Estaba recostado mirando las aspas del ventilador. Como las sobras de las aspas pasaban sobre su cara mientras jugaba con sus manos, desde el sábado anterior sus pensamientos volvieron a estar alterados. Después de ir a Molly's con Ian ese día, al llegar a casa se encontró con una discusión algo incómoda donde su tío y Alex se gritaban el uno al otro, mientras la abuela Sandra intentaba calmarlos. Fue Marcus quien le pidió que salieran a caminar para despejar la mente. Esa discusión le trajo recuerdos algo acalorados, los cuales intentaba olvidar, pero no era tan simple; no podía escapar del pasado así tan sencillo.
—¿Has intentado decirles que las discusiones te afectan? —comentó a la concejera mientras con sus dedos acomodaba las gafas. La mirada tranquila de la mujer no representaba paz para él; de lo contrario, Dante solo sentía que nuevamente estaba en ese horrible lugar del que alguna vez salió.
—No creo que sea tan sencillo, solo llevo un mes viviendo ahí; si ellos buscan lo mejor para mí, ¿no sería egoísta pretender que todo gire a mi alrededor? —comento algo serio. —Sé que tal vez para usted la solución sea esa, y la respeto, pero no puedo llegar a sus vidas imponiendo reglas a sus vidas. Estoy agradecido con ellos por acogerme de la manera que lo han hecho, pero la idea de ir a decirles que no deben discutir porque soy una persona débil e insegura a la que todo le afecta no estaba en mis planes.
La consejera lo observó en silencio durante unos segundos, como si estuviera sopesando cada una de sus palabras antes de contestar.
—No creo que se trate de imponer reglas, Dante —dijo finalmente, en un tono calmado—. No es cuestión de debilidad, ni de inseguridad. Es cuestión de expresar lo que sientes. Tienes derecho a decirles cómo te afectan las cosas. No porque seas débil, sino porque, al igual que ellos, tienes emociones que merecen ser escuchadas. El hecho de que te preocupes por no querer incomodarlos demuestra que no eres egoísta.
Dante desvió la mirada, incómodo con las palabras de la consejera. Sentía un nudo en el estómago, la misma sensación que tenía cuando intentaba hablar de su pasado, cuando las palabras se quedaban atascadas en su garganta. No estaba seguro de poder hacer lo que ella sugería. Era más fácil seguir guardando todo para sí mismo, como siempre lo había hecho.
—Quizás... —comenzó a decir, pero se interrumpió. No sabía cómo continuar. Las imágenes de la discusión entre su tío y Alex volvían a su mente, mezclándose con recuerdos más antiguos, más oscuros, que intentaba enterrar.
La consejera lo observaba con paciencia, sin presionarlo para hablar, pero él podía sentir su expectativa. Finalmente, suspiró y se decidió a continuar.
—Quizás no sé cómo hacerlo —admitió. No quiero parecer ingrato. Todo lo que han hecho por mí... Me siento fuera de lugar, como si no perteneciera a su mundo. Y cuando discuten... me recuerda a cosas que prefiero olvidar.
La consejera asintió lentamente.
—Es comprensible que te sientas así, Dante. Llegar a un nuevo lugar, adaptarse, lidiar con situaciones que traen recuerdos dolorosos… No es algo fácil de manejar. Pero lo que estás sintiendo es válido, y hablar de ello no te hace ingrato. La comunicación es parte de cualquier relación, y si no hablas de lo que te afecta, los demás no podrán entender cómo te sientes. Nadie puede adivinar lo que llevas dentro si no se lo dices.
Dante guardó silencio, mordiéndose el labio. Sabía que ella tenía razón, pero eso no hacía que fuera más fácil. Hablar siempre le había parecido una tarea titánica, un esfuerzo que a menudo no valía la pena. Pero tal vez… Tal vez esta vez fuera diferente.
—Lo pensaré —murmuró, sin comprometerse por completo.
La consejera sonrió suavemente, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Eso es todo lo que te pido por ahora.
Dante se quedó mirando el suelo, jugueteando con las mangas de su sudadera, mientras el silencio se apoderaba de la habitación. A pesar de las palabras de la consejera, la idea de abrirse le resultaba casi imposible. Hablar no había sido una opción en el pasado, y aunque las cosas eran diferentes ahora, sus instintos seguían siendo los mismos: callar, aguantar y esperar a que todo pasara.
La consejera lo observaba con ese aire de calma, como si estuviera acostumbrada a esperar pacientemente a que las personas encontraran sus propias respuestas. Su mirada no lo juzgaba, pero tampoco lo dejaba escapar. Eso lo inquietaba.
—Dante, no tienes que decidir nada hoy —dijo ella, suavizando el tono de la conversación. A veces, el simple hecho de pensarlo es un paso importante. Hablar sobre lo que sientes, aunque solo sea conmigo, ya es una manera de ir soltando esa carga que llevas.
Él asintió lentamente, aunque las palabras de ella se sentían lejanas. Hablar. Siempre la misma palabra. Se preguntaba si alguna vez sería tan fácil para él como lo era para otras personas. Para Evan, por ejemplo, que nunca parecía tener miedo de decir lo que pensaba. O para Alex, que gritaba sin contenerse cuando algo lo molestaba.
Pero Dante no era como ellos.
—Tienes razón —dijo finalmente, aunque su voz no sonaba convencida—. Supongo que podría intentar decir algo... más adelante.
La consejera esbozó una sonrisa que reflejaba un pequeño triunfo.
—Cuando estés listo. No tienes que apresurarte. Solo recuerda que no estás solo en esto.
Dante se incorporó un poco en su asiento, como si la conversación lo hubiera dejado más tenso de lo que ya estaba. Miró de reojo el reloj en la pared; faltaban aún unos minutos para que terminara la sesión, pero la incomodidad se había instalado en su cuerpo, como si estuviera atrapado en su propio espacio.
—¿Cómo te sentiste la última vez que saliste a caminar con Marcus? —preguntó la consejera, cambiando sutilmente el tema.
El simple hecho de escuchar el nombre de Marcus le provocó un cosquilleo extraño en el pecho. Habían caminado por el parque en silencio hasta altas horas de la noche después de la discusión en casa. Y aunque no había dicho mucho, estar cerca de Marcus siempre traía una sensación de tranquilidad, como si el mundo a su alrededor pudiera detenerse por un rato.