Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 4: Gotas de sudor

El domingo amaneció con un sol tímido que apenas lograba colarse entre las nubes grises que todavía flotaban sobre Córdoba. Alex se despertó antes de que el reloj marcara las siete, con el cuerpo pesado por el cansancio del torneo del día anterior y la mente llena de imágenes que no lo habían dejado dormir bien: el caño de Emilia, el gol de rabona que casi no entra contra Lucho, la cara de Ann mientras se alejaba entre la multitud después de entregar los currículums.

Se quedó un rato mirando el techo, escuchando el silencio de la casa, roto solo por el ronquido lejano de su padre y el molesto tic-tac del reloj en el comedor. La pulsera celeste del torneo seguía en su muñeca, un poco sucia de sudor y polvo, pero no se la había quitado. Era como un recordatorio: todavía tenía un largo camino.

Se levantó despacio, con las piernas protestando por el esfuerzo del sábado, y se puso lo primero que encontró: una remera negra gastada y un pantalón de gimnasio que había visto mejores días. La idea había aparecido en su cabeza durante la noche, entre sueños interrumpidos: necesitaba plata. No solo para sobrevivir el día a día o para pagarse la inscripción para el próximo torneo, sino para algo más grande.

Después de perder contra Emilia, después de sentir cómo sus sueños de Italia se tambaleaban en esa plaza, se dio cuenta de que no había regresado a su nivel. No todavía. Pero también se dio cuenta de que no podía quedarse esperando a que las cosas cayeran del cielo. Si quería viajar, si quería probarse en serio algún día, necesitaba empezar a moverse. Y eso también significaba billetes.

Abrió la puerta sin hacer ruido, evitando el crujido de siempre, y se coló en el garaje. Ahí estaba la bici de su padre, una mountain bike vieja con el cuadro rallado y los frenos que chirriaban un poco, pero funcional. Andrés la usaba los fines de semana para ir a jugar a las bochas con los amigos del trabajo, pero hacía dos fines de semana que no iba por una torcedura en el tobillo que lo traía mal. Alex dudó un segundo, mirando la bici como si fuera a delatarlo, pero luego la agarró y la sacó por la puerta trasera sin pedir permiso. No iba a despertar a nadie para explicar algo que sabía que no entenderían.

En la calle, el aire fresco de la mañana le pegó en la cara, despejándolo un poco. Sacó el celular, abrió la app de Rappi y activó su cuenta, una que había creado hace meses, pero nunca había usado en serio. Había un par de pedidos pendientes en el barrio: una entrega de criollos y café en un edificio, un pedido de farmacia. Nada espectacular, pero era un comienzo. Se subió a la bici, ajustó la mochila térmica que había adquirido desde la primera vez, y empezó a pedalear.

El tercer pedido lo mandó hasta una calle con nombre familiar. No le prestó mucha atención hasta que vio el número pintado en la vereda. Tocó timbre, con la mochila colgada al hombro, y al minuto se abrió la puerta.

Y ahí estaba.

Fernando.

—¿Alex? —dijo, entre sorprendido y dormido—. ¿Qué hacés acá, boludo?

—¿Vivís acá? No tenía idea —respondió Alex, un poco incómodo.

—Sí, hace poco me mudé con mi pareja. Pero... ¿vos qué onda, estás haciendo repartos?

—Por ahora —dijo Alex, bajando la mirada—. Es temporal. Volví a jugar.

—¿En serio? No me jodas. ¿Volviste a un club?

—No, un torneo callejero. Skill Shot. No sé si lo conocés. Me sirve para entrenar. Me hizo bien volver a moverme un poco.

Fernando sonrió con una alegría sincera.

—¡Qué grande, loco! Me pone re contento. Vos no eras del depósito, eras de potrero. Se te notaba.

Alex se rio, y le entregó la bolsa con el pedido.

—¿Y vos? ¿Seguís bancándote a Pereyra?

Fernando puso los ojos en blanco.

—Duré una semana más después de que te fuiste. Me fui hace unos días, me venía cocinando por dentro hace rato. Quiero abrir mi propia empresa de repartos, tipo cadetería. Ya estoy viendo con un primo cómo armar algo. Prefiero romperme el lomo por lo mío, ¿sabés?

—Me gusta —dijo Alex, y se chocaron los puños como en los viejos tiempos—. Vos también tenés lo tuyo.

—Y vos no aflojes, ¿eh? Si te metés, metele de verdad.

—Ya lo estoy haciendo —respondió Alex, con una sonrisa que le nació de verdad.

Volvió a subirse a la bici, y mientras pedaleaba por la calle en bajada, pensó en lo que acababa de pasar. Ver a Fernando tan decidido, tan sonriente como siempre, le dio una energía nueva. No todos estaban quietos. Algunos, como él, como Fernando, se estaban moviendo. Cada uno a su manera, pero moviéndose. Y eso valía.

La mañana siguió entre calles conocidas y desconocidas. Entregó un paquete de facturas en una casa vieja con rejas oxidadas, donde una señora lo recibió con un "gracias, nene" y una propina que Alex guardó en el bolsillo con una sonrisa. Luego la farmacia: una bolsa con remedios que llevó a un departamento y el sudor ya empezaba a pegarle la remera a la espalda. Después vino un pedido de supermercado: leche, fideos, un par de latas de atún que lo hizo pedalear hasta el otro lado del barrio, esquivando autos y puteando en voz baja cuando un colectivo casi lo saca de la calle.

Cada entrega era un pequeño triunfo, pero también un recordatorio de lo lejos que estaba de lo que quería. Venía gastando parte de sus ahorros: cinco mil pesos se habían ido en la inscripción del torneo, los colectivos a la casa de Ann, las salidas, el gimnasio... y así, poco a poco, se iba reduciendo lo que había juntado con mucho esfuerzo entre changas mal pagas y regalos de cumpleaños.




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