Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 7: Noche de frazada

El viernes a la noche llegó como un respiro después de semanas que habían sido un torbellino para Alex. La rutina de colegio, gimnasio y repartos con la bici lo había mantenido ocupado, pero también agotado, y la derrota contra Ronny, aunque suavizada por la victoria de Tomás, todavía le rondaba la cabeza como un eco persistente. Pero ese viernes era diferente. Ann le había escrito temprano, a eso de las siete de la mañana, mientras él todavía estaba en la cama mirando el techo y escuchando el ruido de la pava en la cocina.

"Salgo a las 20 del laburo. ¿Nos vemos?", decía el mensaje, con un emoji de corazón que lo hizo sonreír como idiota. Respondió rápido, con las manos temblándole un poco de ansiedad: "Sí, obvio. ¿A las 21 en la plaza San Martín?". Ella contestó con un "Dale, te extraño" que le calentó el pecho más que el mate cocido que Claudia le dejó en la mesita rato después.

El día pasó lento, como si el reloj se burlara de él. En el colegio garabateó fórmulas en un cuaderno sin prestar atención, y en el gimnasio levantó pesas, con la mente en otro lado, imaginando cómo iba a ser volver a ver a Ann después de tantos días de mensajes cortos y promesas postergadas.

Cuando llegó la tarde, dejó la bici en el garaje, esta vez con permiso, y no quiso arriesgar otra discusión, se duchó rápido, poniéndose una remera negra que no estuviera demasiado gastada y un jean que Ann siempre decía que le quedaba bien. Se miró al espejo un segundo, pasándose la mano por el pelo despeinado, y salió con la mochila al hombro, sintiendo los nervios zumbándole en el estómago.

Llegó al lugar diez minutos antes de las nueve, justo cuando la noche empezaba a bailar. La plaza estaba viva, como siempre: chicos jugando a la pelota, parejas caminando de la mano, vendedores ambulantes gritando "¡Medias, medias!". Alex se apoyó contra un árbol, revisando el celular para matar el tiempo, hasta que la vio aparecer desde la esquina de la calle. Ann venía con el pelo suelto, moviéndose con la brisa, y una sonrisa cansada pero sincera. Llevaba una campera gris que le quedaba un poco grande, jeans ajustados y las zapatillas blancas de siempre, esas que ya tenían marcas de tanto usarlas para trabajar.

—Hola, precioso —dijo ella cuando llegó, dándole un abrazo corto pero fuerte que lo hizo olvidar el frío que empezaba a subir desde el suelo.

—Hola, mi vida —respondió él, devolviéndole el abrazo y un beso rápido en los labios que ella alargó un poquito más, como si quisiera asegurarse de que estaba ahí.

Se quedaron mirándose un segundo, con esa mezcla de alivio y torpeza que aparece después de una pelea que no terminó del todo mal, pero dejó marcas. Ann rompió el silencio primero, ajustándose la mochila al hombro.

—¿Dónde querés ir? —preguntó, con un brillo en los ojos que Alex había extrañado más de lo que admitía.

—Pensé en un restaurante, de acá cerca. Tienen unas milanesas que te morís, y no es tan elegante como los que odias —dijo él, rascándose la nuca como siempre hacía cuando estaba nervioso.

—Perfecto. Muero de hambre —respondió ella, tomándole la mano con naturalidad mientras empezaban a caminar hacia la avenida.

El lugar estaba a unas cuadras, un restaurante lindo con mesas de madera gastada y el ambiente olía a comida bien rica. Cuando entraron, una moza los llevó a una mesa cerca de la ventana, y Alex sintió un alivio raro al sentarse frente a Ann, como si por fin pudieran respirar el mismo aire sin la distancia de los últimos días. Pidieron dos milanesas napolitanas con papas fritas y una gaseosa para cada uno, mientras el ruido de los platos y las charlas de los otros clientes llenaba el fondo.

—¿Cómo estuvo el laburo? —preguntó Alex, apoyando los codos en la mesa mientras la miraba.

—Agotador. El bar está a full desde que se enfermó Sofí, y el jefe no para de pedir que hagamos más rápido. Pero hoy terminé temprano, así que no me quejo —dijo ella, sonriendo con cansancio—. ¿Y vos? ¿Seguís con los repartos?

—Sí, un par por día. No es mucho, pero es algo —respondió él, jugando con la servilleta de papel—. Todavía nada de los currículums. Creo que tiré demasiados en lugares que no buscan a nadie.

Ann lo miró fijo, con esa mezcla de ternura y firmeza que siempre lo desarmaba.

—Tené paciencia, Alex. Ya va a llegar algo. Esas cosas llevan tiempo, pero vos estás haciendo lo tuyo con los repartos, y eso me pone re orgullosa —dijo, estirando una mano para apretarle la suya sobre la mesa—. No te apures, que todo llega.

Él asintió, sintiendo un calor que no venía de la comida que la moza acababa de traer. Las milanesas humeaban en los platos, con el queso derretido chorreando por los bordes y las papas fritas crujiendo al primer mordisco. Comieron en silencio un rato, disfrutando el sabor y la calma de estar juntos otra vez. Después de unos minutos, Alex se limpió la boca con la servilleta y respiró hondo.

—Te extrañé mucho, Ann. En serio. Estas semanas sin verte fueron una mierda —dijo, mirándola a los ojos con una honestidad que le salió sin filtro.

Ella dejó el tenedor en el plato y sonrió, un poco sorprendida pero contenta.

—Yo también te extrañé, tonto. No sabés cuánto. Entre el laburo y todo, pensé que nos íbamos a perder, pero acá estamos —respondió, y luego ladeó la cabeza con curiosidad—. ¿Y cómo está eso de Skill Shot? Me contaste algo por mensaje, pero no entendí bien qué onda.




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