Dante dormía plácidamente, abrazado a Evan, quien transmitía un agradable calor. Se giró un poco en la cama, buscando una posición más cómoda, pero Evan lo atrajo de nuevo hacia sí, sus brazos rodeándolo con firmeza. Dante sintió el aliento cálido de Evan en su cuello, mientras la nariz de este rozaba suavemente su oreja, provocando un leve cosquilleo.
—Creo que es hora de irme —susurró Evan, su voz, apenas un murmullo que rompía el silencio de la habitación.
—Aún es temprano, quédate unos minutos más —respondió Dante, cerrando los ojos de nuevo, disfrutando de la cercanía. Evan sonrió ligeramente y lo apretó contra su pecho, antes de darle un suave beso en la mejilla.
—Es hora, Dante. Le prometí a mis madres que iría a ayudarles con la campaña. En unas semanas son las elecciones, y si me quedo, no podré despertarme luego —explicó, aunque parecía no querer romper ese momento de intimidad.
Dante asintió con una mezcla de resignación y comprensión. Ambos se levantaron de la cama, y mientras Evan se ponía sus pantalones y zapatos, Dante buscaba una camiseta para cubrirse. Observó a Evan y notó el cansancio en sus ojos. Las últimas semanas habían sido agotadoras para él, con las clases, el equipo de fútbol y la campaña política de sus madres, que absorbía casi todo su tiempo.
Las noches que Evan pasaba en casa de Dante solían ser un refugio para ambos. Evan se quedaba dormido en sus brazos o con la cabeza en sus piernas, a menudo antes de terminar una conversación. Esa cercanía se había vuelto una especie de ritual.
Salieron de la habitación con pasos cuidadosos, bajando las escaleras en silencio. Eran las cinco de la mañana, y los primeros rayos de sol apenas asomaban en el horizonte. Dante abrió la puerta de la casa, dejando que Evan saliera. Quedaron frente a frente, apenas a un paso de distancia.
Evan le acarició la mejilla con su mano fría, como de costumbre, ya que siempre tomaba una ducha antes de salir. Era parte de su rutina matutina: despertarse temprano, bañarse y luego llegar a la cama de Dante para abrazarlo un poco más antes de enfrentar el día.
Evan se inclinó y le dio un beso suave en los labios. Sus labios cálidos provocaron un estremecimiento en Dante. Este apoyó su frente contra la de Evan, alargando ese instante todo lo posible.
—¿En serio tienes que irte? —murmuró Dante, casi con un dejo de súplica en su voz.
—Sí, mamá me necesita —respondió Evan, con una sonrisa melancólica.
Dante lo besó de nuevo, esta vez con más calma, saboreando la cercanía y el calor de su cuerpo. Después, Evan se despidió con un último vistazo, y Dante cerró la puerta. Sabía que en dos horas tendría que levantarse para ir a clases, pero agradecía que fuera viernes, el último día de la semana.
Recordó la confrontación con los chicos que lo habían intimidado a Ian varios días atrás. Lo habían acorralado contra los casilleros, pero antes de que las cosas se salieran de control, Marcus y Alex intervinieron. El director había tomado cartas en el asunto, enviando a los acosadores a detención. Desde entonces, Dante había sentido un poco más de paz, aunque sabía que el ambiente en la escuela seguía tenso.
Las cosas con Evan, por otro lado, iban bastante bien. Llevaban casi vestidos días de novios a "escondidas" y, aunque Evan no solía marcharse tan temprano, Dante empezaba a disfrutar de su compañía. Habían tenido algunas citas, desde cafés hasta noches de cine, y la oportunidad de compartir su gusto por ir de compras, actividad que Dante solía hacer con Ian.
Evan había mencionado que prefería mantener la relación discreta, ya que temía que los chicos del equipo de fútbol hicieran comentarios o lo dejaran de lado e incluso llegaran a intimidarlo más. Dante lo entendía. Él no era alguien que hablara abiertamente de su orientación, pero comprendía la preocupación de Evan.
Dante, Ian y Madison también habían fortalecido su amistad. Ahora, Dante pasaba por ellos todas las mañanas para ir a la preparatoria y a menudo pasaban el tiempo juntos viendo series o películas, acompañados a veces por sus primos y Evan.
Dante puso una alarma de media hora y se dejó caer nuevamente en la cama, intentando robarle algunos minutos más al sueño antes de enfrentar el día. Cuando la alarma sonó, se levantó con pesadez, se vistió y bajó las escaleras. El aroma del café recién hecho y las tostadas ya llenaba la casa, y su familia, como de costumbre, estaba sentada en la mesa del comedor, disfrutando del desayuno.
Al llegar a la cocina, Dante se sirvió un vaso de jugo mientras revisaba su celular, hojeando las noticias. Alzó la vista un momento, observando a su abuelo, un hombre de cabello blanco y gestos calmados, que hojeaba el periódico con la concentración de siempre. Era un hombre de pocas palabras, pero cuando decía algo, cada frase parecía pensada y medida, como si se tomara el tiempo de considerar todas las aristas antes de hablar.
—Que tengan un bonito día —dijo Dante, dejando el vaso vacío en el fregadero y preparándose para salir.
—Tú también, mi niño —respondió su abuela con una sonrisa cálida, sus manos aún ocupadas sirviendo más café. Pero antes de que Dante pudiera cruzar la puerta, la voz de su abuelo lo detuvo, firme aunque serena.
—Deja de sacar a ese chico a escondidas e invítalo a cenar un día de estos, hijo —comentó su abuelo sin siquiera levantar la vista del periódico, como si hablara del clima o del resultado de un partido de béisbol.
Dante sintió como si el tiempo se detuviera por un segundo. Se quedó inmóvil, sintiendo el calor de la vergüenza subirle hasta las orejas. Su abuelo siempre había sido el pilar tranquilo de la casa, un observador que notaba lo que otros pasaban por alto, pero jamás imaginó que se fijaría en sus escapadas matutinas con Evan.
—S-seguro... —murmuró, intentando que su voz sonara casual, aunque temblaba ligeramente. El silencio incómodo lo acompañó por un momento hasta que sintió la mano suave de su abuela apretando su hombro, un gesto que le transmitió consuelo.