Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 9: El grito de la plaza

El torneo arrancó con un ritmo frenético. Música fuerte, gritos, tensión en el aire.

Y desde el primer minuto, Alex sintió que algo era distinto. Su primera ronda fue contra un tal Franco, un pibe nuevo en el circuito. Y eso lo hacía peligroso. No lo conocía, no sabía con qué movimientos se iba a encontrar. No sabía si era un crack escondido o un medio pelo. No podía confiarse.

Entró a la cancha concentrado. Sentía la mirada de Ann desde el borde de la cancha, como si le quemara la nuca. Estaba ahí. Y él quería brillar.

El silbato sonó.

Franco fue al frente con un regate veloz, confiado. Pero Alex lo leyó. Lo esperó. Y lo bloqueó con firmeza, robándole la pelota de un toque limpio. No dudó, zurda al arco, gol común.

1-0.

Respiró hondo. Primer paso dado. En la siguiente jugada, Alex fue por más. Se acomodó, amagó una salida por la derecha y, cuando Franco abrió las piernas, le metió un caño quirúrgico.

La plaza reaccionó al instante.

—¡Uuuuuuh! —gritaron desde los escalones.

La pelota terminó en el arco. Dos puntos más.

3-0.

Alex ya estaba metido en el partido.

Franco intentó recomponerse, pero Alex se lo notaba en los ojos: no lo iba a dejar respirar.

Quedando poco tiempo, Alex se paró de espaldas al arco. Esperó el momento justo, y sin girar, conectó un taco limpio que cruzó el campo y entró justo por el medio del arco.

Golazo. 6-0.

Franco logró descontar con un gol común, pero ya era tarde.

6-1.

Partido cerrado.

Cuando salió del campo, Ann aplaudía fuerte, los ojos brillándole como nunca.

—¡Eso es mi amor! —gritó, emocionada.

Alex levantó la vista y les sonrió. Ese arranque había sido perfecto. Y lo mejor… recién empezaba.

—¡Estás en llamas! —dijo Nico, chocándole la mano a su hermano.

—No sé qué me pasa, pero con ustedes acá no quiero perder ni un segundo —respondió él, todavía jadeando pero con una energía que no se le apagaba.

La segunda ronda lo puso frente a Lissa, una rival conocida en el circuito.

No hablaba mucho. Apenas sonreía. La asiática jugaba con una precisión quirúrgica, y todos sabían que, si te distraías un segundo, te llenaba el marcador.

El partido arrancó mal para Alex. Lissa entró con una rabona limpia, cruzada, que dejó a todos sin aire.

—¡Uff! —gritó Stefano desde la grada.

4-0.

Pero Alex no se achicó. Se plantó. Respiró hondo. Y respondió con un taco veloz que sorprendió a todos.

4-3.

En la jugada siguiente, amagó dos veces y sacó un zurdazo al ras del piso. Empate.

4-4.

El partido estaba para cualquiera. Últimos segundos.

Lissa, con una frialdad de hielo, metió un zapatazo que rebotó en el palo y salió del campo. Estuvo cerca. Muy cerca. Alex la controló antes de que saliera. No lo pensó. Rabona al primer toque. La pelota entró sin que Lissa pudiera hacer nada.

8-4.

Alex ganó.

Cuando salió, Ann lo miraba con los ojos brillantes.

—¡Sos una máquina! —gritó desde la tribuna, con la voz temblando de orgullo.

Alex dejó escapar una sonrisa, sin poder evitarlo. Nico lo esperaba con los brazos abiertos, tironeándole la remera como si fuera un superhéroe.

En cuartos de final, lo esperaba Joan, el pibe de ojos rápidos que ya lo había hecho sufrir en el torneo anterior. Esta vez, Alex venía más afilado.

Joan intentó un caño en la primera jugada. Alex lo leyó, lo bloqueó, y le robó la pelota como un ratero profesional. Gol de zurda.

1-0.

Joan respondió al instante con una jugada parecida.

1-1.

El partido se trabó. Ida y vuelta. Fricción pura.

Alex probó una rabona, se fue alta. Joan tiró un amague de taco, que no quedó en nada. Quedaban treinta segundos. La gente murmuraba. El aire era denso. Nadie respiraba. Alex buscó espacios, pero la defensa de Joan era impecable.

Ann y Nico lo alentaban a los gritos desde un costado, como si estuvieran en un estadio lleno.

—¡Últimos diez segundos! —gritó Rubí desde afuera.

Alex activó su instinto. Amagó para un lado. Después para el otro. Joan se movió, solo un poco. Pero fue suficiente. Alex giró, se perfiló, y la clavó con un derechazo seco. Gol común.

2-1.

El pitido final sonó como una bocina de gloria.

—¡Vamos carajo! —gritó Nico, casi explotando de la emoción.

Alex se apoyó en las rodillas, jadeando. Ese partido lo había exprimido. Pero valió cada segundo.

—Estás volando, Alex. ¡Te dije que hoy ibas a romperla! —dijo Nico, saltando mientras Ann asentía, todavía sorprendida por lo que veía.




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