El muelle estaba desierto esa tarde de jueves. La brisa suave que provenía del lago hacía ondear las hojas de los árboles cercanos y arrastraba consigo el aroma fresco del agua. El sol, todavía alto, bañaba el lugar con una luz dorada, y el cielo se teñía de un suave naranja que se reflejaba en la superficie del lago, creando un ambiente cálido y acogedor.
Dante y Evan se habían escapado a ese rincón tranquilo, lejos del bullicio del mundo y las presiones que pesaban sobre ellos. Se sentaron al borde del muelle, dejando que sus pies colgaran sobre el agua, pero con el tiempo, Dante se recostó sobre el pecho de Evan, quien lo rodeó con un brazo protector mientras jugaba suavemente con los dedos de Dante. Las risas de ambos se mezclaban con el sonido del agua, golpeando suavemente contra el muelle.
—¿Sabes? Siempre pensé que el lugar perfecto para una primera cita sería algo más... no sé, sofisticado —comentó Evan con una sonrisa mientras entrelazaba sus dedos con los de Dante. Pero ahora, creo que esto es mejor de lo que había imaginado.
Dante dejó escapar una pequeña risa, girando su rostro para mirarlo, sus ojos reflejando la luz del atardecer. La tranquilidad que sentía al estar con Evan era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado en meses.
—No sabía que fueras tan cursi, Evan —respondió Dante, alzando una ceja mientras su tono se volvía juguetón. ¿Quién hubiera pensado que al chico duro del equipo de fútbol le gustan las citas románticas junto al lago?
Evan soltó una carcajada, inclinando su rostro hacia el de Dante. Su nariz rozó suavemente la de él antes de que sus labios se encontraran en un beso cálido y tierno, uno que duró lo suficiente para que ambos se olvidaran del tiempo. Dante sintió cómo la mano de Evan se posaba en su mejilla, manteniéndolo cerca, como si temiera que el momento pudiera desvanecerse en cualquier instante.
Al separarse, Evan no pudo evitar hacer una broma, su sonrisa iluminada por el resplandor dorado del sol.
—Bueno, si soy cursi es porque alguien me ha ablandado el corazón —dijo, dejando un beso rápido en la frente de Dante. Y no sé, pero creo que a ti también te gusta un poquito.
Dante sintió cómo su cara se tornaba roja, aunque no pudo contener una sonrisa que reflejaba la calma que sentía en ese instante.
—Quizás un poco... pero no te emociones demasiado —bromeó, antes de volverse a acurrucar contra el pecho de Evan.
La conversación fluyó entre risas y confesiones, un diálogo sin prisa donde hablaban sobre sus películas favoritas, las canciones que les hacían sentir como si el mundo se detuviera, y todos esos pequeños detalles que parecían insignificantes pero que, en ese momento, lo eran todo.
Evan seguía jugando con los dedos de Dante, dibujando pequeños círculos en la palma de su mano mientras la conversación fluía entre ellos de manera natural, como si todo lo demás en el mundo no importara.
Dante, aún recostado en el pecho de Evan, miraba el cielo con una expresión que oscilaba entre la paz y la nostalgia. Sentía que momentos como esos, tan sencillos y al mismo tiempo tan llenos de significado, eran un lujo que no siempre se podía permitir. Sin embargo, en ese instante, bajo la caricia de los dedos de Evan y la brisa fresca del lago, las preocupaciones parecían desvanecerse.
—¿Sabes? Siempre he querido aprender a tocar la guitarra —confesó Dante de repente, rompiendo el silencio cómodo que se había instaurado entre ellos. No sé, me gusta la idea de poder expresar todo lo que siento con una melodía. Aunque dudo que tenga talento para eso.
Evan sonrió, sus dedos deteniéndose un momento para apretar con suavidad la mano de Dante.
—Yo creo que serías increíble, Dante —respondió con sinceridad, inclinándose un poco para besar la frente de Dante. Y si no, al menos te verías lindo intentándolo. Además, podrías dedicarme alguna canción cursi y yo haría como que me desmayo de lo impresionante que eres.
Dante dejó escapar una risa, mirándolo de reojo.
—Sí, claro. Y luego seguro me gritarías que estoy desafinando y me rogarías que deje la guitarra antes de que tus oídos sangren —replicó, su tono sarcástico suavizado por la sonrisa que le dedicaba a Evan.
Evan puso una mano sobre su pecho, fingiendo estar ofendido.
—¡Oye! ¿Qué clase de novio crees que soy? Yo estaría en primera fila, aplaudiendo, aunque tocaras "Cumpleaños feliz" en bucle —bromeó, antes de que ambos estallaran en una risa que se mezcló con el murmullo del agua.
Dante giró un poco, buscando los ojos de Evan mientras la sonrisa en su rostro se desvanecía levemente, transformándose en una expresión más seria, más introspectiva.
—Gracias por estar aquí, Evan. De verdad, gracias por todo —susurró, su voz, apenas un murmullo que parecía fundirse con la brisa—. A veces siento como si la vida me quitara todo lo que he tenido; eso llega a aterrarme a veces.
Evan, con una mirada que irradiaba ternura, se inclinó nuevamente hacia él, dejando un beso suave en sus labios, uno que hablaba más que cualquier palabra. Era un beso que transmitía promesas no dichas, el tipo de promesas que se construyen en las tardes junto al lago y en las noches compartidas en silencio. Evan le acarició la mejilla, dejando que su frente se apoyara contra la de Dante.
—Voy a estar aquí, Dante. No importa lo que pase. —Murmuró Evan, buscando los ojos de Dante con una intensidad que dejaba claro lo mucho que esas palabras significaban para él.
Dante asintió, cerrando los ojos por un momento mientras se dejaba envolver por esa calidez. Se quedaron así, en silencio, compartiendo el momento, dejando que la luz del sol se apagase poco a poco a su alrededor, como si el tiempo se detuviera solo para ellos.
Esa noche del martes había sido uno de los momentos más oscuros para Dante, pero la presencia de Evan había sido un rayo de luz. Cuando Evan apareció en su ventana, sintió una mezcla de sorpresa y alivio. Y aunque le había dicho que lo llamaría luego, en el fondo estaba agradecido de que lo hubiera hecho.