Dante había terminado las compras. Ahora se encontraba en una cafetería frente a la plaza. Pasaban más de las seis de la tarde, por lo que ver como las personas caminaban de un lado al otro, algunas solas, otras acompañadas por familiares o amigos, era entretenido. Mientras observaba el ir y venir de la gente, Dante tomó un sorbo de su café y decidió sacar el diario de su madre. En el pasado, Alessandra lo habría regañado por invadir la intimidad de otra persona, pero Dante ya no sentía remordimientos. Después de todo, se trataba de una persona muerta y, además, de su propia madre.
El diario le parecía fascinante. Colocó el vaso de café sobre la mesa para pasar la página. El ambiente era tranquilo, algo que Dante no experimentaba con frecuencia. El lugar irradiaba una paz que le resultaba extraña.
Bajo la mesa se encontraban sus compras. Había sido rápido al seleccionar los artículos que necesitaba. En pocos minutos, su primo Alex iba a pasar por él para ir a cenar. La noche anterior, Alex se había ofrecido a ir con él para mostrarle algunos lugares; de esa manera se conocerían mejor, una idea que a su tío le fascinó cuando la escuchó esa misma mañana.
Al terminar su café, guardó el diario de su madre y su teléfono en el bolso. Dejó veinte dólares en el folio donde le habían traído la cuenta y, tomando sus pertenencias, se levantó para salir de la cafetería. Pero, justo al dirigirse hacia la salida, un fuerte golpe lo hizo soltar todo, y las cosas cayeron al suelo.
—¡Merda! —exclamó, levantando la vista. Frente a él, un chico lo observaba. Dante frunció el ceño, ya que no era la primera vez que veía a ese patán.
—Podrías tener más cuidado —dijo el chico que lo había chocado. Dante lo miró con desdén, arrugando la frente.
—¿Disculpa? —¿Acaso tienes algún tipo de discapacidad mental? —contestó Dante, sacudiendo su ropa. El chico soltó una risa, divertido por la respuesta de Dante.
—Eres un maleducado. Ayer me tiraste el balón, y hoy me chocas. Tú eres quien debería disculparse. —Las palabras del chico encendieron el enojo de Dante, quien dejó escapar una carcajada sarcástica.
—Yo nunca me disculpo, ¿entiendes? —respondió Dante, ajustando su abrigo. Luego, en tono burlón, agregó: "Sigue soñando, idiota". Dándole una palmadita en los hombros, lo miró a los ojos y se dio media vuelta, recogiendo su bolso para salir del local.
Ya en la calle, el teléfono de Dante vibró con un mensaje de Alex. "Estoy en la esquina. "Apresúrate o cenaré sin ti". Sonriendo con resignación, Dante se apresuró hacia el coche de su primo, donde lo esperaban Alex y Marcus, quienes sonreían, listos para llevarlo a disfrutar de la última noche antes de la escuela.
Dante se subió al coche de Alex, cerrando la puerta con un golpe firme. El ambiente dentro del vehículo era una mezcla de música relajada y el característico olor a cuero nuevo. Alex lo miró de reojo con una sonrisa. Claramente no estaban acostumbrados a las actitudes repentinas de su primo Dante, por lo que en ocasiones les parecían cómicas, como cuando intentó atrapar una oveja ese día por la mañana, pero esta escapó dejándolo acostado sobre su estómago. Fue una rabieta que jamás esperaron.
—¿Qué te pasó ahora? Te ves más irritado que en la mañana —dijo Alex, encendiendo el motor y poniendo el coche en marcha.
—Un idiota me chocó al salir del café, y encima se atrevió a pedirme una disculpa —respondió Dante, cruzando los brazos con expresión molesta.
Alex soltó una carcajada, dándole una palmada en el hombro mientras tomaba una curva. Mientras Marcus soltó:
—Parece que alguien tiene el don de atraerse problemas, ¿eh?
Dante rodó los ojos. Sabía que sus primos disfrutaban molestándolo un poco, pero en realidad eran una de las pocas personas con las que se sentía relajado. Alex tenía una energía ligera que, a pesar de las tensiones, lograba hacer que Dante se olvidara de las pequeñas frustraciones. Era algo extraño, ya que no tenía más de cuarenta y ocho horas de conocerlo.
—Y dime, ¿a dónde vamos a cenar? —preguntó Dante, intentando cambiar de tema.
—Es una sorpresa, pero te va a gustar. —Un lugar nuevo que abrió en el centro tiene una cocina espectacular —respondió Alex con entusiasmo mientras conducía a través de las calles iluminadas por las luces nocturnas de la ciudad.
Mientras avanzaban, Dante miraba por la ventana, observando cómo la ciudad se desplegaba ante ellos. Las luces de los edificios, las personas caminando por las aceras, las tiendas y restaurantes que bordeaban las calles. Todo parecía en movimiento constante, algo que a Dante le resultaba hipnótico. A veces sentía que se perdía en la rutina, y la familiaridad de su vida en Italia aún lo llamaba.
Finalmente, Alex giró en una esquina y se estacionó frente a un restaurante elegante. Las luces suaves que salían del interior del local y el cartel minimalista en la entrada sugerían que era uno de esos lugares que los chicos solían frecuentar.
—Aquí estamos —anunció Alex con una sonrisa, apagando el coche. Te prometo que te encantará.
Dante se bajó del coche, mirando el restaurante con cierta curiosidad. Esperaba que su primo tuviera buen gusto, ya que no siempre coincidían en lo que consideraban "una buena cena". Sin embargo, decidió darle una oportunidad y lo siguió al interior del lugar.
Al entrar, fueron recibidos por una anfitriona que los llevó a una mesa cerca de una ventana, con vistas a las calles. El lugar tenía una decoración moderna y elegante, pero sin ser pretenciosa. La luz tenue creaba una atmósfera acogedora, y el sonido de la suave música jazz en el fondo le dio a Dante una sensación de calma que no esperaba.
—Entonces, ¿cómo te va con todo? —preguntó Alex mientras hojeaba el menú. Verás, papá está algo preocupado, ya que todos queremos que estés cómodo en casa.
Dante suspiró. Sabía que su familia se preocuparía más de la cuenta por intentar agradarle, aunque para él eso no era relevante; solo quería que ellos fueran ellos mismos, conocerlos más y, siendo honesto con él mismo, una parte de él ya los estaba aceptando.