Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 1: Bajo la mirada del diez

Alex Kovalyk caminaba con la cabeza gacha, pero no era por el sol. Córdoba ardía, sí, pero a él le quemaba otra cosa: la bronca. A los diecisiete, Maradona ya jugaba en Primera. Él, en cambio, arrastraba los pies por la vereda, como si cada paso pesara más que el anterior. Algo se había roto. Y aunque el sudor le corría por la frente, no era solo por el calor.

Horas antes.

El sonido incesante del escáner registrando paquetes llenaba el pequeño depósito de la empresa de mensajería. Alex llevaba dos meses en ese trabajo, aunque en realidad parecía mucho más. La rutina se repetía con una monotonía aplastante: recoger paquetes, escanear códigos, subirlos a la moto y salir a repartir por toda la ciudad.

En un pequeño descanso, los pasillos del depósito vibraban con el eco de las risas y el ruido de cajas deslizándose por el suelo. Alex, con la camiseta gris del uniforme empapada en sudor, controlaba con maestría una caja de cartón rota con los pies, haciéndola rebotar contra su zapato desgastado.

—¡Diego, Diego! —canturreó su compañero Fernando, animando la jugada. Alex sonrió, con la caja tambaleándose sobre su empeine.

—¡Aguanta, que la dejo muerta! —respondió Alex, dejando que la caja descendiera suavemente antes de darle un leve toque de taco. Luego, con un giro, se la pasó a uno de sus compañeros, quien no tardó en devolverle un centro imaginario.

La caja voló y Alex se impulsó en el aire, saltando con la mano pegada a la cabeza imitando el mítico gol a los ingleses. El impacto la mandó directo al estante de envíos urgentes, donde cayó con un estruendoso golpe. El depósito entero estalló en carcajadas.

—¡Golazo, papá! —gritó Fernando.

Pero la alegría duró poco.

—¡Kovalyk! —la voz de trueno del jefe, el señor Pereyra, se alzó por encima del ruido. El silencio se hizo de inmediato. Los compañeros se dispersaron como si el suelo quemara.

Alex tragó saliva. Sabía que esto no iba a terminar bien.

—Vení para acá y traé la última caja que nos llegó.

Alex soltó un suspiro. Se limpió las manos en el pantalón y caminó hacia la oficina con el paquete en mano. Pereyra estaba sentado en su escritorio, con una computadora vieja y una taza de café a medio tomar. Su panza sobresalía debajo de la camisa abierta en el cuello, dejando ver una cadena de oro.

—Siéntate —dijo, sin siquiera mirarlo.

Alex obedeció, sintiendo una tensión en el aire que le hizo apretar los puños.

—Mirá, pibe —Pereyra soltó un suspiro y se reclinó en la silla—. Sos un buen chico, pero acá necesitamos gente que se tome en serio el trabajo.

—Yo me lo tomo en serio —replicó Alex, con un nudo formándose en su estómago.

—No me interrumpas —lo cortó Pereyra, alzando una ceja—. Te vi. Andás en las nubes. Mirá el paquete que tenés en las manos. ¿Notas algo?

Alex lo observó sin notar nada raro.

—Te confundís con las direcciones, llegás tarde a los repartos. Hoy le llevaste un paquete a la dirección equivocada. La clienta llamó furiosa.

Alex sintió que la vergüenza le subía a la cara.

—Fue un error. No volverá a pasar.

Pereyra negó con la cabeza y sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—Así no vas a quedar en ningún club de Italia —dijo, con un tono burlón—. Ni siquiera acá en Córdoba te van a querer con esa actitud.

Alex se tensó. Su sueño de jugar al fútbol profesional no era algo de lo que hablaba con cualquiera. Pero al parecer, su jefe lo había escuchado en alguna conversación con Fernando.

—No tenés que preocuparte por mi futuro —dijo Alex, mirándolo fijamente.

Pereyra soltó una carcajada corta.

—No, claro que no. Pero sí tengo que preocuparme por el futuro de mi empresa. Y acá no hay lugar para soñadores distraídos. Estás despedido.

Las palabras le pegaron como un mazazo. No es que amara ese trabajo, pero necesitaba el sueldo. Alex venia juntando cada centavo para poder viajar a Italia y cumplir su sueño.

Se levantó sin decir nada, sintiendo una presión en el pecho. Fue hasta el baño, se sacó el uniforme, se puso su camiseta y salió de la oficina sin mirar atrás.

Antes de irse, pasó por la zona de carga, donde sus compañeros lo esperaban con caras de incredulidad.

—¿Te rajaron? —preguntó Fernando.

Alex asintió con una sonrisa amarga.

—Sí, pero bueno, era cuestión de tiempo.

Fernando le dio una palmada en la espalda.

—Está bien, no naciste para esto, vos naciste para jugar al fútbol. Yo lo veo. No te rindas. Algún día te voy a ver en la tele.

Alex sonrió, esta vez con un poco más de sinceridad.

—Gracias, Fer. Nos vemos.

Saludó al resto con un gesto y se alejó. No dijo nada más. No quería que lo vieran con los ojos brillosos.

Caminó sin rumbo durante un buen rato, hasta que llegó a la plaza Alberdi. Lugar donde habían quedado en pasar la tarde con Analía, su novia desde hacía dos años. Ella lo esperaba sentada bajo la sombra de un árbol, con la mochila al lado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.