Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 16: El rey de la plaza

El cielo estaba despejado, el sol golpeaba con fuerza sobre la plaza, pero adentro de Alex todo era tormenta.

Mientras esperaba su próximo partido, no lograba sacarse de la cabeza un solo nombre: Ann.

Sabía que, tarde o temprano, ella se enteraría. Que había dejado pasar su oportunidad en TechSport. Que ese mensaje de aliento que le mandó en la mañana había sido para otro Alex… uno que no existía más.

Porque Ann siempre lo había apoyado, sí. Pero su amor también venía con una visión muy clara del futuro: progreso, seguridad, un trabajo real. Ella lo había bancado en cada tropiezo, pero también lo empujaba a no quedarse colgado de un sueño.

Y, sin embargo, ahí estaba él. Volviendo a apostar todo por ese sueño. No porque no la amara, sino porque amarse a sí mismo, en ese momento, significaba elegir la cancha.

Con el pecho apretado y las emociones cruzadas, Alex se plantó firme en el campo. Esto era lo que tenía que hacer. No para demostrarle nada a Ann. Ni a nadie. Sino para probarse a sí mismo que todavía tenía fuego. Que seguía creyendo. Que podía construir un futuro… a su manera.

Su segundo cruce era contra Henry, un competidor nuevo en el circuito.

El chico intentó un regate rápido, con la esperanza de descolocarlo. Pero Alex ya estaba allí, anticipando su movimiento. Robó la pelota con precisión, y en un parpadeo, la pelota estaba de nuevo en sus pies. Un taco limpio, de esos que le salían sin pensarlo, y Henry quedó atrás, mirando cómo el marcador subía. El 3-0 era contundente, pero Alex estaba encendido, con bronca. La siguiente jugada se desmarcó de su rival y sacó un latigazo de rabona letal, 7-0.

Se dirigió hacia afuera del campo, esperando su próxima víctima, con la mente un poco más tranquila, pero con ese peso en el pecho que no lograba soltar. Era difícil, el dilema de hacer lo correcto versus lo que le dictaba el corazón. Pero ese pensamiento duró solo un segundo, porque el siguiente partido lo esperaba con Rouse.

Una piba dura. Muy dura. Su estilo de juego era agresivo, de esos que te hacen sentir cada golpe. Pateaba la pelota como si fuera un toro enfurecido. El primer gol que le metió fue un cañonazo de rabona que lo sorprendió. Maldita rabona. Alex no la vio venir, pero se levantó del suelo con una sonrisa en los labios.

4-0.

Esto es lo que lo mantenía vivo. El fútbol. La competencia.

No podía dejar que la duda de su decisión lo frenara, ni que el miedo a perder lo hiciera dudar de su destino. Así que, sin pensarlo, le respondió con un taco, ese taco que pasó por entre las piernas de Rouse con una precisión casi mágica. La plaza estalló en aplausos, y la joven se quedó mirando la jugada, sorprendida.

4-3.

Alex no estaba solo jugando por el título, estaba luchando por algo mucho más grande. Cada jugada, cada regate, cada gol, estaba luchando por el futuro que veía con Ann. El marcador se incrementó hasta un 4-10 a favor de Alex, y mientras salía del campo, pensó que nada podría detenerlo. El fútbol lo llamaba, y estaba dispuesto a responder.

Las semifinales no eran un partido más. No solo porque un paso más significaba estar en la gran final, sino porque el rival era Stefano. Y Stefano lo odiaba. No era un odio de rivalidad sana, de esos que se forjan en la cancha y terminan con un apretón de manos. No. Stefano lo despreciaba. Desde el primer día en Skill Shot, lo había mirado con esa mezcla de desdén y superioridad, como si Alex no tuviera derecho a estar ahí, como si su mera presencia ensuciara el torneo.

Cuando entraron al campo, la tensión podía cortarse con un cuchillo. Stefano sonreía con suficiencia, girando la pelota entre los pies antes de levantar la mirada hacia Alex.

—No pertenecés acá —el tono era burlón, pero la mirada estaba llena de veneno—. Ahora te lo voy a demostrar. Este juego es de los pibes del barrio, del potrero, de los que no tienen miedo a lesionarse.

La gente alrededor empezó a murmurar. Todos sabían lo que Stefano quería decir, lo que siempre insinuaba. Que Alex no pertenecía, que su sueño de jugar de forma profesional, lo hacían distinto. Que Skill Shot era solo un medio para él.

Pero Alex no iba a dejar que lo pisotearan. Dio un paso al frente, con la mirada clavada en su rival, y bajó la voz lo suficiente para que todos tuvieran que callarse para escucharlo.

—Me decís que venís del barrio… —dijo, midiendo cada palabra—, pero a la madrugada llovió. Y en tus zapatillas no hay barro.

El murmullo se convirtió en un rugido. La gente explotó, gritos y carcajadas inundaron la plaza. Stefano apretó la mandíbula, pero ya no tenía respuesta. Todos sabían la verdad: ya no vivía en el barrio, hacía rato que se había mudado a un privado, a una vida más cómoda. Pero seguía vendiendo la imagen de pibe de la calle y ni siquiera aparecía todos los sábados. Alex lo había desenmascarado en su propio terreno.

Stefano estaba furioso. Y lo demostró desde el arranque, jugando con rabia, con orgullo herido. En la primera jugada, le metió un caño impecable y definió rápido. 2-0. Lo festejó como si hubiera ganado el torneo, mirando a Alex con una sonrisa torcida.

Cuando la pelota volvió a rodar, se movió con calma, esperando su momento. Stefano lo presionó, intentando empujarlo hacia una esquina, pero Alex tenía un plan. Con un toque sutil, levantó la pelota apenas unos centímetros. Stefano se lanzó a cortar, pero Alex, en un movimiento perfecto, rebotó la bola con su muslo derecho y la elevó más. Antes de que su rival pudiera reaccionar, giró el cuerpo y, con un salto impecable, impactó la pelota de cabeza con fuerza.




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