Su cuerpo se movía en la cama de un lado al otro, completamente cubierto de sudor; Dante se quejaba mientras exclamaba el nombre de una persona importante para él. La casa estaba sumida en un inmenso silencio que solo era perturbado por los gemidos de Dante, quien se removía por la pesadilla que lo atormentaba.
Con cada paso que daba persiguiendo a su hermana por ese pasillo lleno de ventanas iluminadas de luz roja, ella se alejaba más y más, a tal punto que la impotencia de no poder estar cerca de ella era gigante. Aun cuando sentía que su garganta estaba adolorida, sus gritos eran apenas audibles para él. Tan pronto como cayó de rodillas, su hermana se dio la vuelta, mostrando así su cara llena de sangre y lágrimas. Esa presión en el pecho hacía que intentara correr nuevamente, pero por más que corría, el pasillo de ventas se hacía cada vez más extenso… Sus lágrimas hacían su visión borrosa y, para cuando se percató, había sido atrapado por la oscuridad, quien lo tenía sujetado de manos y pies, viendo como una silueta negra golpeaba a su hermana, matándola, precediéndola una risa siniestra.
Para cuando la oscuridad lo abandonó, estaba sentado con ella en brazos, nuevamente su cuerpo inerte y frío, envueltos en un cuerpo temeroso y frágil.
—Es tu culpa, Dante. —Fue el susurro que llegó a sus oídos.
Los latidos de su corazón palpitaban cada vez más fuerte; sus ojos estaban cubiertos por lágrimas, las cuales limpiaba con sus manos mientras intentaba relajarse. Sus brazos abrazaban sus piernas mientras su cara estaba recostada sobre las rodillas y emitía pequeños gimoteos. No se percató de cuánto tiempo pasó de esa manera; solo se quedó mirando por la ventana cómo poco a poco el cielo se iba iluminando. Fue cuando escuchó a su abuela hablar por el teléfono.
No le prestó atención, solo se vio para salir a correr; últimamente era lo que más le servía. Bajó las escaleras con mucho sigilo para no despertar a nadie en las habitaciones de abajo; para cuando llegó a la puerta, vio cómo desde la entrada la señora Sandra continuaba hablando por teléfono… Con cuidado abrió la puerta y salió.
La mujer mayor vio cómo a lo lejos se alejaba su nieto; siendo honesta con ella misma, se sentía algo intrigada con él. En su casa ellos y Jordán sabían lo que había pasado con Alessandra; sin embargo, sus otros nietos no lo sabían con claridad. Ya que no querían que él se sintiera fuera de lugar.
Aunque para ella fue un golpe trágico cuando su yerno la llamó para que aceptara a su nieto, no dudó en aceptar de inmediato; sabía el riesgo que corría.
—Hablaré con Jordán, vamos a ver cómo se comporta. Te puedo asegurar que está comiendo en las mañanas, aunque no mucho, pero es un consuelo que lo haga; los chicos son un gran apoyo para él. Desde el otro lado, Alessandro escuchaba algo preocupado lo que ella contaba. A pesar de que sabía claramente que ellos lo cuidaban con mucho cariño, sabía bien de lo que Dante era capaz si se sentía acorralado; fue la razón por la que cuando él no contestó la noche anterior decidió llamar para saber qué había pasado.
—Sí, salió hace unos minutos a correr; si mis cálculos no fallan, llegará en una hora más o menos. —La mujer apagó la estufa para luego continuar. Te mantendré al tanto.
—Por cierto, Nato irá para hablar con él en la tarde; creo que ya es hora de que empiece de manera pasiva la rehabilitación, por lo que es probable que se enoje con él; solo quiero que le tengan paciencia; si se siente hostigado, temo que pueda llegar a sentirse ansioso y lo que no quiero es que deba tomar medicamento nuevamente.
Dante se revolvía en la cama, su cuerpo empapado en sudor. Su rostro reflejaba una mezcla de angustia y terror mientras murmuraba el nombre de alguien importante para él. La casa, normalmente silenciosa, estaba llena de los sonidos de sus gemidos entrecortados y sus movimientos bruscos, fruto de la pesadilla que lo consumía.
En su sueño, corría por un pasillo interminable; sus pasos resonaban en el eco de las paredes, mientras la luz roja que emanaba de las ventanas lo bañaba con un tono siniestro. Delante de él, su hermana se alejaba cada vez más, casi desvaneciéndose entre sombras. Dante intentaba alcanzarla, pero el pasillo se extendía sin fin, alejándolo más y más de ella. Su garganta ardía por los gritos que, pese a todo, apenas eran susurros en ese lugar distorsionado.
—¡Espera! —gritó, pero su voz se ahogó en el vacío.
De pronto, su hermana se giró hacia él, y el rostro que mostró estaba cubierto de sangre y lágrimas. Dante sintió un dolor desgarrador en el pecho, una presión que lo hacía luchar por moverse, por avanzar, pero sus piernas no respondían. Las lágrimas nublaban su visión, y cuando se dio cuenta, la oscuridad lo había atrapado, sujetándolo de manos y pies. Una figura negra y amorfa se cernía sobre su hermana, golpeándola sin piedad mientras la risa más siniestra que había escuchado retumbaba en sus oídos.
Cuando la negrura lo soltó, él sostenía el cuerpo inerte de su hermana en sus brazos; su piel fría contrastaba con el temblor que recorría las de él. La abrazaba, intentando proteger lo que ya no podía ser salvado.
—Es tu culpa, Dante... —murmuró una voz en su oído, helándole la sangre.
Despertó de golpe, el pecho agitado y los latidos de su corazón resonando con fuerza. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, y él se apresuró a limpiarlas con las manos temblorosas. Se abrazó a sí mismo, apoyando la cabeza en las rodillas mientras intentaba calmarse. No supo cuánto tiempo permaneció así, simplemente observando por la ventana mientras el cielo lentamente clareaba. Solo el murmullo de la voz de su abuela por teléfono rompía la quietud de la mañana.
Sin darle mayor importancia a la conversación, Dante se vistió y se preparó para salir a correr, su única vía de escape en esos momentos. Bajó las escaleras con sigilo, cuidando de no despertar a nadie, y al llegar a la puerta, vio a la señora Sandra hablando desde la entrada. Con cuidado, abrió la puerta y salió al exterior.