiene ascensor, pequeño detalle. No sé si es el olor de la planta, flor o lo que sea, pero me están entrando hasta mareos por el dolor de barriga.
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Editado: 11.11.2023