El sábado amaneció con un cielo gris que parecía dudar entre abrirse o descargar una lluvia fina sobre la ciudad. Alex se despertó temprano, con el celular todavía al lado de la almohada y el mensaje de Skill Shot grabado en la mente como una marca a fuego. "Próximo torneo, sábado 12, diecisiete horas.
Se quedó mirando el techo un rato, escuchando el murmullo de la casa: el ruido de la pava en la cocina, los pasos de su madre, el eco lejano de Nico jugando videojuegos en el living. Todo parecía igual, pero algo en él se sentía diferente, como si el aire tuviera un peso nuevo.
Se levantó, se puso una remera vieja y el buzo gastado que ya era casi una segunda piel, y bajó a desayunar. En la cocina, Claudia lo miró por encima del hombro mientras revolvía el mate cocido.
—¿Hoy vas a salir a buscar trabajo? —preguntó, con ese tono que mezclaba esperanza y advertencia.
—Sí, ma —respondió Alex, untando manteca en una tostada—. Voy con Ann, ya imprimimos unos currículums.
Claudia asintió, satisfecha por el momento, y no dijo más. Alex comió rápido, evitando cruzarse con su padre, que todavía dormía después de una semana larga en la fábrica. Media hora después, ya estaba en la calle, caminando hacia la parada de colectivos donde había quedado con su novia.
Ella lo esperaba apoyada contra un poste, con el pelo suelto moviéndose al ritmo de una brisa tímida y una carpeta de plástico bajo el brazo. Llevaba jeans ajustados, zapatillas blancas y una campera gris que le quedaba un poco grande. Cuando lo vio, sonrió, alegre por este día.
—¿Cómo estás? mi vida —dijo Alex, dándole un beso corto en los labios antes de ajustarse la mochila al hombro.
—Muy bien, precioso —respondió ella, devolviéndole el beso con más entusiasmo del habitual—. ¿Listo para recorrer la ciudad?
—Siempre —dijo él, con una sonrisa.
Habían planeado el recorrido la noche anterior por teléfono: primero dejarían currículums en locales de ropa y algunos bares, luego en un par de supermercados y una ferretería que buscaban empleados. No era el plan más emocionante del mundo, pero Ann insistía en que era un paso necesario. “Algo estable, Alex. Para nosotros", le había dicho.
El mediodía los encontró caminando bajo un sol que al final se había animado a salir, con las mejillas coloradas y las manos llenas de papeles. Habían dejado currículums en una docena de lugares: una librería, un bar, hasta una verdulería que tenía un cartel de "Se busca ayudante" escrito a mano. En cada parada, Alex hablaba con los encargados, sonriendo y explicando que era responsable y puntual. Ann, en cambio, se quedaba afuera, mirando con atención.
—Listo, este fue el último —dijo Alex al salir de una panadería, observando que era el último currículum en la carpeta.
—¿Qué querés hacer ahora? Podemos ir al cine, o tomar algo en el parque. Hace un montón que no pasamos una tarde tranqui —mencionó Ann entusiasmada.
Alex se rascó la nuca, mirando el suelo. Sabía que ese momento iba a llegar, y lo había estado evitando desde que salió de casa.
—Eh... en realidad, tengo otro plan —dijo, levantando la vista con cautela.
Ann frunció el ceño, cruzándose de brazos.
—¿Otro plan? ¿Qué plan, Alex? ¿A qué te referís?
—Es una pavada, no te preocupes. Solo voy a pasar por la plaza Alberdi un rato —respondió, tratando de sonar despreocupado.
—¿La plaza? —El tono de Ann se endureció—. ¿Para qué? ¿No me digas que vas a ir a jugar al fútbol? Pensé que hoy íbamos a hacer algo juntos.
—Y lo hicimos, Ann. Repartimos los currículums, como querías. Pero esto es algo que quiero probar, nada más —dijo él, sintiendo que el aire entre ellos se volvía más denso.
Ella lo miró fijo, con una mezcla de incredulidad y decepción que le dolió más de lo que esperaba.
—¿Probar qué, Alex? ¿Patear una pelota con tus amigos o quien carajo este allá, mientras yo me quedo esperando que te tomes en serio lo nuestro? —Su voz tembló un poco, pero se mantuvo firme—. Llevamos dos años, y cada vez que pienso que estamos avanzando, vos te vas para otro lado.
—No es eso, mi vida —intentó defenderse él, dando un paso hacia ella—. No es que no me tome en serio lo nuestro. Es solo... algo que necesito hacer. No te estoy dejando de lado. Mañana a la noche hacemos algo si querés.
Ella negó con la cabeza, retrocediendo.
—No, Alex. Siempre es lo mismo. El fútbol, tus sueños, Italia. Y yo quedo como la idiota que te espera. Si querés ir a la plaza, andá. Pero no me pidas que me quede sonriendo mientras vos jugás a ser Maradona.
—Ann, por favor, no te pongas así —dijo él, estirando una mano que ella esquivó.
—No me pongo de ninguna manera. Me voy a casa —respondió ella, girándose con la carpeta apretada contra el pecho—. Hablamos después, cuando tengas tiempo para mí.
Alex se quedó parado en la vereda, viéndola alejarse entre la multitud que llenaba las calles un sábado en plena siesta. Quiso llamarla, correr tras ella, pero sus pies no se movieron. Sabía que tenía razón en parte, pero también sabía que no podía dejar pasar lo de la plaza. No hoy. Con un suspiro pesado, ajustó la mochila y tomó el colectivo hacia su destino.
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Editado: 10.05.2025