Skill Shot: El camino de Alex - Historia de Fútbol Callejero

Capítulo 18: El precio del título

El sol ya se había escondido cuando Alex llegó a casa, empujando la bici nueva con una mano mientras Nico cargaba el cartel de "Campeón Skill Shot 2025" y el otro con la cifra de 600 dólares. La plaza Alberdi quedaba a unas cuadras, pero el trayecto se le hizo eterno, como si cada paso levara el peso de lo que sabía que lo esperaba. La euforia del torneo todavía le zumbaba en el cuerpo, pero a medida que la puerta de su casa se acercaba, un nudo se le formó en el estómago. Nico, a su lado, no paraba de hablar, contando una y otra vez cómo el zurdazo de Alex había volado al ángulo, pero él apenas lo escuchaba. Sabía que el verdadero partido estaba por empezar.

Entró al living con un chirrido de las ruedas contra el piso, y el ambiente se congeló al instante. Claudia estaba sentada en el sillón, con una taza de café frío en las manos y los ojos fijos en la tele prendida. Andrés, de pie cerca de la cocina, buscando una cerveza, se cruzó de brazo y puso una cara que parecía tallada en piedra. Los dos giraron la cabeza hacia él al mismo tiempo, y Alex sintió cómo el aire se volvía denso, como si el oxígeno se hubiera escapado de la habitación. Nico dejó los carteles en la mesa con un golpe seco, todavía sonriendo, pero hasta él se dio cuenta de que algo no estaba bien.

—¿Qué es eso? —preguntó Claudia, señalando la bici con un movimiento lento de la cabeza. Su voz era calma, pero tenía un filo que Alex conocía demasiado bien.

—Es... el premio del torneo que Gané. Campeón del año —respondió él, intentando sonar firme, pero la última palabra se le quebró un poco en la garganta.

Andrés dio un paso adelante, descruzando los brazos, y el ruido de sus zapatillas contra el piso resonó como un martillo.

—¿Campeón? ¿Y el trabajo? ¿El evento ese de TechSport al que ibas a ir hoy? —dijo, con un tono que subía de volumen con cada palabra—. ¿Nos estás diciendo que no fuiste?

Alex respiró hondo, dejando la bici apoyada contra la pared. Sabía que no había forma de esquivar esto.

—No fui. Me bajé del colectivo y fui a la plaza. No podía dejarlo. Era la última fecha, y lo gané —dijo, levantando la mirada para enfrentarlo, aunque el corazón le latía como si quisiera salírsele del pecho.

Claudia dejó la taza en la mesita con un golpe seco y se puso de pie, con los ojos brillantes de furia y algo más que Alex no pudo descifrar.

—¿Te bajaste del colectivo? ¿Después de todo lo que hablamos, Alex? ¡Te dije que a veces hay que hacer sacrificios! Conseguiste esa entrevista, te planché la camisa, te apoyamos para que tuvieras un futuro decente, y vos... ¿elegís una plaza y una bici? —gritó, con la voz temblándole de frustración.

—¡Es más que una bici, mamá! ¡Es el campeonato! ¡Soy el mejor de Skill Shot, gané 600 dólares también! —respondió él, señalando los carteles sobre la mesa como si fueran prueba de algo.

Andrés soltó una risa seca, amarga, que cortó el aire como un cuchillo.

—¿600 dólares? ¿Y qué vas a hacer con eso, genio? ¿Pagar las cuentas? ¿Comprarte una casa? Te dieron un trabajo de verdad, 600 mil por mes, estabilidad, algo que te sacaba del pozo, y lo tiraste por la borda por un jueguito en la plaza. Sos un irresponsable, Alex. Siempre lo fuiste —dijo, acercándose tanto que Alex pudo oler la ebriedad en su aliento.

Nico, que había estado callado, dio un paso adelante con los puños apretados.

—¡No es un jueguito! ¡Alex es el mejor, papá! ¡Tendrías que haberlo visto, la rompió! Ganó para nosotros, para que estemos orgullosos —gritó, con los ojos vidriosos y la voz quebrándosele como si estuviera a punto de llorar.

Andrés lo miró un segundo, pero volvió a clavar los ojos en Alex, ignorando a Nico por completo.

—¿Orgullosos? ¿De qué? ¿De un pibe que no puede pensar más allá de una pelota? Te dije que si no conseguías algo serio para cuando cumplieras 18, te ibas de esta casa. Y mirá lo que hiciste: elegiste perderlo todo —dijo, con una calma helada que era peor que los gritos.

Claudia se pasó una mano por la cara, como si quisiera borrar lo que estaba escuchando.

—Alex, nosotros queríamos algo mejor para vos. No esto. No una bici y unos dólares que no te van a llevar a ningún lado. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Eh? —preguntó, con una mezcla de bronca y desesperación.

Alex sintió cómo el nudo en el estómago se apretaba más, como si lo estuvieran estrangulando desde adentro. Miró a su madre, a su padre, a Nico –que todavía lo defendía con los puños apretados–, y algo se rompió dentro de él.

—¡Ya está! ¡Me voy a ir de esta casa, entonces! No necesitan preocuparse más por mí. Ahí tenés tu bici de mierda —gritó sin medir su voz—. Gané algo que importa, algo que es mío, y ustedes no lo ven. Nunca lo vieron, ni lo van a ver. Así que déjenme en paz.

Dio media vuelta y se dirigió a su cuarto, con la sangre zumbándole en los oídos. Entró y cerró la puerta de un portazo que hizo temblar las paredes. Se quedó parado un segundo, respirando agitado, mirando la cama con ganas de desaparecer ahí mismo. Sacó el celular de la mochila con la pantalla rajada y lo desbloqueó, esperando cualquier cosa que lo sacara de ese pozo. Vio una llamada perdida de Ann, de hacía media hora, y un montón de notificaciones que no paraban de llegar. Abrió Instagram por curiosidad y se quedó helado: su cuenta, que estaba en 15 mil seguidores antes del torneo, ahora había pasado los 50 mil. Los mensajes, los likes, las historias etiquetándolo como "el rey de la plaza" se apilaban como una avalancha. Por un segundo, una chispa de orgullo lo atravesó, pero no duró nada.




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