He vivido mil vidas dentro de una sola.
He llegado a conocer lugares increíbles, fuera de este mundo. Conocí el amor, la traición, la decepción y el dolor. Me sumergí en cientos y, hasta podría decir, en miles de páginas, pero aun así no me encuentro.
Tal vez solo sea una simple visitante en cada una de esas historias, una intrusa que observa desde la sombra, anhelando que esas palabras puedan definirme, que esos mundos puedan salvarme. ¿Y si no soy más que una viajera sin destino, perdida entre letras que jamás hablarán de mí?
En esas páginas encuentro amores épicos, batallas imposibles y resiliencias que desafían al tiempo. Me emociono, río, lloro y, por un instante, siento que pertenezco a algo más grande que mi propia existencia. Pero al cerrar el libro, queda el vacío. Ese eco implacable que me recuerda que yo no soy la protagonista.
Tal vez por eso aún no me encuentro. Tal vez no haya nada que hallar. ¿Es eso tan malo? Quizás, después de todo, no se trata de encontrarme, sino de aprender a observar. A contemplar la belleza en lo que no soy, a ser testigo de lo que nunca viviré y, en ese silencio, hallar mi propio significado.