Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 6: La sorpresa

Alex se pasó una mano por la cara, tratando de sacarse de encima la frustración. A su lado, Santy giró la botella entre los dedos, como si estuviera decidiendo por dónde empezar. El murmullo del torneo seguía de fondo: risas, aplausos, alguna que otra queja por un partido ajustado. Pero en ese momento, todo eso quedó en segundo plano.

Alex sintió el peso de esas palabras antes de que Santy siquiera abriera la boca. Algo en su tono, en la forma en que miraba la cancha como si viera un recuerdo, le dijo que lo que venía era importante. Se enderezó un poco, todavía con la respiración agitada por el partido, pero ahora atento.

Santy lo miró un momento, como si quisiera asegurarse de que estaba listo para escuchar. Luego habló, con un tono serio pero cargado de esa chispa que siempre llevaba encima.

—Sé cómo te sentís después de lo de Ronny —arrancó, dejando la botella en el banco—. Te pasó por arriba, te dejó sin aire, y ahora te estás preguntando si vale la pena seguir. Yo estuve ahí. Pero mirá: esa derrota no te define. Lo que te define es qué haces con ella. Podés dejar que te aplaste y chau, o podés tomarla como un empujón para ser más fuerte. Y vos, hoy, tenés esa elección.

Alex frunció el ceño, todavía con el eco de los 12-6 retumbándole en la cabeza. Santy siguió, con la mirada perdida en la cancha.

—Cuando yo jugaba en un club, me rompí todo. Ligamentos hechos trizas a los 16. Entrenaba como loco, vivía para el fútbol, pero después de la lesión, el club me soltó la mano. Ni un llamado, ni una palmada en la espalda. Me dejaron tirado como si nunca hubiera existido. Y no fui el único: vi técnicos sacar pibes con talento solo porque no les caían bien, o dejarlos en el banco por capricho. El fútbol de club te usa y te bota cuando no le servís más.

Hizo una pausa, y su voz bajó, más cruda.

—Y en el barrio era peor. Torneos con amigos que llegaban borrachos, que llegaban tarde o se creían estrellas y no hacían nada. Equipos donde uno se rompía el orto y los otros se rascaban. Por eso armé Skill Shot. Acá no hay club que te deje tirado, ni técnico que te saque en el medio del partido, ni vagos que te arruinen el juego. Acá dependés de vos solo. Tu esfuerzo, tu capacidad de levantarte, de seguir intentándolo... todo eso es tuyo. Si querés convertirte en alguien, en el jugador que querés ser, está en vos. No en las de un dirigente, ni en las de un equipo que no te valora.

Alex sintió un nudo en el estómago. Las palabras de Santy le pegaban justo donde dolía: su lesión, el abandono del club, esos partidos en el barrio donde nadie se tomaba nada en serio. Pero también le encendían algo, una chispa que no esperaba después de la paliza de Ronny.

Santy lo miró fijo, con esa mezcla de desafío y confianza.

—Esa derrota con Ronny puede ser el fin, o puede ser el comienzo. Vos elegís. Skill Shot es esto: vos contra vos mismo. Si te levantás ahora, si seguís viniendo, si le metés pilas, vas a llegar a donde quieras. Acá no hay excusas, solo resultados. Y yo sé que vos tenés lo que hace falta, porque hoy no te rendiste ni cuando ibas 9-0.

Alex respiró hondo, dejando que las palabras se asentaran. Santy se inclinó un poco más cerca, como para rematar.

—Mi sueño es hacer esto más grande. Una liga profesional, con jugadores que vivan de esto. Pero para llegar ahí, necesito pibes como vos, que no se quiebren. Que usen cada paliza como combustible. ¿Qué vas a hacer con la tuya?

Santy se levantó, dándole una palmada en el hombro, pero se quedó esperando una respuesta. Alex, todavía sudado, miró la cancha con una nueva perspectiva. La derrota con Ronny seguía doliendo, pero ya no se sentía como un paredón. Era más como un empujón, como dijo Santy.

—Voy a tomarla como un impulso —dijo finalmente, con la voz firme, aunque cansada—. Ronny me aplastó, sí, pero no me voy a quedar tirado por eso. Voy a volver. Quiero ser ese jugador que imagino, y si esto me lleva a donde quiero, lo voy a hacer con mis propias reglas.

Santy sonrió, satisfecho. Listo para volver a su mesa.

Alex pensó que el torneo ya estaba definido, que Ronny iba a arrasar en los siguientes partidos como había arrasado con él, pero un murmullo empezó a crecer desde el borde del campo, como una ola que se forma despacio. Nico levantó la cabeza, frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa? —preguntó, parándose de un salto para ver mejor.

Alex se incorporó también, estirando el cuello. La multitud se estaba juntando otra vez alrededor del campo principal, y Rubí volvió a agarrar el micrófono con una energía que no había tenido antes. Su voz cortó el aire como un cuchillo.

—¡Gente, prepárense, que las Semifinales están al rojo vivo! Ronny contra Bastián, y en el otro cuadro... ¡Tomás contra Emilia! —gritó, y la plaza explotó en gritos y aplausos.

—¿Tomás? —dijo Nico, mirándolo con cara de confusión—. ¿Quién es ese?

—No tengo idea —respondió Alex, sintiendo una curiosidad que lo sacó de la maraña de pensamientos. Se acercó al borde del campo con Nico pegado a su lado, abriéndose paso entre la gente que ya se amontonaba.

Las semifinales arrancaron con una intensidad que hacía temblar el cemento gastado de la plaza. Ronny se plantó frente a Bastián, dos tanques cara a cara, como si el suelo mismo se fuera a partir bajo sus pasos. Bastián era grandote como él, pero tenía algo distinto: un golpe seco y preciso que cortaba el aire, una derecha que silbaba antes de pegar en la red como un martillazo.




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