Han pasado dos días desde que Dante estuvo en casa de los St. George. Hoy decidió salir a correr por los alrededores, buscando alejar los pensamientos que lo inquietaban. Según el marcador de su reloj, ya había recorrido más de siete kilómetros. A medida que se acercaba a la granja, el cansancio comenzaba a apoderarse de su cuerpo, pero la familiaridad de la rutina lo mantenía concentrado.
Al llegar, comenzó con sus estiramientos, sintiendo cómo la tensión en sus músculos se aliviaba ligeramente. El aire fresco de la mañana rozaba su piel, un alivio temporal que lo mantenía en el presente. La conversación con Evan aún resonaba en su cabeza, pero Dante se obligaba a no pensar en ello ahora. Sabía que, eventualmente, tendría que confrontar sus sentimientos, pero ese no era el momento.
Entró a la casa con los audífonos aún puestos, la música actuando como un escudo entre él y sus pensamientos. Subió las escaleras lentamente, su cuerpo pesado por el esfuerzo físico, pero su mente aún inquieta. Dejó caer su ropa sin preocuparse mucho por dónde caía y se dirigió directo al baño. No quería pensar en nada más que en el agua caliente cayendo sobre su piel. Puso la música a todo volumen desde el altavoz, buscando perderse entre las melodías.
Cuando el agua caliente empezó a caer sobre él, cerró los ojos, dejando que el vapor lo envolviera. El alivio físico no era suficiente para acallar los pensamientos. La imagen de Evan volvía, una y otra vez, insistente. Dante se repitió que había sido solo un malentendido, que no debería darle más vueltas, pero la incomodidad permanecía. La amabilidad repentina de Evan, después de tantos momentos de frialdad, lo dejaba desconcertado.
Cinco canciones después, el agua comenzó a enfriarse, obligándolo a salir. El aire frío lo golpeó tan pronto como apagó la regadera, un recordatorio brusco de la realidad. Se envolvió en una toalla alrededor de la cintura y, usando otra para secarse el cabello, sintió que los pensamientos que intentaba evitar volvían con más fuerza. La música aún llenaba el cuarto, pero su mente estaba tan ruidosa que las canciones parecían lejanas.
Al secarse, su mente volvió a aquellos días en la casa de los St. George. La charla tensa con Evan seguía persiguiéndolo. Aunque al final Evan había tratado de ser más amable, algo en Dante se resistía a confiar completamente.
Por un momento, se detuvo frente al espejo, observando su propio reflejo. Aparentemente, no había señales visibles de la agitación interna que lo consumía, pero el nudo en su estómago le decía lo contrario. Se repitió a sí mismo que todo estaría bien, que esa incomodidad desaparecería con el tiempo, pero una parte de él no estaba tan segura. Dejó caer la toalla sobre el lavabo y salió de la habitación para vestirse.
Había algo en esa amabilidad repentina que no podía entender, algo que no encajaba con la imagen que tenía de él. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarlo, pero por ahora, el peso de esa incertidumbre seguía a su lado, como una sombra persistente.
Mientras se secaba el cabello, Dante no podía evitar que los recuerdos de su última conversación con Evan volvieran a su mente.
A la mañana siguiente de su ataque de pánico, Dante aprovechó la oportunidad para conversar. Dante lo había soportado hasta cierto punto, pero finalmente decidió que debía hablar con él de manera más directa. Recordó claramente cómo sucedió todo. Era la mañana del día después del incidente. Se habían encontrado en la cama, ambos tratando de evitar una conversación incómoda, pero el aire estaba cargado de tensiones no resueltas. Dante no pudo aguantar más y se acercó a Evan, quien estaba sentado frente a su ventana mientras éste revisaba su teléfono.
—Evan, quiero hablar contigo —dijo Dante, su tono más firme de lo que esperaba. Evan levantó la vista, sorprendido por la seriedad en la voz de Dante.
—¿Qué pasa? —respondió Evan, dejando el teléfono a un lado. Había un leve rastro de cautela en su rostro, como si supiera que la conversación no sería fácil.
Dante respiró hondo antes de continuar.
—Mira, sé que intentaste ser más amable después de lo que pasó, y lo agradezco, de verdad —comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Pero la verdad es que... no necesito que finjas ser mi amigo. No tenemos que serlo. Prefiero que mantengamos la distancia.
Evan frunció el ceño, claramente sorprendido por las palabras de Dante. Durante unos segundos, no dijo nada, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, respondió.
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó Evan. Su tono no era ni agresivo ni defensivo, sino más bien curioso, como si estuviera tratando de entender.
Dante asintió, manteniendo la mirada de Evan.
—Sí. No es que tenga algo personal contra ti —continuó Dante—, pero creo que no hace falta forzar algo que no está ahí. Madison es tu hermana y respeto eso, pero si nos mantenemos a una distancia respetuosa, creo que será más fácil para todos. No te pido que te alejes de tus amigos, pero espero que respetes mi espacio. Es egoísta pedirte que te alejes de mis primos, por lo que seré yo quien mantenga la distancia.
Evan se quedó en silencio durante unos segundos más, antes de asentir lentamente.
—Entiendo —dijo finalmente, con una mirada calculada—. Si eso es lo que prefieres, no tengo problema en mantener la distancia.
No obstante, Evan respondió.
—Mira, no me malinterpretes, Dante —había dicho Evan, cruzándose de brazos, una postura que parecía más defensiva que relajada. Nunca quise que te sintieras incómodo. Sé que comenzamos con el pie equivocado y, bueno, a veces me cuesta confiar en la gente. No fue personal.
Dante asintió, entendiendo en parte, pero seguía firme en su decisión.
—Lo entiendo, y respeto eso. Pero no necesitamos forzar una amistad que no fluye naturalmente. Solo quiero que las cosas estén claras entre nosotros.