El sábado llegó, trayendo consigo un ambiente tenso en casa. La noticia de la pelea había causado revuelo, especialmente entre sus primos, quienes estaban furiosos por lo que había pasado con esos chicos. Cada uno tenía su propia forma de reaccionar; algunos ofrecían palabras de aliento, mientras que otros no podían contener su indignación.
Dante sonrió débilmente, sintiéndose abrumado por la preocupación y el cariño de sus primos. Se reservó muchos de los detalles de la pelea; no quería que se preocuparan más de lo necesario, ni que imaginaran la brutalidad de lo ocurrido. Prefería mantener la imagen de un héroe, a pesar de que la realidad era mucho más complicada.
Después de la reunión familiar, donde se discutieron las suspensiones impuestas a los tres agresores y a Evan por dos días, sus primos comenzaron a acercarse a Dante de manera más significativa. Era como si la situación hubiera creado un lazo invisible entre ellos, uno que los unía en la defensa de su familia.
Dante estaba sentado en el suelo de su habitación, rodeado de cables y controles, con los ojos fijos en la pantalla mientras jugaba en su consola. El sonido de los disparos y las explosiones en el juego se mezclaba con las voces que salían del altavoz de su teléfono. Al otro lado de la línea, Ian hablaba sobre los planes que ambos tenían para esa noche.
—¿Estás seguro de que no quieres ir al cine? —preguntó Ian, su voz distorsionada por la llamada, pero aún clara.
Dante sonrió ligeramente mientras seguía concentrado en el juego.
—Nah, ya te dije. Prefiero algo más tranquilo hoy —respondió, golpeando los botones del mando con rapidez. Además, el cine estará lleno de gente este sábado.
Ian rió suavemente, como si supiera que Dante siempre prefería los lugares más calmados.
—Entonces, ¿Molly’s? —preguntó Ian.
Molly's era el café de moda en la ciudad. Acogedor, con una iluminación suave y el aroma inconfundible del café recién molido. Era uno de esos lugares que lograba equilibrar perfectamente la sensación de modernidad con el encanto de lo clásico. En particular, Dante adoraba las tardes en Molly’s, con su atmósfera relajada y la posibilidad de tener una conversación sin sentir la presión del bullicio.
—Sí, Molly’s suena bien —contestó Dante, dejando el control a un lado por un momento—. Podemos ir allí y luego ver qué hacemos. Igual, lo importante es relajarse un poco.
Ian pareció aprobar la idea, y se escuchó un leve suspiro de alivio al otro lado del teléfono.
—Perfecto. ¿Te parece a las ocho? —preguntó Ian.
Dante asintió, aunque Ian no podía verlo, y volvió a tomar el control de su consola.
—A las ocho está bien. Nos vemos ahí.
Colgó el teléfono y dejó escapar un suspiro, mientras miraba alrededor de su habitación desordenada. Era bueno saber que al menos la noche sería tranquila, un respiro necesario después de los días agitados que había tenido.
La idea de ir a Molly’s le daba una sensación de paz. Podía imaginarse sentado en una de las mesas junto a la ventana, bebiendo un capuchino mientras charlaban sobre lo que fuera, sin ninguna prisa. Le gustaba la idea de compartir un momento así con Ian.
La puerta de su habitación sonó; del otro lado estaba su abuela, quien lo miraba con algo de duda.
—Dante, cariño. Evan, el amigo de tus primos que está abajo, dijo que quiere conversar contigo. ¿Quiere que le diga que te espere o que se marche?
La expresión en su rostro cambió; aunque se sentía algo desconcertado, una parte de él no quería verlo, pero aun así sentía algo de preocupación. Desde la pelea no había tenido ningún contacto con él, por lo que dudó y no sabía cómo dar una respuesta.
—Bajaré en un segundo.
Dijo levantándose para ir al baño y lavarse la cara. Respiró por unos segundos, tenía la duda latente: ¿de qué era lo que quería hablar?
Con un millón de dudas, caminaba lentamente; cualquiera que lo viera diría que iba contando los escalones. Cuando sus pies tocaron el último escalón, lo encontró de pie mirando las fotos en la pared. Una donde estaban sus hermanos, padre y madre; para Dante también fue impactante ver esa foto de la cual no recordaba, ya que ahí solo tenía unos seis años.
Al percatarse de su presencia, Evan, nervioso, pasó sus manos sudadas por detrás de su pantalón.
—Dante, ¿cómo has estado? —Su expresión era seria, o más bien nerviosa.
—¿Tienes algo que decirme?
Dante fue directo al grano. Era mejor ser directo para así evitar más malentendidos.
¿Podemos hablar? —cuestión con duda.
—¿Tenemos algo de qué hablar?
Aun cuando su tono era neutral, para Evan, entendía a la perfección el hecho de que él no quisiera hablar.
—Sé que no te apetece, pero tengo algo importante de que decir.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Dante, con la esperanza de que al estar a solas podrían hablar mejor.
—Salgamos. Podemos ir a nadar al lago. —¿Sabes nadar, verdad? —preguntó, con algo de duda.
Dante, sintiéndose un poco inseguro, movió la cabeza de lado a lado, dejando en claro que no tenía la mejor habilidad en el agua. Sin embargo, eso no lo desanimó; la idea de estar al aire libre, disfrutando del sol, será relajante.
—Iré a decirle a la abuela Sandra —dijo Dante con confianza.
No duró mucho tiempo; una vez informado, salió rápidamente.
—¡Vamos! —respondió, dejando atrás la casa.
Mientras ambos se dirigían al lago, Dante no podía evitar preguntarse qué era lo que tenía que decir.
Dante preparó algunas cosas y salió de la casa. El auto de Evan estaba estacionado a un costado, y tras subir a él, se pusieron en marcha. El camino transcurrió en un silencio expectante, y después de casi cuarenta minutos llegaron a su destino. Dejar el auto estacionado fue un alivio, y al caminar por uno de los senderos, el aire fresco golpeó su rostro. Evan iba al frente, concentrado en el camino, mientras una parte de Dante reflexionaba sobre su compañero.