Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 11: Luces en la parada

El lunes arrancó con un sol tímido que se colaba entre las nubes, como si el clima quisiera darle una tregua a Alex después del domingo que había tenido. Se despertó temprano otra vez, con el cuerpo todavía resentido por la caída y la rodilla derecha dándole pinchazos cada vez que la movía.

Lo primero que hizo fue agarrar el celular de la mesita, con la pantalla rajada mirándolo como un recordatorio de todo lo que había perdido. Lo desbloqueó con el corazón en la garganta, esperando que Ann no siguiera en silencio, pero ahí estaba: un mensaje nuevo, recibido a las 6:47 de la mañana. "Salgo a las 20 del laburo. ¿Nos vemos en la plaza San Martín? Tenemos que hablar". El nudo en el estómago se aflojó un poco, pero no del todo. Al menos iba a verla, al menos podía explicarle lo que había pasado.

Le contestó rápido, con los dedos temblándole sobre las teclas rotas: "Sí, ahí voy a estar. Gracias por responder". Dejó el celular en la cama y se levantó, adolorido hasta el baño para lavarse la cara. El espejo le devolvió una versión cansada de sí mismo: ojeras marcadas, un raspón seco en la frente y las manos todavía rojas por los cortes del pavimento. Se puso una remera limpia, un jean que no estuviera tan sucio y las zapatillas nuevas, listo para ir al colegio.

Pasó el día entre distintas clases, pateando una piedrita en el recreo y esquivando la multitud que ahora lo idolatraba por sus videos virales y por el torneo ganado.

Al llegar a casa, Claudia le dejó un plato de fideos en la cocina con una nota "Comé algo, hijo", pero él tocó apenas la comida, demasiado nervioso por lo que vendría. Paso el resto del día entrenando y en el gimnasio.

A las 19:30 salió rumbo a la plaza San Martín, caminando lento para no forzar la rodilla. Llegó puntual, justo cuando el reloj marcaba las 20 en punto, y se apoyó contra un árbol cerca de la parada del colectivo, donde siempre la esperaba, mirando a todos lados. La plaza estaba tranquila para ser lunes: un par de chicos corriendo palomas, una señora vendiendo praliné y pururú, el ruido de los autos zumbando por la avenida. Entonces la vio aparecer por la esquina, con la típica campera gris un poco arrugada y el pelo suelto cayéndole sobre los hombros. Ann lo buscó con la mirada, y cuando sus ojos se encontraron, le hizo un gesto con la mano para que se acercara. Alex respiró hondo y fue hacia ella, sintiendo el corazón latirle en todas direcciones.

—Hola —dijo ella, con una voz neutra que no dejaba claro si estaba enojada o solo cansada.

—Hola, mi vida —respondió él, intentando una sonrisa que salió torcida—. Gracias por venir.

Ann asintió, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijo.

—¿Qué pasó ayer con la bici? Me llegó tu mensaje, pero estaba agotada después del laburo y caí muerta en la cama —preguntó, yendo directo al grano.

Alex se rascó la nuca, bajando la vista un segundo antes de contestar.

—Hice repartos todo el día para no pensar en vos, en lo del torneo... y cuando volvía a casa, me asaltaron. Dos tipos, uno con un cuchillo. Me tiraron de la bici, me sacaron la mochila con la plata que había juntado y se llevaron la bici de mi viejo —dijo, con la voz temblándole un poco al recordarlo—. Llegué a casa todo adolorido, sin nada.

Los ojos de Ann se abrieron un poco, y por primera vez desde que llegó, su cara se suavizó.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? —preguntó, dando un paso más cerca y tocándole el brazo con preocupación.

—Solo raspones, pero estoy entero —respondió él, levantando una mano para mostrarle las marcas rojas—. Lo peor fue después. Mi viejo se puso como loco cuando llegué sin la bici. Me gritó que deje los repartos, que busque algo serio... y me dijo que, si no consigo un trabajo decente para cuando cumpla dieciocho, me echa de la casa.

Ann frunció el ceño, apretando los labios como si reconociera esas palabras.

—¿En serio te dijo eso? Qué pelotudo, Alex. Después de todo lo que pasaste ayer —dijo, con un tono que mezclaba bronca y lástima.

—Sí, se pudrió todo. Le dije que era un fracasado frustrado, y casi nos vamos a las manos. Mi vieja tuvo que meterse para separarnos —agregó él, pasándose una mano por la cara—. No sé qué voy a hacer con él, pero no me voy a dejar pisotear.

Ella lo miró un rato en silencio, como procesando lo que le contaba, y después suspiró.

—Que bajón lo del robo y lo de tu viejo... pero quiero que me expliques lo de Emilia. Lo del sábado en la plaza. ¿Por qué te abrazó así? ¿Qué es eso de 'Pajín'? —preguntó, con un filo en la voz que no podía esconder.

Alex respiró hondo, sabiendo que este era el momento que podía arreglar o romper todo. La miró a los ojos, sin esquivarlos.

—Te juro que no pasó nada, Ann. Emilia es una piba del torneo, una de las primeras que esta. 'Pajín' es un apodo boludo que me puso cuando fui por primera vez, porque no quería jugar y solo estaba mirando.

—¿Estabas mirando los partidos? ¿O el culo de ella?

—¿Hace falta responder? —gruñó Alex con el ceño fruncido.

—Dale seguí —respondió ella, poniendo los ojos en blanco.

—“Pajín” es un apodo para molestar, nada más. El sábado, cuando gané, se acercó a felicitarme, como todos los demás. El abrazo y el beso en el cachete debe haber sido por euforia, no significó nada. Ni siquiera me gusta esa mina, te lo prometo —dijo, con la voz firme pero suave, esperando que lo entendiera.




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